Viaje a los cuadernos del horror del cirujano pederasta

Joël Le Scuoarnec anotó meticulosamente todas las violaciones que cometió durante 24 años como si fueran fichas de pacientes. El horror del relato, que provocó un trauma a la agente que lo estudió, es también la prueba definitiva del caso

Sumario del caso Le Scouarnec, que contiene los diarios secretos del pederasta.Stephane Mahe (REUTRS)

El 2 de mayo de 2017 a las 8.45 de la mañana, un grupo de policías franceses con una orden judicial irrumpió en una casa adosada en Jonzac, la pequeña localidad bretona donde vivía el cirujano Joël Le Scouarnec. La Gendarmerie, tras la denuncia de una vecina, una niña de seis años que aseguraba haber sido agredida, y otros casos anteriores, sospechaba desde hacía tiempo que el hombre era un peligroso pederasta que había utilizado su condición de médico para...

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El 2 de mayo de 2017 a las 8.45 de la mañana, un grupo de policías franceses con una orden judicial irrumpió en una casa adosada en Jonzac, la pequeña localidad bretona donde vivía el cirujano Joël Le Scouarnec. La Gendarmerie, tras la denuncia de una vecina, una niña de seis años que aseguraba haber sido agredida, y otros casos anteriores, sospechaba desde hacía tiempo que el hombre era un peligroso pederasta que había utilizado su condición de médico para abusar de centenares de menores. En el interior del domicilio encontraron decenas de muñecas con objetos sexuales acoplados y bautizadas con nombres de niños, 300.000 fotos de pedofilia y zoofilia y 151 vídeos y llaves USB. Al final del registro, la gendarme Nadia Martineau descubrió debajo de un colchón unos últimos discos duros donde Le Scouarnec había almacenado el relato de la mayoría de sus crímenes desde 1990 hasta 2014, a razón de 50 páginas anuales. La agente se obsesionó con el caso, revisó a fondo las anotaciones, sus perversiones, el detalle oculto en los relatos. Aquellos documentos eran la piedra de Rosetta para descifrar el caso. También un agujero negro del que no lograría salir en los siguientes años.

El trauma que el minucioso relato del pederasta causó a la agente Martineau, atravesada por su lectura, la obligó a pedir una baja que la ha apartado de su trabajo los últimos tres años. El viernes, rota, entre lágrimas cuando intentaba detallar algunos de los pasajes de los archivos que descubrió, no pudo terminar su declaración por videoconferencia ante el tribunal que juzga el caso. “Yo hubiera querido... Lo siento mucho’”, se excusó en la pantalla que la conectaba con el tribunal. “En nombre de la Corte, esperamos que pueda recuperarse y superar esta prueba”, le deseó la presidenta antes de excusar su testimonio. El dolor de la agente Martineau, sin embargo, es el reflejo más nítido de la deshumanización de los crímenes cometidos por el cirujano. Un insoportable relato de los hechos contenido en el sumario del caso, al que ha tenido acceso EL PAÍS, que permitirá condenarle a la pena máxima.

La primera anotación que consta en el diario del cirujano, también en los documentos que meticulosamente separaba bajo los títulos de vulvettes (vulvitas) y quequettes (colitas), es de 1990 y se refiere a Delphine, una niña que entonces tenía 10 años y fue ingresada por una apendicitis aguda. Le Scuoarnec, como con el resto de víctimas, se dirigía a ella directamente en sus escritos. “Delphine, cuando te vi por primera vez no te habías terminado de despertar. Por eso pude apartar la ropa que cubría tu cuerpecito desnudo, abrir tus piernas y admirar tu pequeño sexo […]. No pude respirar tu olor a sexo, acariciarte. Lástima. Adiós, pequeña Delphine, te quiero”, terminaba en la primera entrada de su diario después de describir con detalle su comportamiento pedófilo.

Un boceto del cirujano pederasta durante el juicio en Bretaña.Alain Paillou (REUTERS)

El caso del pederasta Le Scouarnec, su investigación y proceso, está articulado alrededor del mismo elemento que él mismo convirtió en el centro de su perversión. Durante 18 años anotó todos sus crímenes en folios y en archivos de word donde sus escritos se amontonaban al mismo ritmo que sus agresiones. En todas las entradas, describía a sus pacientes y se dirigía directamente a ellos. Los clasificaba por edades. Los describía físicamente, anotaba la primera impresión que le causaban y siempre los situaba en un espacio concreto: el box de operaciones, su consulta o la habitación. Detalla también si los menores estaban solos o no y cómo logró zafarse de posibles testigos y de sus progenitores. Tenía, además de estos escritos, una lista donde anotó su biografía criminal, con nombres, edades, lugares y fechas. Hay años en blanco porque tuvo que borrar algunos cuando pensó que le había descubierto su mujer.

El promedio de edad de sus presuntas víctimas al sufrir los abusos es de 11 años, según confirmó el fiscal del caso, Stéphane Kellenberger. Del total, 158 son hombres y 141 son mujeres. Sólo 14 de ellas tenían más de 20 años cuando fueron agredidas, mientras que 256 eran menores de 15. A la mayoría confesaba amarles, sin mostrar ningún tipo de remordimiento o culpa por lo que acababa de hacer, siempre en la consulta o en la sala operatoria donde acudían los menores, generalmente aquejados de una apendicitis o peritonitis que les causaba fuertes dolores. “No te dejabas hacer porque tenías dolor en el vientre…”, se lamentaba sobre Delphine, de quien explicaba que se había resistido sin éxito a la agresión.

Una de las víctimas más de menores edad fue Tiphaine D. En su cuaderno de 1996 escribía: “Jueves. 1 de agosto 17.30. En mi consulta: He acariciado los pequeños pezones y el vientre de una pequeña niña de un año y medio, que solo llevaba un pañal. Cuando su madre se ha girado y me ha dado la espalda, he levantado el capazo para ver su pubis. Desgraciadamente, no he podido quedarme solo con la niña para introducirle los dedos”. El pederasta, que apenas mostró remordimiento en el interrogatorio, declaró a la policía que no cometió agresión sexual sobre la niña, pero que su corta edad no habría sido un freno para hacerlo.

El caso de Le Scouarnec guarda algunos paralelismos con el de Dominique Pelicot, el hombre que durante décadas drogó a su esposa Gisèle para que decenas de individuos que conocía en Internet la violasen en su propia casa. Más allá del horror y de la magnitud del crimen, de la repercusión social y mediática de los casos, ambos hombres quisieron archivar aquellos delitos de forma minuciosa: uno a través de grabaciones y el otro, mediante la cuidadosa escritura sus diarios.

Había un cierto placer por almacenar aquellos actos y poder regresar sobre ellos, en construir un relato a través del sufrimiento de sus víctimas dormidas, pero también la inevitable consciencia de que esos documentos podrían constituir la prueba definitiva de su culpabilidad. Como si, de algún modo, hubiesen querido dejar pistas para que alguien pudiese descubrirles.

Laurent Layet, el psiquiatra que analizó a Dominique Pélicot, condenado en diciembre a 20 años de cárcel tras cuatro meses de proceso (como el de Le Scouarnec), cree que “forma parte del mecanismo de perversión de este tipo de individuos, que implica, por una parte, la necesidad de tener el control y el afán de dominación, y eso pasa por anotarlo todo, documentarlo”. “Por otro lado, es una manera de prolongar el acto delictivo. Al guardar las pruebas del delito, prolongan ese placer que les produce, y esa catalogación suele ser minuciosa, se toman el tiempo de referenciar, de clasificar”.

Layet señala que, probablemente, hay una disociación o doble personalidad (su perfil psiquiátrico aún no se ha presentado): “Es lo que les permite mostrar una imagen respetable y de buen padre o marido, por un lado, y luego cometer sus delitos y prolongarlos durante tanto tiempo”. Es, según explica, “como un disco duro que funciona con una parte primero y luego con la otra, sin que entren en colisión”.

Los miembros de su familia describen a Le Scouarnec como un hombre muy inteligente y cultivado, curioso y al que le gustaba la música clásica. Parecía esmerarse en la redacción de sus sórdidos diarios. “En este funcionamiento del esquema perverso, a menudo ponen la inteligencia al servicio de esa perversión y es por eso que se tarda más en descubrirlos. A los que no son inteligentes se les pilla antes”.

Los últimos escritos de la sórdida saga literaria del pederasta son de 2014. Concretamente, del 3 de enero. La última víctima de la que habla es Hugo C., que tenía 10 años. “Viernes 3 de enero. 9.30. En su habitación en Jonzac. Hugo es un niño muy mono y por una vez que un chaval está solo en su habitación, he aprovechado, le he bajado el slip (...)”. Cuando la gendarme descubrió los cuadernos y la policía localizó a Hugo C. para interrogarle, aún era menor de edad. Le Scouarnec declaró a los investigadores que “le bastaba tocar al niño unos momentos” para poder después describirlo en sus diarios negros.

Hugo Lemonier, periodista de Medipart y autor del libro, Piégés, dans le journal intime de Dr. Le Scouarnec, una investigación sobre el caso, cree no hubo una ley del silencio en torno al médico, sino que se trata de la parálisis que provoca generalemente vivir en un ambiente incestuoso. ¿Los diarios? “Es algo que ocurre con los coleccionistas, y él lo es. Le encontraron más de 300.000 archivos. Pero no es excepcional. Este tipo de gente lo guarda todo, quieren crearse un tesoro a través de las imágenes pedófilas. Lo raro en él es que escribiese tanto, pero eso formaba parte de su tesoro. También escribió a mano, sí, pero lo escaneó luego. Son autoficciones pedocriminales. Pero los diarios los pasó a Word. Y era todo lo que poseía, la familia le había abandonado ya”. Y eso documentos los acumuló durante años, a pesar de que pudiesen acarrearle una condena. “Él pensaba que estaba por encima de la ley, no pensaba que le arrestarían. Por eso seguía haciéndolo”, señala.

La lectura de los diarios de Le Scuoarnec constituye un trauma para cualquiera que se adentre en sus textos sin una preparación específica. Lemonier, igual que la gendarme que los descubrió, también recurrió a terapia psicológica para soportarlo: “Por supuesto. Y lloré, y lloré con la gendarme. Quién se exponga a esos escritos de forma masiva no puede evitar tener una empatía enorme con ella. Y pienso que deberían condecorarla por el trabajo que hizo. Por su sacrificio. Sin ella, no existiría este caso”.

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