Sara Giménez: “Es agotador ser la gitana perfecta para todos”

La abogada, directora de la Fundación Secretariado Gitano y exdiputada de Ciudadanos, confiesa que tuvo que batallar con los suyos para estudiar y llevar una vida distinta a la que se esperaba de ella y apuesta por la educación como “la llave maestra” para acabar con la pobreza y la exclusión que sigue sufriendo su pueblo el año que se cumple el 600 aniversario de su presencia en España

Sara Giménez, empuñando la vara de su padre, y con la bandera del pueblo gitano detrás.Bernardo Pérez

Martes, una de la tarde, día de lluvia, prisas y atascos en Madrid. Sara Giménez llega apurada a la cita en la sede en Madrid de la Fundación Secretariado Gitano, un antiguo colegio en el barrio de El Pozo del Tío Raimundo, donde hasta no hace tantas décadas se levantaba un poblado chabolista. Giménez arrastra el bolsazo con el portátil, el abrigo, el paraguas y una maletilla con ruedas porque viene directa del tren que la trae de Huesca, donde reside, y adonde va y viene cada semana siguiendo, dice, la tradición nómada de su pueblo, y de su familia. De hecho, su hermano mayor nació en Argenti...

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Martes, una de la tarde, día de lluvia, prisas y atascos en Madrid. Sara Giménez llega apurada a la cita en la sede en Madrid de la Fundación Secretariado Gitano, un antiguo colegio en el barrio de El Pozo del Tío Raimundo, donde hasta no hace tantas décadas se levantaba un poblado chabolista. Giménez arrastra el bolsazo con el portátil, el abrigo, el paraguas y una maletilla con ruedas porque viene directa del tren que la trae de Huesca, donde reside, y adonde va y viene cada semana siguiendo, dice, la tradición nómada de su pueblo, y de su familia. De hecho, su hermano mayor nació en Argentina, adonde sus padres, vendedores ambulantes, iban y venían a vender telas al lote desde España hace medio siglo. Hechas las presentaciones, el fotógrafo le pide posar con la vara de hombre de respeto de su padre, Emilio, que ella se trajo de casa cuando fue elegida presidenta de la Fundación, y que ha colocado en el lugar de honor de su despacho. Puede que, al venir desde la estación de Atocha, haya visto la extinta sede madrileña de Ciudadanos, el partido por el que fue diputada por Madrid entre 2019 y 2023, antes de todas sus debacles electorales. Por algo hay que empezar la charla.

¿Qué siente al ver la sede de su partido desmantelada?

Me vienen muchos recuerdos: la noche gloriosa en que sacamos 57 diputados, la ilusión personal de iniciar una etapa política, y, también, el pesar y la tristeza de que un proyecto político moderado, profesionalizado, cercano a la sociedad y para mí valioso, no haya sido posible.

¿Echa de menos la vida parlamentaria?

Bueno, yo viví una parte muy buena, que eran las comisiones, donde se hacía política legislativa buena, pero también el circo que se montaba en el hemiciclo. Las faltas de respeto las llevaba muy mal, y los gritos. Yo decía: Dios mío, qué bochorno, es que estos debates no están en las mesas ni en los hogares. Puedes ser un buen parlamentario argumentando, sin faltar y sin gritar a nadie. Alguna vez me moría de la vergüenza y me preguntaba qué hago yo aquí.

Estudió Derecho. ¿Fue la primera universitaria de su familia?

Sí, y antes había sido la primera que terminó la secundaria, y el bachillerato, y después también he sido la primera gitana muchas veces en muchos sitios en mi vida desde que empezó mi batalla.

¿Qué batalla?

La de convencer a mis padres de que quería estudiar, ir más allá de lo que se esperaba de mí, que, en aquel momento, era que estudiara la EGB, que entonces era lo obligatorio, y me dedicara a ayudar a mis padres en el mercadillo. Entonces, cada vez que daba un salto, cada vez que cambiaba de ciclo, era una batalla con ellos. No había nadie estudiante, no se veía la necesidad y mis padres temían perderme, que dejara de ser quien soy. Porque, además, yo era chica, y en mi casa, como en muchas, había machismo. Pero tuve aliados y estrellas que me ayudaron.

¿Quiénes?

Mis profesores, las vecinas, la hermana Rosa María del colegio de monjas al que iba, que aún me emociona recordarla, y me dijo: Sara vas a tener libros nuevos porque te los voy a comprar yo. Todos ellos me ayudaron a convencer a mis padres a que me dieran las alas que necesitaba. Por eso quise estudiar Derecho, porque ya veía injusticias con mi gente. Y en mi casa también.

Esa batalla de la que habla sigue vigente 40 años después.

Sí. El 63% de los niños y niñas gitanas abandonan el colegio y el instituto antes de acabar la Secundaria. El gran reto, para todos, pero también para nosotros, los gitanos, es ver la educación como la gran apuesta de futuro para nuestro pueblo.

¿Por qué les cuesta verlo a ustedes?

Porque los contextos son complejos, y cada casa es un mundo. Si tú tienes hogares en los que el 86% de la población gitana vive bajo el umbral de la pobreza, eso te condiciona en tu día a día, en tus prioridades. A lo mejor la prioridad de mi madre era que la ayudara a vender en casa el género que no podía vender en el mercadillo, más que el que hiciera los deberes de matemáticas. Pero no porque fuera una mala madre, todo lo contrario, sino porque tus esquemas mentales cambian. O por pensar que, por mucho que estudiara, no iban a darme un empleo. El rechazo social genera también inseguridad. Todo influye. Muchas personas gitanas no han tenido otra expectativa. Y hay que generarla.

¿Cómo?

Viendo que se puede, que hay referencias. Son cambios estructurales que no se hacen de un día para otro. Trabajando mucho con las familias, dejando de ser herméticos. Viendo que la hija de Fulanita ha hecho no sé qué curso o no sé qué carrera y está trabajando, y muy bien. Una persona gitana que estudia y trabaja y le va bien en la vida es el mayor revulsivo que hay para cambiar las cosas dentro de nosotros, sin necesidad de cambiar de costumbres. Hay que visibilizar toda esa diversidad, esa incorporación. A pesar del temor de mis padres, yo no me he ido, yo me he quedado, yo adoro ser gitana.

Si le cuento que, en mi barrio, hay una familia gitana, dedicada al menudeo de droga, que se apropia de la vía pública y no deja vivir en paz al vecindario. ¿Qué le provoca?

Me provoca la energía para seguir trabajando y que esto no se produzca. La motivación y la rabia para acabar con la exclusión y la pobreza, para terminar con todo ese entramado que genera el incivismo y, por lo que me cuentas, la delincuencia que en ocasiones veis, pero que no está ligado al ser gitano. Si el gitano delinque y le tienen que caer equis años, que le caigan, pero las responsabilidades son individuales, no se criminaliza ni se estigmatiza a todo un pueblo.

Sigo: ver a niñas gitanas ‘casarse’ y tener hijos con 14 años me parece una aberración.

A mí también. Y a muchas familias gitanas. Nosotros nos casamos y tenemos hijos jóvenes, a mí me parece que los no gitanos los tenéis muy mayores, pero lo suyo es esperar a tener un desarrollo natural. Habrá casos de niñas de 14 o 15, pero son los menos. Y los que yo conozco están muy ligados, y vuelvo a lo mismo, a la exclusión y la falta de educación. Si los jóvenes gitanos se forman, su expectativa, al menos hasta los 16, es formarse. Por eso digo que la llave maestra para salir de la exclusión es la educación.

¿También para acabar con el machismo del que usted misma habla?

Hay machismo en nuestra sociedad, y los patrones patriarcales también los tenemos las gitanas. ¿Qué pasa? ¿Que las mujeres en general han evolucionado más rápido que las gitanas? Me identifico mucho con las mujeres del mundo rural, donde los roles de ser madre, de cuidar, de dedicarte a los demás antes que a ti misma prepondera. También entre las mujeres gitanas. Pero estamos rompiendo, estamos generando cambios desde dentro que igual no son tan visibles. Pero, cuando la mujer gitana trabaja, se produce un cambio en el hogar y se tiende a organizarte y tener corresponsabilidad. Por eso, la educación es fundamental para hacer lo que te dé la gana con tu vida, para tener autonomía, para ayudar a las mujeres a ser más feministas. Porque también te digo que creo que nadie nos tiene que imponer nuestro propio avance en igualdad. El movimiento feminista tiene que ayudarnos e incorporarnos, y para eso tiene que comprendernos.

Giménez, vara en ristre, posa en su despacho de la Fundación Secretariado Gitano.Bernardo Pérez

¿Cómo se quedó al escuchar a Ágatha Ruiz de la Prada decir, peyorativamente, que vivía “como una gitana”?

Te quedas helada. Dices: que alguien que tiene relevancia pública diga esto está fuera de lugar, creo que ni siquiera ella se lo pensó mucho. Pero hay como una losa de prejuicios. Por eso, este año del 600º aniversario de la presencia de los gitanos en España es importante que se nos conozca, derribar esa losa del estereotipo, tan interiorizado que a veces parece un virus. Pero algo hemos avanzado: ella ha pedido disculpas y ha habido una reacción bonita de gente apoyándonos.

Y los gitanos. ¿son racistas con los otros?

Entre los gitanos habrá de todo, como en toda la sociedad. No todo el mundo acepta al diferente. Quizá nosotros, al tener una historia tan dura, nos ha podido llevar a un comportamiento de cierta precaución. Es que nosotros, hasta la Constitución de 1978, lo hemos llevado regulera. El Reglamento de la Guardia Civil, en 1976, decía textualmente: “vigilar escrupulosamente a los gitanos”. De eso hace cuatro días. De eso venimos.

Está casada y tiene dos hijos. ¿Su marido es gitano?

No.

¿Y eso fue un problema en su casa?

Sí. Con sus padres no hubo ninguno. Pero en mi casa nunca había habido un matrimonio con alguien no gitano. Hubo, otra vez, que convencerlos de que no iban a perderme.

Otra vez la primera, otra batalla. ¿Eso cansa?

Agota. Mira, aunque no soy tan mayor, ya tengo una edad, y, con lo de ser referencia, parece que tienes que ser la gitana perfecta. Perfecta para los gitanos y para los no gitanos y eso es agotador y dificilísimo. Eres el punto de mira. Entonces, a veces tengo que buscar espacios para estar a mi aire, porque yo, realmente, soy muy libre, me da igual lo que hagan los demás, y estar siempre mirada y guardando el equilibrio me tiene hasta las narices.

¿Cómo se desfoga?

Pues corriendo, en la cinta, y, fíjate: esquiando, que también he sido la primera de mi familia en hacerlo. Mi padre, que vendía ropa de nieve en el mercadillo de Huesca cuando yo era pequeña, no quería que yo esquiara, por si me caía y me rompía la crisma, pero, mira, ahora que ellos venden ropa de señora y caballero, más de calle y estar por casa, voy yo y esquío y se la tengo que comprar a otros [ríe].

¿Le ha dejado heridas tanta batalla?

Quizá la mayor cicatriz que tengo es que me cuesta ver que hay cosas que no puedo, que no he podido cambiar. Cuando veo a una niña gitana que lo que se espera de ella es que se case y no siga estudiando, me genera el ardor de querer cambiarlo. El otro día, un sobrino mío que es camarero y ella acabó magisterio y no le dan trabajo por el apellido gitano, todo eso me hierve la sangre no poder cambiarlo.

¿Su apellido, Giménez, es “gitano”?

Donde yo vivo, sí. Tengo 10 apellidos gitanos, soy gitana por todos los costados que me mires. Y mi herida es ver que se trata a otros gitanos distinto a mí. A mi hermana, que ha trabajado en empresas de limpieza, se la trata distinto a mí. A veces veo que a mí se me trata como excepción, como la gitana guay, y eso también es racismo mezclado con clasismo. Y no se dan cuenta y te lo dicen: es que tú eres distinta, no pareces gitana. Me rebelo contra eso. Contra ver a tantas personas gitanas abajo. Narices: yo quiero al pueblo gitano arriba ya.

600 AÑOS EN ESPAÑA

Sara Giménez (Huesca, 48 años) lleva toda su vida siendo la primera de su familia siendo o haciendo algo. La primera en acabar la secundaria, la primera en acabar el bachillerato, la primera universitaria, la primera en esquiar. Pero no solo en su familia, sino en su etnia, la gitana. Fue la primera diputada gitana de Ciudadanos, la primera representante gitana en el Consejo de Europa. Todo, desde que, de pequeñita, se fijó en sus compañeras no gitanas del colegio y quiso, como ellas, tener el futuro personal y laboral abierto y no circunscrito a lo que se esperaba de ella en casa. Desde entonces, no ha parado de romper techos y ensanchar marcos. Actual directora general de la Fundación Secretariado Gitano, Giménez piensa aprovechar a fondo 2025, declarado por el Gobierno Año del Pueblo Gitano, al cumplirse 600 de la llegada del pueblo gitano a España, para que su etnia deje atrás la exclusión, la discriminación y la pobreza. Todos los días cuentan.

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