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DONALD TRUMP
Columna
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Trump, la parábola del trigo y la cizaña

Los pesimistas pueden pensar que Estados Unidos está acabado y temen lo peor: un desquiciamiento mundial que ahogue lo mejor que produjo siempre

Donald Trump
Donald Trump durante un acto de campaña en Carolina del Norte, el 30 de octubre pasado.Jay Paul (REUTERS)
Juan Arias

Tras el triunfo de Donald Trump en Estados de Unidos, la pregunta de incredulidad que más escucho es: “¿Y cómo ha sido posible?”. Me la he hecho yo mismo la noche de su victoria. Y he seguido repitiéndome cómo pudo acontecer. Más aún cuando se ha ido sabiendo quiénes le votaron: los negros y no pocas mujeres. Y, claro, los más castigados por la pobreza.

La pregunta es justa porque parece imposible que un país, el más rico y poderoso del mundo, el que ha dado más premios Nobel, el país de las universidades envidiadas, el del centro de la ciencia, el del mundo de la democracia, haya escogido a un personaje sobre el que ya han llovido calificativos tan duros que da vergüenza enunciarlos.

Todas las cancillerías del mundo libre están en alarma con el resultado de las elecciones. Lo está también Brasil, donde el presidente Lula recibió la noticia por sorpresa. Ya había anunciado su apoyo a Kamala Harris ante la convicción de que Trump no podría ganar.

Me pregunto qué más se puede decir y escribir sobre el resultado de unas elecciones en el centro del mundo en el que ha ganado y sin discusión Trump, quien mezcla sin escrúpulos a Dios con el demonio. En ello, como el resto de la extrema derecha fascista, Trump ha usado a Dios y a la Biblia, sobre todo al Antiguo Testamento, el de las guerras y las violencias, para infundir miedo y sembrar cizaña.

Habría por ello que preguntarse por qué ese afán de los nuevos movimientos derechistas en resucitar los resortes de la religión al servicio de la política. Trump ha llegado a decir que Dios le salvó del fracasado atentado porque desvió la bala del asesino.

Trump puede ser todo lo peor pero no tonto, y sabe que hoy la gran caravana de indigentes del mundo, los parias están en busca no de más democracia sino de una vida menos dura y se echan en brazos del primero que se lo promete.

“¡Pobre Estados Unidos!”, escucho tras el resultado de las elecciones. ¿Qué va a pasar con el país que ofreció siempre al mundo lo mejor de la ciencia y los cimientos de la democracia?

Los pesimistas pueden pensar que Estados Unidos está acabado y temen lo peor: un desquiciamiento mundial que ahogue lo mejor que produjo siempre. Prefiero, sin embargo, apuntarme a la pequeña caravana de los que se resisten a creer que todo está perdido. No lo está. Y puesto que los nuevos fantasmas autoritarios que se pasean por el mundo ya que están resucitando lo peor del poder religioso, el de las guerras y las inquisiciones, me gustaría recordar a esos nuevos fanáticos del Viejo Testamento, una de las parábolas del judío revolucionario, Jesús de Nazareth, que apostó por las libertades contra el oscurantismo fariseo. Por la paz contra la guerra. Que caminó al lado de los olvidados calificando de zorras a los poderosos.

Me refiero a la célebre parábola del trigo y la cizaña, al peligro de al querer salvar el grano confundirlo con la hierba maligna. Quizá hoy aquel profeta inconformista nos recordaría que la mejor política es la de estar atentos al querer arrancar la cizaña que amenaza al mundo y no confundirla con el trigo que alimenta.

Sí, la esperanza ante los empujones retrógrados que sufre nuestro tiempo y en este momento Estados Unidos, de las grandes esperanzas libertarias y científicas hoy ofuscada por la vuelta de Trump, es que sepamos separar el trigo de la cizaña. Trump pasará y el país de la ciencia y de la esperanza de libertad seguirá vivo como escudo contra las incertidumbres de un momento histórico donde, lo confesemos o no, aún no sabemos donde nos conducirá.

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