El duelo en el mundo hiperconectado pospandemia
Las redes amplifican el adiós a Verónica Forqué, Manolo Santana o Almudena Grandes, a quienes sentimos muy familiares. Y nos recuerdan nuestra fragilidad, como ya hizo la covid
A los que no tuvimos ocasión de ver jugar a Manolo Santana, el documental Leyenda Santana (en #Vamos) nos permite recuperar la historia de un chico humilde, hijo de un represaliado del franquismo, que con un físico menos imponente que sus rivales dio al deporte español algunas de las primeras glorias. Quienes no seguimos la última edición de MasterChef Celebrity tenemos la suerte de quedarnos con la ...
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A los que no tuvimos ocasión de ver jugar a Manolo Santana, el documental Leyenda Santana (en #Vamos) nos permite recuperar la historia de un chico humilde, hijo de un represaliado del franquismo, que con un físico menos imponente que sus rivales dio al deporte español algunas de las primeras glorias. Quienes no seguimos la última edición de MasterChef Celebrity tenemos la suerte de quedarnos con la Verónica Forqué diosa de la comedia, la que derrochaba encanto en Bajarse al moro, ¿Qué he hecho yo para merecer esto? o Pepa y Pepe, una carrera que se repasa en un especial en La 1. Difícil olvidar la imagen de cientos de personas anónimas que acudieron al entierro de Almudena Grandes alzando sus libros con flores, en contraste con el desprecio de algunas autoridades.
La muerte es parte de la vida, claro, y también un ingrediente de la sociedad del espectáculo, de esta era hiperconectada en la que pasamos tanto tiempo ante pantallas. Las redes amplifican el adiós a aquellos a los que no conocimos más que por su obra y proyección pública, pero nos resultan muy familiares. Hay cierta intimidad entre el espectador, el lector o el aficionado y la actriz, la escritora o el deportista. Nada comparable, por supuesto, al desgarro de perder a un ser querido y cercano. Pero algo sí te toca. En especial cuando irrumpe la tragedia inesperada, cuando la parca se lleva a quien debía tener mucha vida por delante.
Se dice que España sabe enterrar muy bien. Se dice con retintín, renegando de un país hipócrita que humilla al vivo y ensalza al muerto. Pero el homenaje a los fallecidos es la manifestación más antigua de civilización. Y no somos tan distintos: fue global el luto por John Lennon, por Diana Spencer, por Kobe Bryant, por Amy Winehouse, por Maradona. Los obituarios son un género periodístico muy respetado en el mundo anglosajón. El artista Chris Barker retrata cada año en un collage (inspirado en la portada de Sgt. Pepper’s) a los fallecidos ilustres del año: en el de 2021 aparecen el duque de Edimburgo, Charlie Watts o Raffaella Carrá. Hay justicia, aunque a menudo llegue demasiado tarde, en reconocer la huella que dejan los que ya no están.
La gran consecuencia de la pandemia en la psicología colectiva fue ver más de cerca a la muerte, sentir su amenaza. Ese efecto ha ido esfumándose, porque toca levantarse. Pero, es inevitable, cada vez que muere el otro (¿son siempre otros los que mueren?) tememos cuál será el siguiente zarpazo. Y entendemos que queda menos para nuestro propio final.
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