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La paranda, la música tradicional del pueblo garífuna, resiste en Nueva York

La ciudad estadounidense se ha convertido en la meca de la música de este pueblo afroindígena originario de las costas de Centroamérica gracias a su diáspora

Mike Maraza y Delmo Núñez, de la banda hondureña 'Libaña Maraza' en el parque St. James del Bronx.Corrie Aune

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Mike Maraza, el líder de Libaña Maraza, agarra el micrófono y empieza a cantar. “Ehhh…. ¡BOMBA!”, suelta. Y arranca el concierto. Son las 11.45 de la noche en el primer piso de la iglesia Inspirational Gospel Assembly en el Bronx, un espacio austero y sin decoraciones que adquiere cierto encanto con las luces multicolores prendidas. El templo alberga hoy un fedus, las fiestas del pueblo garífuna de las costas caribeñas de Belice, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Su cultura, una mezcla de raíces africanas e indígenas que tiene casi 400 años de resistencia, ha llegado hasta Estados Unidos con su diáspora, la mayor de este grupo étnico fuera de Centroamérica. Nueva York es ahora la meca de la paranda, su música tradicional.

Delmo Núñez y Mike Maraza tocan música en el Bronx.Corrie Aune

Los doce músicos —hermanos y primos entre sí— llevan gorras. Están vestidos con dashikis, las camisas tradicionales garífunas de cuello bajo, manga corta, y colores brillantes. Mike Maraza, lleva una amarilla. Él y su hermano Emilio son los cantantes, aunque también tocan percusión y guitarra, y están al frente. Los tamboristas —Julio, Chester, Delmo, Baironi y Renan—, marcan el ritmo a su izquierda. Al fondo, Julio Martínez toca la wira; Orbin, las maracas; Carlos, las congas; y Caleb en el piano. Angel y Omar pitan conchas de caracol. La paranda es un género que entremezcla todos esos ritmos. Sus letras —cantadas en idioma garífuna— transmiten historias ancestrales, desde el origen del pueblo en una isla caribeña.

Casi todo el público pertenece a la comunidad garífuna; son nacidos en Honduras y Guatemala, o hijos de inmigrantes. Más que espectadores, son participantes de una performance cultural. Las mujeres, una por una, y algunos hombres, van acercándose a la tarima. En un vaivén de bailes, replican un movimiento rítmico con las caderas y el trasero, llamado punta o banguidi, frente a los tamboristas y cantantes. Cientos de personas les rodean, haciendo un semicírculo en la oscuridad de la pista de baile. Según avanza la noche, la multitud va acercándose, hasta que, a las 3.30 de la madrugada, están prácticamente tocando a los artistas.

Libaña Maraza (Los nietos de Maraza) es un grupo de Santa Fe, Honduras. La mayoría de los 12 integrantes son de la misma familia, nietos del cantautor Marcelino ‘Maraza’ Fernandez Cayetano. El grupo ha llevado su legado hasta las tarimas de Nueva York con la urgencia de preservar su cultura e idioma. Son migrantes que trabajan largas horas en industrias manuales como la construcción, pero que sueñan con poder ganarse la vida con la música algún día.

El abuelo Maraza

Una semana antes del concierto, en un cuarto de paredes verdes, detrás de una peluquería del Bronx, los integrantes de Libaña Maraza empiezan a llegar. No hay señal telefónica en este pequeño espacio, donde apenas cabe todo el grupo. Sin saludar, empiezan a cantar y tocar los tambores. Improvisan durante 15 minutos hasta que están todos: Mike, Delmo, Julio, Emilio y Caleb han llegado. En este estudio de Nueva York graban la mayoría de sus discos y ensayan. Cuando eso sucede, es como estar en Honduras.

Una fiesta con la banda 'Libaña Maraza' en Nueva York.Dashiell Allen

El pueblo garífuna nació durante el siglo XVII, en la isla de San Vicente (Yurumein, en su idioma). Según la historia oral, un barco que trasladaba esclavos naufragó cerca de esa isla. Sus ocupantes, provenientes de diferentes pueblos africanos, se quedaron varados y acabaron casándose con miembros del pueblo indígena arawak. En 1779, cuando los británicos tomaron posesión de esas tierras, expulsaron a los garífuna a la isla de Roatán, parte de la nación moderna de Honduras. Entonces crearon comunidades en las costas de Centroamérica, la mayor de ellas en Honduras. La falta de atención gubernamental, la sobreexplotación medioambiental de las costas, y la discriminación racial, han llevado en los últimos años a muchos garífunas a migrar a ciudades como Nueva York, Nueva Orleans y Houston. Su diáspora en Estados Unidos es hoy de más de 100.000 personas.

A lo largo de la historia, la música garífuna ha sido clave para preservar la cultura. En 2001, la Unesco la declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad junto con el idioma y el baile garífuna. El Endangered Languages Project, un proyecto sobre lenguas en peligro de extinción, es un idioma “vulnerable” a desaparecer, con unos 100.000 hablantes.

Libaña Maraza es una de las docenas de agrupaciones garífunas en Nueva York. Sus canciones de paranda relatan la historia oral de este pueblo costero que vivía de la pesca y la cosecha. “La paranda es sentimiento”, dice sentado en el salón de su apartamento en el Bronx Delmo Núñez, uno de los fundadores del grupo. Este hombre alto y calvo, que toca el tambor, habla con mucha pasión sobre su cultura. En la esquina, hay un gran altavoz y en la pared, una foto de su abuelo Maraza, que falleció en Honduras en 2018 a los 98 años.

“Paranda es lo que vos pasaste en tu niñez con tus padres, o algo que te pasó a ti”, afirma Delmo. “O que hubo días que te acostaste sin comer, que no tenías dinero para comprar zapatos”. Mientras habla, él y su hermano mayor Mike muestran con sus manos el ritmo de paranda. Pese a ser el líder del grupo, Mike es más callado y parece estar pensando siempre en la composición de su próxima canción.

“Son protestas que se dicen en forma de canciones”, aporta Félix Gamboa, otro parandero solista de Nueva York. El género “narra tus sacrificios, tus vivencias … Cuando tenemos dolores emocionales, pierdes un ser querido o eres atropellado por otro ser humano”, explica. Para Víctor Arzu, el ingeniero de sonido que graba los discos de Libaña Maraza, es “la música romántica del garífuna”.

Mike Maraza muestra un video de su ciudad natal.Corrie Aune

El abuelo Maraza creció en varias comunidades garífunas de Belice y Honduras, y acabó viviendo en Santa Fe (Giriga, en garífuna). Empezó a cantar y componer canciones de paranda de niño, pese a que entonces era un género restringido a los viejos. Y con el tiempo se hizo muy popular en su país y en el exterior, entre la diáspora garífuna. Viajaba de un pueblo a otro para cantar.

Según Delmo, si pasabas 10 minutos conversando con su abuelo, él podría componer una canción sobre esa plática. Sentados en el apartamento, los dos hermanos empiezan a cantar una canción de Maraza.

Es un dúo que solía cantar su abuelo a dúo con un amigo del pueblo Santa Rosa de Aguán:

“Yo ya soñé. Soñé con mi esperanza.

Tuve una esperanza con mi luz

Yo la verdad que no tengo suerte”.

Su amigo le responde:

“Tenés que pararte fuerte, amigo

Después de lo que yo te estoy contando, mi amigo

Cuando llegue ese día”.

Inspirados por el abuelo Maraza y la música que sonaba en su pueblo, cuando tenían cerca de 10 años, Mike, Delmo y sus primos agarraron una tarde los tambores de su padre, que era artesano, y se fueron a la playa a tocar. Formaron un grupo que se llamó Los Luñitos. Cuando Mike tenía 15 años y Delmo, 13, falleció su padre. Unos años después, les tocó salir de su pueblo para buscar trabajo y ayudar económicamente a su mamá. Los Luñitos se desintegraron.

En esos años conocieron el racismo. “Sufrimos de discriminación en Honduras, mucha discriminación”, dice Delmo. “Salía a las grandes ciudades y todo era negro, negro, negro...” Para los demás hondureños, no tenían una identidad o nombre más allá de su color. Como muchos garífunas que salen de sus comunidades, vieron una falta de respeto hacía su cultura. Entonces, decidieron que tenían que preservarla y que la música era la mejor vía para hacerlo.

En 1994 crearon otro grupo musical, Hechu Garínagu (Costumbres Garífunas), que mantuvieron hasta que migraron a Estados Unidos en 2002. Entonces, Delmo y Mike crearon un grupo teatral con el mismo nombre. En 2007, los hermanos grabaron su primer disco que se llamó Libaña Maraza, en memoria de su abuelo, que incluye una canción (Libaña) en la que se escucha al anciano en garífuna decir que “ya no tiene el poder para cantar, pero que le alegra entregarle el legado” a sus nietos, explica Delmo.

Los discos de Libaña Maraza tienen una mezcla de las canciones de Maraza y nuevos temas compuestos por Mike. Han grabado seis, el último en diciembre del 2023, y están pensando en el séptimo. Todo es oral. No tienen ninguna canción redactada en papel. Para ellos, el ritmo es algo que se sintoniza y siente, no algo que se escribe.

Meriga

En la Gran Manzana, sus letras relatan la vida diaria de inmigrantes garífunas de clase trabajadora. Mike recuerda cuando, a principios de 2020, la pandemia de coronavirus le pegó duro a Nueva York y perdió su trabajo. “Cuando tú salías a la calle, sentías esa nostalgia, esa tristeza”, dice. Una noche de abril, estaba acostado escuchando las noticias y pensando en cuánta gente iba a morir y empezó a cantar: “Güda catii lobü Meriga” (Las cosas están bien fregadas aquí en América).

De ahí surgió Meriga (América), una paranda que cuenta el deseo de regresar a Centroamérica de miles de inmigrantes garífunas, y el desengaño del “sueño americano”. Meriga es el tema más exitoso de Libaña Maraza, con más de 699.000 reproducciones en YouTube. La canción va acompañada a otra titulada Giriga, en la que animan a su comunidad natal de Santa Fe a unirse para superar juntos la pandemia.

La vida no es fácil para los artistas garífunas radicados en Meriga. Durante la semana, Delmo trabaja como soldador y Mike, como mecánico de aire acondicionado. Los fines de semana ensayan y dan conciertos incluso en otras ciudades de Estados Unidos y Honduras. “Nos gustaría vivir de nuestro talento”, dice Delmo. Pero, por el momento, la distribución de sus temas depende sólo de redes sociales como YouTube, Facebook y TikTok. “La gente toma videos en los conciertos y los ponen en la plataforma, so [así que] de esa forma es que nosotros trabajamos. A puro esfuerzo”, añade.

Para Arzu, Nueva York “es el epicentro” de la paranda en el mundo. “Tenemos talento, tenemos compositores, tenemos productores”, enumera. “Lo que nos falta a nosotros es un promotor para darle más desarrollo a esta música”, opina. Él migró a Nueva York del pueblo garífuna de Tornabé a los 14 años. Desde pequeño le interesó la música, y a partir de una práctica que hizo en el colegio como ingeniero de sonido, empezó a grabar discos. Le gusta especialmente la música de Libaña Maraza, un grupo cuyos ritmos le recuerdan a su infancia en Honduras. “El estilo de ellos es bastante autóctono, es lo natural”, afirma. Su sueño es que la música de su cultura tenga el mismo reconocimiento en Nueva York que, por ejemplo, el jazz, la salsa o el merengue.

En el sótano del Inspirational Gospel Assembly, en una esquina al lado de la tarima, Nelson Melendez, conocido como Garifunastar DJ Nelson, mira a su computadora y dos discos. El DJ garífuna más destacado de Nueva York trabaja en un hotel por el día y es el representante de facto de grupos como Libaña Maraza. Nacido en Brooklyn, sus padres lo llevaron a la comunidad garífuna de Punta Gorda, en la isla de Roatán, a los seis meses. Su abuela Paulina Molina le enseñó todas las tradiciones de su cultura: desde construir casas, a prepararse para el mal tiempo o cultivar yuca, plátanos y sandía. Y, por supuesto, le transmitió el amor por la música.

“Escuchaba música una y otra vez, y me di cuenta de que ese era mi talento: relacionar una canción a otra”, dice Nelson. Ahora, “tengo la bendición de tener una buena relación con todos los artistas garífunas”. Libaña Maraza, Félix Gamboa, Aurelio Martinez, Nino Arzu o Gilili Ramos llegan a su casa para enseñarle sus composiciones antes de lanzarlas; es como su manager a la sombra.

Para él, Libaña Maraza “es uno de los activos más importantes” de su generación y cuenta con “mucho apoyo”. Pero cree que les falta un impulso de “alguien que sepa el juego de la industria [...] para elevar su música al mainstream”.

“¡Niños al frente!”

Es un sábado fresco de septiembre en Crotona Park, al atardecer. Libaña Maraza toca bajo una carpa en un escenario improvisado. Esta vez llevan camisetas con pequeñas imágenes de sus instrumentos. Están rodeados por familias que preparan baleadas, tacos, y pollo frito con tajadas, los platos típicos hondureños.

“¡Niños al frente!”, grita Mike. Los pequeños se acercan y se paran en el espacio donde los adultos bailaban punta la otra noche. Esto no es coincidencia. Transmitir su cultura es vital para los paranderos. “Cuando nosotros tocamos, la gente adulta no le da el espacio a los niños. Y para nosotros es muy importante el llamado para los niños, para poder empezar a concientizar sobre la cultura nuestra”, reflexiona Delmo. “Entonces, hacemos un número para que los niños puedan gozar, para que digan ‘Wow, el día de mañana, yo quiero ser como Mike, el día de mañana, quiero cantar como Emilio”.

Mike Maraza, Delmo Núñez y su hijo Jayeson.Corrie Aune

Los niños, felices, saltan al ritmo de la música. Los hermanos temen, como muchos miembros de la comunidad garífuna, que su idioma y cultura se pierdan si no hacen el trabajo para transmitirlo a la siguiente generación. Cuando ellos eran pequeños, en los años 80, solo se enseñaba español en las escuelas, y el garífuna estaba restringido al hogar. Por eso hay personas de su generación y más jóvenes que casi perdieron el idioma ancestral. “Ahora que están mayores, escuchan las músicas, quieren entender qué es lo que Felix Gamboa dice, pero no pueden”, dice este parandero de Nueva York. “A veces entonces solo se dejan llevar por el ritmo”.

Hoy las cosas han cambiado y los estudiantes garífunas de Honduras reciben clases en español y en su idioma. Félix Gamboa, igual que Libaña Maraza, le incita a sus seguidores a hablar garífuna con sus hijos. “Los niños son como una esponja”, dice. “El que habla dos idiomas vale por dos personas. El que habla tres, vale por tres. ¿Por qué te vas a limitar?”

Y esa invitación empieza con los propios músicos. En el parque de Crotona, a Delmo le acompaña Jayceon Núñez, su hijo de 8 años. “Adónde yo voy, mi hijo va conmigo”, dice. “Aquí en mi casa se canta garífuna. Aquí en mi casa se habla garífuna. Porque solo de esa forma podemos trascender y llevar la cultura a otro nivel”.


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