Nuria Varela: “Todos quieren el feminismo, unos para destruirlo y otros para apropiárselo”
La escritora y teórica feminista acaba de publicar ‘El síndrome Borgen’, un análisis sobre por qué las mujeres abandonan la política
Cuando se emitió la primera temporada de Borgen, hace casi 15 años, Nuria Varela recuerda que se hablaba de la serie como ejemplo de democracia sólida, envidiable, de cómo llegar a acuerdos y pactos. La ficción radiografiaba la política danesa a través de Birgitte Nyborg y cómo llegaba a ser la primera ministra de Dinamarca. Pero Varela veía otra cosa: el ejemplo de “cómo se machaca a las mujeres para hacer de sus vidas políticas algo efímero”. Es su ojo, no tiene otro, el del feminismo. Con...
Cuando se emitió la primera temporada de Borgen, hace casi 15 años, Nuria Varela recuerda que se hablaba de la serie como ejemplo de democracia sólida, envidiable, de cómo llegar a acuerdos y pactos. La ficción radiografiaba la política danesa a través de Birgitte Nyborg y cómo llegaba a ser la primera ministra de Dinamarca. Pero Varela veía otra cosa: el ejemplo de “cómo se machaca a las mujeres para hacer de sus vidas políticas algo efímero”. Es su ojo, no tiene otro, el del feminismo. Con él vio la serie y con él ha visto exactamente eso a su alrededor. Fue directora de gabinete del primer Ministerio de Igualdad, el de Bibiana Aído, y hasta el pasado año fue directora general de Igualdad de Asturias. Ha cubierto guerras, crisis migratorias, campos de refugiados, feminicidios en América Latina y ha escrito más de media docena de libros, el último: El síndrome Borgen. Por qué las mujeres abandonan la política (Penguin). En su cabeza empezó a gestarse en 2023, cuando dimitió la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, y su homóloga escocesa, Nicola Sturgeon, en menos de un mes.
Pregunta. Y se marcharon apenas sin hacer ruido, dice en el libro.
Respuesta. Con lo que nos ha costado llegar al poder, cómo es posible que lo estén abandonando con esta facilidad, sin crisis ni escándalos. En todas partes las mujeres se van, en silencio, hay muy poco ruido cuando lo hacen.
P. ¿Está pesimista?
R. [Se ríe] No, no. Es una reflexión sobre las circunstancias actuales que creo que tienen poco que ver con el discurso oficial.
P. ¿A qué se refiere?
R. Se nos dice que nos hemos empoderado, pero los datos nos hablan de patriarcado, de violencia. No está disminuyendo, acabamos de pasar unas semanas terroríficas [los nueve asesinatos que se produjeron entre finales de junio y mitad de julio], y es aún más terrible la falta de conmoción social ante esa violencia. El mundo se ha acostumbrado o no reacciona, esa falta de respeto, ese menosprecio al pensamiento, la vida, los deseos y sueños de las mujeres está muy aceptado. Tenemos que despertar. El libro es en eso una voz de alerta, una llamada a la reflexión.
P. Hace una sobre cómo se cruza la posmodernidad [la nueva izquierda] y la ultraderecha en torno al feminismo.
R. Estamos en un momento complejo. La igualdad, lejos de ser el nervio central, se ha convertido en una palabra sin contenido. Por un lado, tenemos la normalización de la desigualdad, y en nuestras democracias eso ha significado una autopista para la ultraderecha. Por otro, hay una realidad aún más compleja: tenemos una parte de la izquierda que ha comprado los postulados posmodernos que están íntimamente unidos al neoliberalismo, donde todo se centra en los deseos. Ese cruce está debilitando las democracias y el feminismo. No es casual que seamos el objeto principal de las críticas de unos y de otras. Es uno de los deterioros, todo se basa en experiencias personales, todo es válido y es delirante que cualquier cosa que haga una mujer es feminista, también en los discursos políticos.
P. No pone ningún ejemplo de políticas españolas en el libro.
R. Porque quiero hablar de política pero no de partidos. Uno de los problemas del feminismo en los últimos años es que ha sido objeto de deseo de todos los partidos, las discusiones que ha habido no han sido feministas sino partidistas. Todos quieren el feminismo, unos para destruirlo y otros para apropiárselo.
P. Entre los que quieren destruirlo en el libro aparecen ejemplos de democracia en términos negativos, es decir, el uso de emociones como el odio o la ira en política. Donald Trump, por ejemplo. ¿Sería factible en términos positivos, de empatía, sensibilidad, compasión?
R. Necesitamos con urgencia algo así, un suelo ético común: todos somos iguales en derechos y dignidad. Ese suelo tiene que estar trabajado, repetido, si no, la democracia se deteriora, se abre ese hueco del que hablábamos antes.
P. ¿Cómo se relaciona con esa expulsión de las mujeres en política?
R. La democracia en términos negativos está masculinizada y esos ámbitos más masculinos son más violentos. La política se está deshumanizando. Con el fascismo y la ultraderecha no se acaba en el último momento, con el agua al cuello, viendo que van a ganar unas elecciones, sino trabajando la igualdad, el respeto, la empatía y hasta la buena educación. Si tú educas en un suelo ético común y en un principio de igualdad, no caben discursos fascistas supremacistas. Pero no hemos logrado llegar al aula.
P. ¿Qué más no hemos logrado?
R. Un cambio de estrategia para acceder al poder. No podemos acercarnos de una en una, porque las estructuras de poder no están hechas para nosotras, somos ajenas a ellas, y de una en una no las podemos cambiar. No vamos a desmontar la casa del amo con las herramientas del amo, decía Audre Lorde. Antes la cosa era prohibir nuestra llegada, luego dejar la puerta abierta para que entremos, y salgamos inmediatamente.
P. ¿Mientras se está dentro, qué se puede hacer?
R. Deberíamos ponernos en serio a hacer políticas de igualdad que permitieran el cambio cultural necesario para acabar con las brechas de género. En los últimos años, la derecha las ha convertido en políticas de familia, y la izquierda las ha convertido en diversidad y política social.
P. La última, recién aprobada, ha sido la Ley de Paridad, ¿le parece una buena política de igualdad?
R. La paridad ha sido un instrumento fundamental para la igualdad. Ahora, hemos comprobado que la paridad en sí misma no soluciona el problema, hay que articular herramientas de permanencia, si no, estamos al principio de la conversación. Las mujeres llegan, pero son expulsadas en un ciclo al que muy pocas resisten.
P. ¿Cómo entrar en ese ciclo, en la estructura? Usted habla de que es difícil hacerlo sin legitimarla, y sin que importe su recompensa y validación.
R. Porque o te amoldas y te conviertes en una mujer que defiende el patriarcado y te admiten, o te vas. Que es exactamente lo que les pasa a muchas feministas. ¿Cómo lo rompes? Entrando por lo que creo que es el error en el sistema, equipos, redes de mujeres, apoyarnos, caminar juntas. Una sola, como decía antes, no hace nada. ¿Si una mujer llegara a ser presidenta cambiaría algo? Dependería, pero es prácticamente imposible.