Para recuperar la vida normal hay que estar dispuestos a desandar
Vamos a levantar restricciones porque la evolución es positiva, pero hay que estar listos para cambiar rápido de rumbo si la situación empeora
En España la evolución favorable del virus ha aumentado las prisas, lógicas, por relajar las restricciones. Los casos y los ingresos llevan semanas bajando en todas las comunidades. Es una buena noticia, aunque tampoco conviene exagerarla: en la pandemia hemos aprendido que el virus tiene dos estados esenciales, o baja deprisa o sube deprisa, pocas veces planea.
Esta semana se ha hablado mucho de Dinamarca, que inauguraba la normalidad y...
En España la evolución favorable del virus ha aumentado las prisas, lógicas, por relajar las restricciones. Los casos y los ingresos llevan semanas bajando en todas las comunidades. Es una buena noticia, aunque tampoco conviene exagerarla: en la pandemia hemos aprendido que el virus tiene dos estados esenciales, o baja deprisa o sube deprisa, pocas veces planea.
Esta semana se ha hablado mucho de Dinamarca, que inauguraba la normalidad y levantaba sus restricciones. Pero los datos de España no son los de ese país. Aunque teníamos más gente vacunada, y la incidencia de casos detectados es similar, en las últimas seis semanas hemos registrado 20 veces más hospitalizados y 10 veces más muertos por habitante, según cifras de Our World in Data.
También es un freno el ejemplo del Reino Unido. El país celebró en julio su “día de libertad”, el adiós a muchas restricciones, pero parece que pagó un precio: durante el verano las muertes se han triplicado y ahora el Reino Unido registra más decesos que el resto de la Europa rica. El martes el primer ministro, Boris Johnson, anuncio un “plan b”, que endurecerá las medidas si siguen llegando enfermos a los hospitales en otoño. Eso, atarse a un plan b, me parece que es algo que en España sería útil también. Como subrayó el portavoz científico de Johnson, la experiencia sugiere que es mejor moverse “rápido y pronto” cuando la situación empeora.
La mayoría de expertos con los que he hablado esta semana se muestran favorables a que España vaya hacia la normalidad, pero piden cautela en el proceso. La líder del grupo de Biología Computacional de la UPC, Clara Prats, me decía que con nuestro nivel de vacunación, “podríamos sostener crecimientos suaves sin problemas. Sin embargo, aún tenemos cierto riesgo si se da la tormenta perfecta —como a finales de junio—, y se entra en una dinámica de crecimiento muy rápido”. Daniel López-Acuña, exdirector de Acción Sanitaria en Crisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS), me ponía el ejemplo de Asturias, que tiene ahora mismo la incidencia más baja de casos e ingresos, “como resultado de mantener medidas no farmacológicas y no desescalar prematuramente”. Es partidario de avanzar gradual y cautelosamente, “sin olvidar que el virus todavía circula y contagia”.
El otoño favorece la circulación del virus: vuelve el colegio, aumenta el trabajo presencial y las reuniones en interiores. Nadie hace predicciones, pero no se descarta que el virus vuelva a propagarse —más bien lo contrario—. Las vacunas frenan los contagios, pero parcialmente: según un estudio de los datos del Reino Unido, evitan quizás dos tercios de los casos sintomáticos, pero si doblamos los contactos, esa ventaja se esfuma.
El motivo principal para encaminarse rápido hacia la normalidad son las vacunas. Sabemos que nos protegen de la enfermedad grave con gran eficacia, evitando quizá el 95% de los ingresos hospitalarios, más aún entre gente relativamente joven y relativamente sana. Hay evidencias de que su efectividad puede disminuir con el tiempo, como me recordaba Miguel Hernán, epidemiólogo de Harvard, pero eso puede tenerse en cuenta: “Cualquier paso hacia la normalidad debe considerar la posibilidad de reforzar la campaña de vacunación para administrar una tercera dosis”. No obstante, es complicado predecir el beneficio exacto de tener al 75% o 80% de población vacunada, porque España es el laboratorio. Somos uno de los primeros países con esas cifras, y será nuestra experiencia, junto a la de Portugal, Dinamarca o Islandia, la que irá iluminando a otros.
El otro gran argumento para relajar restricciones es el valor mismo de la vida normal. El mejor ejemplo son las escuelas, que cuando no funcionan, provocan un daño evidente a sus alumnos.
Mi conclusión sobre este puzle es una receta antigua: al virus hay que enfrentarlo con un pie en el acelerador y otro en el freno. Vamos a levantar restricciones porque la evolución es positiva, pero hay que estar preparados para cambiar el rumbo si la situación cambia. Si soy escéptico con el éxito de esa estrategia, que lo soy, es porque en el pasado rectificar se ha demostrado difícil y el freno se pisó tarde.