La lava y la ceniza asfixian al plátano de La Palma
La pérdida de fincas y los efectos del material piroclástico llevan a los agricultores de la isla a reclamar medidas urgentes
“Un volcán no va a poder con los canarios”, asegura Antonio Carrillo, un agricultor que gestiona varias fincas de su familia en Tazacorte y El Remo (Los Llanos de Aridane). Pese a estas palabras de confianza, el sector, pilar directo de más del 11% de la economía de La Palma, comienza ...
“Un volcán no va a poder con los canarios”, asegura Antonio Carrillo, un agricultor que gestiona varias fincas de su familia en Tazacorte y El Remo (Los Llanos de Aridane). Pese a estas palabras de confianza, el sector, pilar directo de más del 11% de la economía de La Palma, comienza a sufrir las consecuencias de la erupción en el macizo de Cumbre Vieja. “Ahora, lo prioritario es la vivienda y la agricultura”, sentencia Raúl Martín, presidente de Cupalma, la mayor cooperativa platanera de Canarias. La situación ha llevado al ministro de Agricultura, Luis Planas, a mantener este jueves una reunión telemática con los representantes del sector, en la que ha trasladado a los asistentes la solidaridad del Gobierno con los afectados por esta “difícil” situación y ha explicado el contenido del decreto aprobado el pasado martes por el Consejo de Ministros y que recoge ayudas para la agricultura, la ganadería y la pesca de la isla.
“En primer lugar están las fincas arrasadas”, explica el palmero Domingo Martín, presidente de la Asociación de Organizaciones de Productores de Plátanos de Canarias (Asprocan). “Nos encontramos con varios tipos de daños”, añade en la sede de Cupalma. “El más obvio es el que tienen los productores a los que la lava ha sepultado sus fincas”. La superficie total de terrenos arrasados está calculada en torno a las 36 hectáreas. Pero la cifra no para de crecer. “Para estos afectados, la solución es más compleja: pasa por comprar una finca similar, que puedan trabajar terrenos o que se les permita roturar y abancalar uno de los escasos terrenos libres que hay”.
Hay precedentes para ello: buena parte del delta lávico que creó el volcán de San Juan en 1949 está cultivado hoy en día. El procedimiento para convertir en fértil una superficie volcánica pasa por aplanar el terreno, aplicar una capa de drenaje y luego una capa de un metro de tierra. “Eso, con cuatro paredes se convierte en una finca”, sentencia Martín. “Al fin y al cabo, los cultivos no son más que grandes macetas”. El presidente de Asprocan, con todo, se muestra pesimista frente a esta solución: “Seguramente hoy no se permitirá por la legislación o la mentalidad de conservación existente”.
La ceniza también está causando estragos. “Es el gran problema”, explica Raúl Martín, que también es agricultor. “Se mete por todas partes y hace inviable recoger buena parte de la fruta. Hay que soplarla antes de cortarla y esto es un disparate de costes”. Según la cooperativa, puede que los productores del Valle de Aridane pierdan el 30% o 40% de la fruta, hasta 40 millones de kilos.
Existe también un problema comercial. El material piroclástico no afecta al sabor o a los nutrientes. Pero sí afea el producto. “La fruta se araña tanto al recogerla como cuando la metes en las jaulas en el camión. El resultado es que parece dañada a pesar de que es perfectamente comestible y las grandes superficies no nos la compran, no la quieren”. Domingo Martín, en este sentido, hace un llamamiento a los compradores. “A los consumidores se les ha inculcado la idea de que el aspecto externo de la fruta es índice de calidad. Y esto no es cierto, pero es muy difícil de superar”. Y por si todo lo anterior no fuera poco, el peso de la ceniza está provocando el colapso de no pocos invernaderos.
También está el problema del riego y del acceso a las fincas para darles un mantenimiento mínimo. “Hay una zona aislada, valorada en unos 20 millones de kilos, que está afectada por los cortes en el suministro”, explica Domingo Martín. “Las desaladoras portátiles que ha traído el Gobierno canario apenas van a tener un efecto paliativo: lo único que van a lograr es que las plantas se mantengan vivas hasta que haya otras soluciones”.
Cinco siglos de historia
El plátano está profundamente enraizado en Canarias. A comienzos del siglo XV se llevaron las primeras plataneras al archipiélago. Hacia 1526 la planta ya estaba aclimatada y asentada en las islas. Los marinos, de hecho, no dudaban en aprovisionarse de plátanos verdes en sus barcos para alimentarse en sus viajes a América. A finales del siglo XIX, la potente colonia británica presente en las islas fomentó su cultivo para exportarlo a su tierra natal. Tanto es así que Londres llegó a tener una zona de carga llamada Canary Wharf a las orillas del Támesis. La especulación inmobiliaria la ha reconvertido en un gran complejo de negocios, pero el nombre persiste.
En 2020 La Palma exportó 144.302 toneladas de esta fruta. Eso supone ingresos por unos 135 millones de euros, según datos de Asprocan. A esa cifra habría que añadirle las subvenciones públicas, unos 45 millones el año pasado. Es decir, 180 millones de euros sobre un PIB total de 1.580 millones (dato de 2018), según el cuadro de indicadores económicos del Ejecutivo autonómico.
Pero si el cultivo del plátano está en el ADN canario, esta presencia se torna superlativa en el caso de La Palma. Es la segunda isla por producción, con un 32,4% del total, solo superada por Tenerife (42,7%). Y eso, a pesar de que su superficie es casi tres veces menor que la de la mayor de las islas. Sus grandes hojas, o las mallas de los invernaderos, son paisaje habitual en la mayor parte de su escarpada orografía.
Su producto no solo ha sido el sustento nutricional de muchas generaciones, sino que ha permitido el desarrollo cultural y social al proporcionar a los jóvenes un futuro alejado de las fincas. “Vivimos de los plátanos, y estamos en peligro”. Son las palabras de Jorge (rehusó facilitar su apellido), un agricultor de Jedey que el pasado sábado hacía cola en la localidad de Las Manchas para entrar en su casa. “Gracias a ellos, mi hijo ha podido estudiar Medicina. Y nos siguen salvando: desde la erupción, mi mujer, mi hijo de 10 años y yo vivimos en el cuarto de aperos de la finca”.