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Vestirse todos los días con su tierra: la política del vestido de Francia Márquez

La candidata a ser vicepresidenta de Petro tiene una conciencia profunda de su territorio, de su ser mujer y de que su presencia hace visible a los que siempre fueron invisibles

Francia Márquez durante un evento de campaña en Medellín, el 4 de abril.
Francia Márquez durante un evento de campaña en Medellín, el 4 de abril.Fredy Builes

Cuando Francia Márquez nació, -en la vereda Yolombó, en el corregimiento La Toma, en el norte del Cauca-, las parteras que la recibieron le cortaron su cordón umbilical y esa pequeña y viscosa conexión carnal de la madre con ella fue enterrada en la tierra. Tierra y madre quedaron convertidas desde ese mismo instante en una sola cosa. El propio cuerpo de Francia, una parte de él, quedó mezclado para siempre con todo lo que debajo del suelo ha habitado por siglos. Este acto ritualístico, tradicional de esta zona del Pacífico colombiano, ha conjurado desde el inicio de todas las vidas esa relación profunda, intensa y, para muchos, incomprensible, que siente la candidata a la vicepresidencia y activista ambiental Francia Márquez y todo su pueblo, por los territorios que les heredaron sus ancestros.

Lejos de ser este un relato fantasioso y mítico de infancia, la conexión con el lugar de origen es rememorada y honrada por Francia Márquez todos los días, cuando en medio del ajetreo de la campaña como fórmula de Gustavo Petro, rompe el mutismo grisáceo de salas llenas de trajes formales y sale con sus vestidos hechos de colores inesperados como el rojo y el amarillo, de siluetas elegantes y faldas campesinas, de estampados africanos en telas cien por ciento algodón. Francia todos los días se pone su tierra. Se viste con ella.

“Lo que le falta comprender a este país es que el vestido es una de las expresiones más sagradas, ancestrales e inmateriales de un territorio y de una nación. La noción de territorio involucra no solo la tierra, sino las múltiples maneras de ser, de comer, de orar, de vestirse y de proteger y conservar esa memoria cultural”, sentencia Jenny de la Torre Córdoba, doctora en estudios de género y una de las mujeres afro que participó en los decisivos procesos de reconocimiento étnico incluídos en la reforma constitucional colombiana de 1991.

“Cuando yo miro a Francia, desde mi ojo de etnógrafa, veo a África tatuada en el cuerpo de una mujer que ahora tiene una vocería política. Vocería en la que no quiere desdibujar su raíz del territorio, su ancestralidad africana, ni quiere desdibujar tampoco su visión de ser una mujer que, sin hablar, se está étnicamente autoidentificando”.

Para incursionar en la política, (en realidad, para incursionar en casi cualquier esfera de lo social) las mujeres afrodescendientes han tenido históricamente que recurrir a algo que la profesora de la Universidad de Georgetown, Nadia E. Brown, autora del libro Sister Style, llama “respetabilidad”. Una táctica, dice, “de supervivencia”, que consiste en un ajustamiento a los cánones blancos y eurocentristas, que implica para las mujeres afro un distanciamiento de las formas de su propios cuerpos, de sus pueblos y de su propio pelo, tan proclive, por ejemplo, a crecer rizado y hacia arriba, en lugar de hacia abajo.

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Esa táctica de respetabilidad, ese corsé invisible que aprisiona las formas naturales de lo afro en los estrechos régimenes de lo blanco y que hace mandato que las mujeres afro en espacios de decisión lleven el pelo siempre alisado, parece ser desconocida para Francia Márquez.

“La textura del pelo de Francia Márquez es 4c. La división de cabellos va del 1, liso, el 2, ondulado, el 3, crespo hasta el 4, afro. Cada número va acompañado de las letras a, b y c, siendo el 1a, el pelo más liso y el 4c el más crespo. Este tipo de pelo, el 4c que Francia Márquez lleva al natural, ha sido tan invisible, tan negado, tan tachado de feo, que cuando yo le sugerí a Disney, como consultora de la película ‘Encanto’, que tenían que aparecer las 12 texturas de cabello que existen, tuvieron que inventar un software para hacer ese nivel de rizo. Nunca había habido en su filmografía alguien así de crespo”, asegura la experta en estudios afros certificada por la Universidad de Harvard Edna Liliana Valencia, quien fue consultora de la cinta inspirada en Colombia de Walt Disney.

Lejos de todos los mandatos de la estética política, la candidata por el Pacto Histórico ha decidido asistir a todos los mítines y entrevistas televisadas con su pelo afro natural, el más africano que hay, a veces someramente recogido con una bamba (pieza elástica, muchas veces del mismo color de su traje) diciéndole a todas las mujeres afrocolombianas, palenqueras, negras y raizales que no hay nada de “malo” con su pelo.

En consonancia con su peinado ensortijado, Francia ha decidido no matizar su acento, y usar vestidos de faldas amplias, tipo pollera, abajo de la rodilla, con telas ‘kente’, tejidos que evocan los canastos de los recolectores africanos, típicas de Ghana.

“Las nuevas generaciones afro nos hemos dado cuenta de que tenemos un gran poder en las influencias y los acervos de la diáspora africana. Ni mi madre, ni mi abuela usaban vestidos como los que hoy diseño para Francia, parecía imposible para entonces. Ellas vestían para las necesidades que teníamos en el Pacífico. Pero nosotros hemos empezado a hacer esa conexión y hemos empezado a ver que nuestra ropa es bella y es formal y no tiene que estar condenada a los eventos folclóricos”, explica Esteban Sinisterra Paz, el joven diseñador de Guapi, radicado en Cali, que Francia Márquez eligió para que la acompañara, con sus creaciones, en los periplos políticos.

“Francia me dice: “Yo no quiero vestirme de saco negro en las presentaciones, quiero ser yo, quiero estar segura”. Qué más segura que llevar prendas que hablen de dónde viene ella. Ahora que ella viste estos trajes azul marino con violeta, anaranjado con rojo, texturados, con olanes, veo que más mujeres se arriesgan. Es como si fuera la ropa de la disidencia, les confiere a las mujeres afro un poder de ruptura”, añade Esteban.

La devoción de la candidata por el amarillo, su reticencia al verde, a pesar de ser el color que canónicamente pigmenta una de sus mayores luchas, la ambiental, y de la insitencia de Esteban de que combina bellamente con su piel; el hecho mismo de que haya elegido a un joven que bautizó su marca Esteban Afrika, en lugar de otros reconocidos diseñadores colombianos, son la evidencia de su devoción por la tierra de donde vienen sus ancestros, de su decisión de enunciarse como mujer que procede de una diáspora.

“La ropa que usa Francia es la ropa que una mujer afro vestiría normalmente si nuestros antepasados no hubieran sido esclavizados. A nosotros lo primero que nos quitaron fue la ropa, esa es una de las primeras maneras de dominación. Por eso, en las imágenes de las conquistas solo vemos negros en taparrabo. Muchos de esos hombres y mujeres eran maestros, artesanos, guerreros, algunos aborígenes, príncipes, princesas y gente de todas las categorías que estaba vestida, y a quienes desnudaron y alisaron el pelo con soda cáustica para torturarlos y quemar su identidad”, explica la activista y también periodista Edna Liliana Valencia.

“Con Francia Márquez, las mujeres como yo en Colombia estamos recuperando algo que nos robaron. Estamos recuperando nuestro lugar en la estética global. Estamos tan acostumbrados al referente estético del esclavo, o de la empleada de servicio o del chofer, que no vemos que África pueda tener una estética digna”, concluye Valencia quien recuerda que, la población afrodescendiente en Colombia alcanza los 15 millones de personas, es decir una población equiparable a la de Senegal.

La política de la ropa y su halo de protección

Corrían las primeras semanas de noviembre. Era el año 2014. Las tensiones en el norte del Cauca parecían insostenibles. Un día, Francia Márquez, para entonces una lideresa de renombre en la región, decidió convocar a 70 mujeres que, como ella, se habían resistido a los múltiples proyectos extractivistas que querían llevarse el oro de sus tierras, a las hidroeléctricas que querían canalizar sus ríos para darle fuerza a las represas, a los grupos armados que habían querido, a punta de violencia y de miedo, deshacerse de todo su pueblo. “¡Nos vamos a ir caminando hasta Bogotá!”, dijo Márquez ante la actitud atónita de quienes la oían.

Francia Márquez en el estudio del diseñador que confecciona su ropa.
Francia Márquez en el estudio del diseñador que confecciona su ropa.cortesía

Necesitaban sacar su lucha de ese lugar recóndito del país. Salir del Cauca para hacerse visible y exigirle al Gobierno que cumpliera con las órdenes de la Corte Constitucional que había exigido la protección de esos territorios ancestrales.

El 17 de noviembre emprendieron ‘La Marcha de los Turbantes’, como ellas mismas la bautizaron, un camino que les tomaría diez días hasta alcanzar Bogotá y que hicieron justamente armadas de sus bandejas cóncavas, sus bateas, con las que históricamente han extraído artesanalmente el oro de los ríos y con sus turbantes, hechos de pañuelos blancos y listones de colores africanos anudados en sus pelos.

Esos elementos simbólicos, diferenciales, estéticos pero fundamentales para sobrellevar el calor sofocante que se concentra en la cabeza y estratégicos, les confirieron una especie de halo de protección. Al hacerse altamente visibles, al inundar con color cuanta carretera atravesaban, la prensa colombiana las fue siguiendo, llenando páginas de noticias con reportajes gráficos. La exposición las hizo visibles, las protegió, les sirvió de eco de sus luchas.

Ese llamado de atención visual, ese acto de protesta y valentía, fue para muchos colombianos la revelación de la radical función que han cumplido las mujeres en esta zona del Pácifico. ¿Por qué eran ellas las que marchaban? “En el norte del Cauca, son las mujeres las que han estado en la línea frontal de la defensa del territorio. En estas comunidades, ellas han cumplido un papel social de ser el ombligo, el nudo, las que atan y tejen con el colectivo”, explica la periodista Carolina Gutiérrez, autora de la tesis de maestría de la Universidad Nacional de Colombia ‘Violencias contra lideresas afro territoriales y ambientales del norte del Cauca, Colombia: la espiral que no cesa (2000-2020)’, y quien desde 2016 le sigue de cerca la pista a Francia Márquez.

Las dinámicas del conflicto, en un inicio, se ensañaron en esta zona del país contra los hombres, pero prontamente, los grupos armados se dieron cuenta, de que no eran ellos, sino las mujeres, quienes sostenían las comunidades. “Son ellas las que protegen a sus hombres y se ponen al frente en el campo, porque ellos se tienen que esconder, porque los van a matar, a reclutar o porque ya están muertos. Ellas son las que quedan ahí en la primera línea de la batalla histórica que se libra, por lo menos, desde hace 20 años”, añade Gutiérrez.

Cuando Francia hace las elecciones estilísticas cada mañana, cuando toma la decisión de no elegir cualquier sastre pantalón o una camisa de cuello blanco y blazer, sino que pondera colores tejidos en patrones ancestrales que pone sobre su pelo y sobre su piel, la candidata recuerda a esas mujeres que marcharon con ella y que hacen parte de lo que ella nombra ‘los nadie’, -los que nadie ha visto, ni reconocido- y les da una dignidad y hace que sus cuerpos sean menos vulnerables, porque con ella, sus ropas, sus cuerpos, sus luchas se hacen visibles. Es como si gritara, como cuenta la leyenda africana, ‘¡Ubuntu!’: ‘¡Soy porque somos!’. De eso habla su vestido.

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