Radiografía de un bofetón: los siete elementos machistas alrededor de Will Smith y Chris Rock
La broma, la reacción del actor, la actitud del patio de butacas o el discurso posterior son cuestiones con un trasfondo patriarcal que siguen blanqueando la violencia y el sexismo
Fue primero la broma y luego la bofetada, pero también la reacción del patio de butacas, la vuelta al escenario para recoger la estatuilla y el argumento del discurso, los vítores a esa alocución, la actitud de la Academia, la de ese círculo hollywoodiense en la fiesta tras la gala y las tendencias en redes sociales que dicen que hay parte de la sociedad —no la mayoritaria— que no solo apoya el golpe de Will Smith...
Fue primero la broma y luego la bofetada, pero también la reacción del patio de butacas, la vuelta al escenario para recoger la estatuilla y el argumento del discurso, los vítores a esa alocución, la actitud de la Academia, la de ese círculo hollywoodiense en la fiesta tras la gala y las tendencias en redes sociales que dicen que hay parte de la sociedad —no la mayoritaria— que no solo apoya el golpe de Will Smith a Chris Rock en los Oscar, sino que lo celebra. El chiste sobre la enfermedad de Jada Pinkett fue opacado por la violencia. “Se le fue la olla”, dicen o escriben quienes no están de acuerdo sin ir al fondo. El “se le fue la olla” es a ese tortazo lo que los deseos irrefrenables a la violencia sexual, un argumento falaz que se ha usado, y se usa, para explicar el acto del agresor y que solo sirve para restar responsabilidad y apartar el foco del origen de todo lo que ocurrió sobre ese escenario: el machismo.
Chris Rock tiene 57 años y lleva 38 en activo. Smith, 53, y 35 trabajando. Eso son muchas alfombras rojas, entrevistas, galas de premios y situaciones diversas en las que aprender límites, por el primero, y en las que alguien habrá tentado sus ganas de soltar un sopapo, por el segundo. Pero ocurrió la noche del domingo en el escenario de los premios más importantes del cine, el espacio que exporta la cultura que nutre y moldea mayoritariamente a la sociedad. Y no fue un arrebato, por ninguna de las dos partes. ¿Qué hay detrás de esos actos conscientes? Muchos símbolos de la estructura patriarcal. Aquí, una radiografía.
1. La broma
Chris Rock, uno de los presentadores de los premios en el teatro Dolby de Los Ángeles —después de acabar de referirse a Javier Bardem y Penélope Cruz como “Javier Bardem y su mujer”— miró hacia Jada Pinkett, casada con Will Smith y sentada a su lado, y dijo: “Jada, te quiero. Estoy deseando verte en La teniente O’Neil 2″.
Sobre los límites del humor se han escrito desde artículos hasta sentencias. Con la libertad de expresión siempre de avanzadilla, la pregunta sobre algo que constituyó lo que se conoce como body-shaming, la burla por el aspecto: por qué hacer una broma, otra vez, sobre la apariencia física de una mujer que no ha decidido raparse la cabeza, sino que sufre una enfermedad autoinmune que le provoca la caída del cabello y que ha hecho pública durante los últimos tiempos para visibilizar este problema que afecta a alrededor de un 30% de mujeres en algún momento de su vida, y sube al 55% cuando se cumplen más de 70 años.
¿Era necesaria? ¿Quería Rock apoyar de alguna forma a Pinkett? Y, si fue así, ¿pudo elegir otra forma de hacerlo? ¿Pensó el presentador que la referencia al personaje de Demi Moore era acertada? Vista desde la superficie, la teniente O’Neil es una mujer fuerte y dura que tiene que ser fuerte y dura para ser la primera en una unidad de élite del ejército de Estados Unidos; un paso más allá de la superficie, es una mujer que logra la aceptación del resto cuando se comporta como ellos, violencia, verbal y física. Solo cuando le dice a su instructor, Mortensen, “chúpame la polla”, entra en esa fratría.
Rock, quienes escribieran, revisaran y dieran el visto bueno a aquel guion, decidieron que pesaba más el humor que la enfermedad de Pinkett, ese humor. Y no llegaron a analizar el impacto emocional y psíquico que la alopecia puede conllevar.
El pelo, no tenerlo, es una cuestión que preocupa a cualquiera, a ellos y a ellas. Pero para ellas, además, es un imperativo social empezado a construir hace siglos por los artistas, hombres. Suponía y supone salud. También feminidad, identidad y belleza. En algún momento fue símbolo de riqueza, de estatus social, y a veces, aún, es un constructor de género. En el prólogo de Hair Stories, la consultora de arte Emily Lambert-Clements escribe: “Todavía hoy, es visto tanto por los hombres como por las mujeres como un signo de la identidad sexual femenina”.
Al teléfono, Mar Venegas, profesora Titular del Departamento de Sociología de la Universidad de Granada, apunta a “la erotización vigente que conlleva el pelo largo”. En una publicación de hace casi dos décadas en una revista científica de farmacia, los autores escribían: “Independientemente de su aspecto o estructura, el cabello de una mujer desempeña un papel esencial en su imagen y no en vano es considerado uno de sus atributos físicos más importantes. Los especialistas reconocen que las mujeres asumen este problema con la misma preocupación o más, si cabe, que los hombres. Produce falta de autoestima, inseguridad y retraimiento”.
2. La reacción
Pinkett no se rio en ningún momento. Smith sí, lo hizo de primeras. Es solo después —o eso se intuye, porque hay unos segundos de vacío en el vídeo—, cuando la ve, ya molesta y enfocada por las cámaras, cuando se levanta, camina tranquilo, sube al escenario, y abofetea a Rock con la mano abierta. El presentador espetó un “wow, Will Smith me acaba de dar una buena”, mientras el actor volvía a su sitio estirándose el chaleco del esmoquin. Ya sentado otra vez, gritó, dos veces: “¡Mantén el nombre de mi mujer fuera de tu puta boca!”.
¿Lo hizo porque le había ofendido la broma o porque sintió cierta responsabilidad en el malestar de Pinkett al haberse reído? ¿Le dio un guantazo por lo que Rock había dicho o para enmendar su propia reacción? ¿Tuvo que ver con el dolor de Pinkett o con cómo quedaba él ante las cámaras riéndose de la broma? ¿Fue solo machismo o fue también ego? Dice Amparo Tomé, socióloga e investigadora española especializada en feminismo, “que en cualquier caso, quien se podía levantar a decir algo, si hubiese querido, era ella. Jamás tendría que haberse dado la violencia, pero de contestar, tendría que haber sido la palabra de ella, no la de él”.
Si Smith no se hubiese levantado, la cara de Pinkett hubiese sido suficiente para abrir el debate sobre la conveniencia del humor en esa circunstancia específica, una enfermedad, y el único sobre el que habría recaído esa discusión habría sido el presentador. Pero Smith se levantó.
Y sobre eso escribía Octavio Salazar la mañana del lunes, en este diario, un análisis titulado Will Smith, otro hombre que no deberíamos ser: “Encierra todos los elementos que nos permiten identificar un modelo de masculinidad que hoy por hoy sigue siendo el principal obstáculo para construir un mundo sin desigualdad de género y en el que la violencia deje de estar legitimada. Una violencia que está vinculada a la idea de poder, a la omnipotencia en la que los varones hemos sido socializados y a la asunción de que no hay mejor manera de gestionar los conflictos que recurriendo a la fuerza. De esta manera, la violencia se convierte todavía hoy para muchos en un mecanismo de reafirmación de la virilidad y hasta de restauración del honor supuestamente perdido”.
El de una mujer adulta, de 50 años, a la que esa agresión no solo infantiliza sino que la enmarca en una vulnerabilidad falsa para la que necesita protección, también falsa, que solo él puede ofrecerle. “Defensores como si fuéramos superhéroes de las que muchos siguen considerando menores de edad”, añadía Salazar en ese artículo.
3. El discurso
Poco después del tortazo, Smith volvió al escenario para recoger su estatuilla a mejor actor por El método Williams, el biopic de la vida de las tenistas Serena y Venus Williams con su padre como protagonista. Eva Güimil apuntaba a esa historia hace unos días. “Del edificante relato que nos quieren hacer tragar solo extraigo una enseñanza: que Serena y Venus se convirtieron en dos de las mejores tenistas de la historia no gracias a su padre, sino a pesar de él”, escribió en El padre de la tenista, un cuento de terror. Para el actor, “Richard Williams fue un feroz defensor de su familia”. Así empezó los agradecimientos y con esa idea continuó durante dos minutos. Solo pidió perdón a la Academia y a los compañeros, pero ni a Rock ni a Pinkett. Y hubo quien lo vitoreó y lo jaleó.
“Estoy llamado en mi vida a amar a la gente y proteger a la gente y ser un río para mi gente. Sé que para hacer lo que hacemos, tienes que ser capaz de soportar el abuso. Tienes que ser capaz de hacer que la gente diga locuras de ti. En este negocio tienes que ser capaz de que la gente te falte al respeto. Y tienes que sonreír, tienes que fingir que eso está bien. [...] Quiero ser un embajador de ese tipo de amor, cuidado y preocupación. Quiero disculparme con la academia. Quiero disculparme con todos mis compañeros nominados. [...] Parezco el padre loco, como decían de Richard Williams. Pero el amor te hace hacer locuras”, afirmó en su discurso.
Explicar la violencia con el amor y la protección derivada de ese amor es “un sinsentido que hace mucho que sabemos que lo es”, dice Tomé. Es el argumento de los maltratadores y, cuando llegan hasta el final, de los asesinos machistas, lo de la maté porque la quería, porque era mía. El último informe del Injuve refleja que más de la mitad de los chicos entre 15 y 19 años en España todavía creen que “deben” proteger a su novia.
Es el amor asociado al control y la pertenencia del otro como posesión material, lo que subyace y sostiene las relaciones tóxicas. “Todo lo que parecía que hemos desaprendido de los mitos del amor romántico”, añade la socióloga. “El cuidado a la vida social es lo que el agua a la vida física, el mundo no puede funcionar sin agua ni la sociedad sin cuidados”, suma. Pero como con el amor, el cuidado no está relacionado, sino que es opuesto, a la violencia.
4, 5 y 6. El patio de butacas, la Academia y el ‘afterparty’
Nadie se levantó. Nadie hizo alusión. Hubo caras de extrañeza, de sorpresa, hubo quien se rio y hubo quien hizo una mueca de rechazo. Pero nadie en su discurso, excepto un tibio “paz y amor” que pidió después Anthony Hopkins cuando entregó el premio a la mejor actriz a Jessica Chastain, condenó lo que acababa de ocurrir. Tampoco nada impidió que Smith recogiera su estatuilla como si no acabara de darle un guantazo a Rock ante millones de espectadores —y esto importa en la medida que la cultura es eje socializador, de patrones de conducta y de referentes— ni que después fuese al afterparty que cada año organiza Vanity Fair con bailes, selfis y sonrisas.
La Academia, durante las primeras horas, se limitó a publicar un tuit en el que alegaba condenar la violencia “en todas sus formas”. Se pidió después a los periodistas que no preguntaran sobre el asunto y nadie quiso hacer declaraciones, como contaba hace unas horas Luis Pablo Beauregard. Ya lunes en Estados Unidos, la noche de este martes en España, ha publicado un comunicado en el que “condena” la bofetada y anuncia que se ha “abierto una investigación formal”.
Hacer alusión para romantizar el bofetón o entender las circunstancias, no incidir de forma directa para condenar la violencia o callar públicamente es aceptarla. Formar parte de ella. Convertirse en cómplices para la sociedad, aunque no lo sean para con ellos mismos o de forma privada. En la práctica es indiferente, solo se conoce lo que se comunica. “Después de los últimos años, del Me Too, de lo que se ha trabajado”, arguye Venegas. “Al final”, dice refiriéndose a la Academia, “las cosas no cambian tanto como creemos, y hay ciertas cosas que son tradición en los Oscar, como que hay determinadas conductas que no se entienden como susceptibles de ser condenadas”.
7. Grande Will
Desde que ocurrió, Will y Chris o Will Smith son trending topic (tendencia) en Twitter. Pero durante la mañana del lunes, ha habido otro hashtag que se ha hecho viral: Grande Will. Hombres y mujeres, aunque mayoritariamente hombres, publicaban a favor de ese momento de violencia. “Desde hoy en adelante mis respecto (sic) y solidaridad con Will Smith. RESPECT. No esperes un abrazo y felicitaciones si se burlan de tu mujer. No importa el lugar. Grande Will Smith”, o “Will Smith demostrando no solo que es un actor de primera, sino también que es humano y reacciona ante comentarios de mal gusto sobre su mujer. Por muy famoso que seas, eres humano, y todo tiene límites, y el respeto es lo primero. Grande Will!!”.
Esa respuesta social, explica Venegas, “es el reflejo de cómo está calando, con fuerza, la reacción al feminismo y el deseo de recuperar un modelo de masculinidad que se ha visto cuestionado. Todo este trabajo de parte de los referentes públicos sigue estando opacado por claroscuros. Hay quien ha tomado conciencia, pero la ideología antifeminista también está presente y volvemos a ese hombre protector y a las mujeres débiles e indefensas”.
Las mujeres débiles e indefensas no discuten, no protestan, no pelean —con análisis, datos, palabra y teoría— por lo que les pertenece. Callan y asumen. La masculinidad tóxica, esa que mayoritariamente se ha reconocido en Will Smith, prefiere seguir fomentando ese estereotipo porque solo así puede existir. “Ojalá, en el mejor de los casos, el ejemplo de Will Smith tenga efectos pedagógicos y genere una corriente de malestar y crítica entre los hombres. Una especie de Me Too a la inversa”, decía Salazar en el último párrafo de su artículo. Ojalá.
Por el momento, el escenario del Dolby caminó unos cuantos años hacia atrás; y Jaden Smith, uno de los hijos del actor, publicó en Twitter un somero “And That’s How We Do It”. “Así es como lo hacemos”. Así era como lo hacía su abuelo, el padre de Will Smith. En sus memorias, publicadas hace unos meses, el actor escribió: “Cuando tenía nueve años, vi a mi padre golpear a mi madre en la cabeza con tanta fuerza que se derrumbó. La vi escupir sangre. Ese momento en esa habitación, probablemente más que cualquier otro momento de mi vida, ha definido quién soy”. Así es exactamente como funciona la violencia: se aprende.