Huir de la guerra con un niño con autismo: “No sabía lo que estaba pasando”
La Fundación Cadete acoge a una familia ucrania con un hijo con discapacidad en un centro de rehabilitación en Madrid que ha sido transformado en un hogar
Daniil Palijenko no sabe que hace 38 días estalló una guerra en su país. Tampoco sabe que estando allí cayeron bombas sobre su ciudad natal, Kiev, y que siguen las explosiones. Daniil tiene autismo, y lo único que sabe es que de un día para otro su rutina se vio interrumpida. Esa rutina que para él es esencial, sin la que se encierra en sí mismo, envuelto en nervios, estrés y ansiedad. A sus cuatro años tuvo que huir de Ucrania junto a su hermana de siete, su madre ...
Daniil Palijenko no sabe que hace 38 días estalló una guerra en su país. Tampoco sabe que estando allí cayeron bombas sobre su ciudad natal, Kiev, y que siguen las explosiones. Daniil tiene autismo, y lo único que sabe es que de un día para otro su rutina se vio interrumpida. Esa rutina que para él es esencial, sin la que se encierra en sí mismo, envuelto en nervios, estrés y ansiedad. A sus cuatro años tuvo que huir de Ucrania junto a su hermana de siete, su madre y su padre, como ya han hecho otros cuatro millones de ucranios. La familia Palijenko cumple este sábado, Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, dos semanas siendo acogida en Madrid por la Fundación Cadete, una asociación dedicada a la integración social de menores con discapacidad. Es la primera familia ucrania que la entidad recibe en Centro Conmigo, un espacio de tratamiento para menores con dificultades en su desarrollo, que ha sido transformado en un alojamiento especializado para familias que huyen del conflicto con un niño con discapacidad.
Sentada en su nueva mesa de comedor en el sótano de Centro Conmigo, Natalija, la madre de Daniil, cuenta que antes de la guerra el niño había aprendido a decir algunas cosas. Pero hace un mes que no habla. A las cinco de la madrugada del 24 de febrero, Natalija, de 42 años, recibió una llamada de un familiar que les dijo que la guerra había comenzado. Se asomó a la ventana a ver si era verdad. No vio nada fuera de lugar, pero el teléfono seguía sonando y los mensajes de alerta seguían llegando. “Cuando empezaron a bombardear las ciudades más cercanas de Kiev, donde vivíamos, fue cuando empezamos a oír el estallido de las bombas desde nuestra casa”, relata la madre, a través de Andriy, un traductor. Agarraron las cosas que pudieron, pensando que todo duraría una semana como mucho, y se fueron a casa de su hermana en Kaniv, a unos 120 kilómetros de la capital de Ucrania.
Decidimos que teníamos que irnos de Ucrania porque si no el niño moriría”
Allí pasaron unos 20 días. La familia empezó a notar un deterioro en los niños. A Veronika, la otra hija de Natalija, se le empezó a caer el pelo. Daniil estaba inquieto, daba vueltas y saltaba de lado a lado dentro de la casa. Se negaba a salir a la calle. No lograba adaptarse al cambio de lugar y a la falta de una rutina. En su casa en Kiev, Daniil tenía camas elásticas y otros juguetes que lo ayudaban a relajar su sistema nervioso, pero en casa de su tía no tenía nada de eso. “Nosotros podíamos hablar y procesar las cosas, pero él no. No sabía lo que estaba pasando”, explica su madre. Además de autista, el niño también es celíaco, no puede comer gluten, pero en los supermercados no había productos sin gluten ni medicinas en las farmacias. Intentaron darle productos normales, pero Daniil empezó a enfermarse: “Ahí fue que decidimos que teníamos que irnos de Ucrania porque si no el niño moriría”.
La directora de la Fundación Cadete y Centro Conmigo, María Palacios, explica que para cualquier persona la guerra ya es un horror, “pero para un niño con discapacidad supone una desprotección total”. En concreto, un menor con autismo necesita una atención constante. “Son niños muy rígidos, que necesitan toda la rutina y estabilidad posible”, apunta Palacios. Por ejemplo, los padres de niños autistas muchas veces les hacen un calendario donde anticipan absolutamente todo lo que está por venir. “Pero en una guerra eso no es posible. Ellos no entienden nada y todo es una improvisación. Esos cambios los llevan fatal y se ponen nerviosos e incluso violentos”, sintetiza la experta.
A España han llegado decenas de menores ucranios con discapacidad. El último grupo aterrizó en Valencia el pasado 26 de marzo en un vuelo fletado por el Ministerio de Defensa con 22 niños. Para Silverio Agea, director general de la Asociación Española de Fundaciones (AEF), la iniciativa de la Fundación Cadete ha sido “innovadora”. “Un proyecto como este es clave porque viene de una entidad que se dedica a trabajar con niños con discapacidad” y, por tanto, entiende sus necesidades, señala Agea. Cadete ya está habilitando otros espacios de Centro Conmigo para poder acoger a una o dos familias más.
Una nueva vida
Natalija sabía que quería llegar a España. Su marido, Arsenij, había trabajado en el país unos años antes y su hermano vive en Alicante. Pasaron dos días en Polonia tras haber cruzado la frontera, y cuando la familia estaba ya en la cola para subirse en un autobús que los llevaría a España, sin plan ninguno de dónde irían ni qué harían al llegar, conocieron a Isabel Palacios, hermana de la directora del centro donde ahora viven. Ella estaba en la frontera ayudando con la llegada de los ucranios desplazados y sabía que la Fundación Cadete, dirigida por su hermana María, quería acoger a una familia con un niño con discapacidad. Fue esa casualidad la que los llevó a Madrid. “Encontramos esta oportunidad como si hubiese sido enviada por dios”, asegura Natalija.
El nuevo hogar de la familia Palijenko cuenta con una cocina, un comedor, un salón y una habitación con una cama de matrimonio para los padres y una litera para los pequeños. Natalija ha puesto pegatinas por toda la casa con palabras en español para que la familia vaya aprendiendo el nuevo idioma. Además, tienen un espacio de rehabilitación para Daniil, donde hay trampolines como los que tenía en su piso en Kiev. “En ese cuarto Daniil se siente como si estuviera en casa”, afirma Natalija. Además de ofrecerles alojamiento, la directora de Centro Conmigo apunta que también harán terapia ocupacional e integración sensorial con Daniil y ofrecerán apoyo psicológico para la niña.
La mamá de Daniil y Veronika asegura que la primera noche que pudo descansar desde que estalló la guerra fue el día que llegó a Madrid. La familia se ha ido asentando poco a poco: la niña ya está yendo al colegio, y pronto empezará Daniil. El padre, Arsenij, empezó esta semana un nuevo trabajo en construcción. Están más que agradecidos, pero Natalija tiene algo claro: “Volveremos a Ucrania. Mi corazón está allí”, asegura. “Mi marido se siente intranquilo por haberse marchado. Él entendía que no podía dejarnos irnos solos, pero quería quedarse allí para luchar por su patria”, como ya había hecho antes en 2014 en la guerra del Donbás, afirma Natalija. Sus amigos y familiares, añade, siguen en Ucrania, donde se han apuntado a la defensa territorial liderada por voluntarios. La madre espera que en verano puedan volver a casa, aunque no sabe cómo encontrará su país.