Francia, un segundo duro confinamiento bajo tensión

Las protestas se multiplican mientras crecen las críticas a la gestión de la pandemia del Gobierno

Feligreses protestan ante la catedral de Cambrai (Francia), este domingo. En el cartel se lee: "Queremos misa".PASCAL ROSSIGNOL (Reuters)
París -

La noche del 19 de noviembre debía ser una fiesta. Cada tercer jueves de noviembre, en Francia se celebra hasta la madrugada la llegada del beaujolais nouveau, el primer tinto embotellado del año. En este 2020, sin embargo, bares y restaurantes permanecieron cerrados, igual que todos los comercios “no esenciales”, como lo están desde que comenzó el confinamiento hace tres semanas. Los franceses cambiaron copas por televisor. Cada jueves, el Gobierno anuncia las cifras de la evolución del coronavirus. Y los 67 millones de galos que viven ...

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La noche del 19 de noviembre debía ser una fiesta. Cada tercer jueves de noviembre, en Francia se celebra hasta la madrugada la llegada del beaujolais nouveau, el primer tinto embotellado del año. En este 2020, sin embargo, bares y restaurantes permanecieron cerrados, igual que todos los comercios “no esenciales”, como lo están desde que comenzó el confinamiento hace tres semanas. Los franceses cambiaron copas por televisor. Cada jueves, el Gobierno anuncia las cifras de la evolución del coronavirus. Y los 67 millones de galos que viven el segundo confinamiento nacional en menos de ocho meses esperan con impaciencia saber hasta cuándo durarán las restricciones de este nuevo encierro que, pese a ser más laxo que el de primavera, se vive con más tensión e irritación.

“En el primer confinamiento, la gente tenía más miedo. Ahora hemos aprendido, como dice el presidente [Emmanuel] Macron, a vivir con el virus. Y como no entra el dinero, es lógico que la gente esté enfadada”, resume Joseph, vecino de los Campos Elíseos. Tampoco aquí las cosas son como deberían. Esta avenida se transforma en vísperas de Navidad en un festival de luces, suntuosos escaparates y multitudes. El confinamiento también ha dado al traste con esta ilusión. “Es triste”, admite Joseph, que prefiere no dar su apellido, mirando las calles desangeladas. Pero como cirujano que trabaja en uno de los saturados hospitales de la capital, considera que las restricciones eran necesarias. “No se podía permitir que los hospitales no fueran capaces de acoger a los enfermos”. Se ha rozado la catástrofe.

El 12 de noviembre, 32.654 personas estaban hospitalizadas con covid-19. Se superaba así el récord de la primera ola, el del 14 de abril, cuando hubo 32.292 pacientes. En cuidados intensivos se ha llegado al 94% de ocupación. Si se ha evitado “la catástrofe”, como la llama Christophe Prudhomme, médico de urgencias del hospital Avicena, en las afueras de París, es en parte porque “ha mejorado el tratamiento, lo que ha permitido mejorar los cuidados de los pacientes y reducir la duración de la hospitalización”, explica por teléfono este portavoz de la asociación de médicos de urgencias de Francia, ligada al sindicato izquierdista CGT. En la tercera semana de confinamiento, las cifras empiezan a mostrar una “ralentización” de la epidemia, y la agencia de Salud francesa confirmó el viernes que “el pico epidémico ha sido superado”. Pero “no hay que bajar la vigilancia ni los esfuerzos”, insiste el ministro de Sanidad, Olivier Véran.

Eso es algo que cuesta especialmente a los comerciantes. “Mire a su alrededor. Cerrado. Cerrado. Se vende. Solo en esta manzana, una docena de comercios no volverán”, enumera, enfadado, Jean-Philippe Mollereau, copropietario de Gavilane, un taller de bisutería de lujo en el céntrico barrio de Le Marais. “El nuevo confinamiento nos ha dado el golpe de gracia”, lamenta.

Ello les ha convertido en los grandes “rebeldes” del encierro. Las protestas de pequeños comerciantes –200.000 negocios han tenido que cerrar– se han extendido por Francia y algunos desafíos, como la decisión de la librería de Cannes Autour d’un livre de seguir abriendo, han sido celebrados por personajes públicos como los escritores Didier van Cauwelaert o Alexandre Jardin, que se han comprometido a pagar las multas de los libreros que desafíen el cierre. Incluso 47 diputados del partido de Macron firmaron una tribuna reclamando su reapertura, que el Gobierno ha accedido a permitir “en torno al 1 de diciembre”.

Pero la impaciencia se extiende. La principal organización francesa de restauración, la Umih, anunció una demanda contra el cierre administrativo de bares y restaurantes, que podría alargarse hasta enero. Varios movimientos católicos presionan para celebrar misa. Aunque son los jóvenes los que más padecen y temen las consecuencias. Según un sondeo publicado en Le Figaro, el 57% de los jóvenes entre 15 y 30 años consideran “difícil de vivir” el nuevo confinamiento, 11 puntos más que el resto de los franceses, y el 70% teme por su futuro. El miedo se extiende. Según el Banco de Francia, el 63% de los franceses estima que la economía del país se va a degradar los próximos 12 meses.

Causa o consecuencia del descontento, al contrario que en primavera, aumentan los cuestionamientos al método francés, sobre todo a la obligación de firmar una declaración para cada salida, desde comprar una baguette a acudir al médico o “tomar el aire” a un máximo de un kilómetro de distancia de casa y durante una hora como mucho. “Absurdistán”, lo llamó el semanal alemán Die Zeit en un artículo muy comentado en los medios de Francia, que también han destacado el poco cumplimiento de las normas —el 60% de los franceses dice que se las ha saltado en algún momento— y la laxa vigilancia policial. “Lo que hay que hacer es mantener los gestos barrera, pero eso no quiere decir medidas autoritarias, restrictivas, que no son bien comprendidas”, critica Prudhomme.

Impacto psicológico

El ministro de Sanidad, Olivier Véran, ha reconocido el “impacto psicológico” que está teniendo el nuevo confinamiento en Francia. La salud mental de los franceses “se ha degradado significativamente entre finales de septiembre y comienzos de noviembre”, ha dicho.

Pero, pese a las críticas que cada vez toman más fuerza, no parece que vaya a haber un cambio de rumbo significativo en el corto plazo. Aunque comercios e iglesias podrán abrir pronto, con nuevos protocolos de seguridad, el Gobierno ya ha dejado claro que la normalidad está aún muy lejos para el país. Salvar la Navidad, sí, pero nada de fiestas familiares multitudinarias o de cotillones de fin de año, ha advertido el primer ministro, Jean Castex. En principio, los franceses deberán seguir justificando sus desplazamientos, aunque con más margen. El presidente Macron debería despejar algo el futuro este martes, en la nueva alocución nacional que está previsto que haga.

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