El espinoso paso atrás de Mendirrolli
Los brotes entre jóvenes de este barrio de Pamplona, que se sienten estigmatizados, provocan el retroceso a la fase 2 para contener los contagios
El barrio pamplonés de Mendillorri lleva varios días haciendo honor a su nombre: significa “montaña espinosa” en euskera. Sus 13.000 habitantes han tenido que asumir una escalada en las restricciones —han retrocedido a las medidas de la fase 2 del desconfinamiento— para contener los brotes que afectan a esta zona residencial donde vive mucha gente joven. Así estarán, al menos, 15 días. La hostelería deberá reducir aforos y horarios a raíz de que casi dos tercios de los casos de Navarra, al menos 147, ...
El barrio pamplonés de Mendillorri lleva varios días haciendo honor a su nombre: significa “montaña espinosa” en euskera. Sus 13.000 habitantes han tenido que asumir una escalada en las restricciones —han retrocedido a las medidas de la fase 2 del desconfinamiento— para contener los brotes que afectan a esta zona residencial donde vive mucha gente joven. Así estarán, al menos, 15 días. La hostelería deberá reducir aforos y horarios a raíz de que casi dos tercios de los casos de Navarra, al menos 147, se localicen en Mendillorri, en particular —el 93%— en población de entre 17 y 28 años. El aguijón de los reproches se ha clavado entre una juventud que conforman unas 2.400 personas, emplazada a someterse a las pruebas PCR desde la tarde de este jueves y hasta el fin de semana. De momento, han respondido: el Gobierno navarro ha informado de que más de 700 jóvenes han contactado para aplicarse los tests.
La mañana comenzó con ruido de la instalación de carpas en el polideportivo de un instituto, donde los sanitarios empezaban a acumular los tests, botes de gel y mamparas de protección, y contrastaba con la calma chicha del parque contiguo. Unos patos se zambullen sin que nadie les eche un triste currusco de pan y tan solo tres chicas, de 26 años, pasean. Las jóvenes primero rechazan pronunciarse pero pronto se sumergen en un océano de críticas a quienes las miran mal cuando las ven paseando: “Hay gente mayor que se aparta cuando nos ve”. Para ellas, que no dan sus nombres, las carpas donde sus compañeros de generación conocerán si portan el coronavirus son “un paripé” porque se sienten “expuestas”. Sin embargo, las tres acudirán para quedarse tranquilas, aunque no sea obligatorio. El grupo reprocha que se culpe a Mendillorri de todo cuando, según sus palabras, el brote proviene del centro de Pamplona: acusan a varios bares nocturnos que quebrantaron las medidas de seguridad y la casualidad quiso de que varios chavales del barrio se contagiaran y expandieran el virus.
Pocas horas después, allí están, guardando cola a distancia tras recibir la llamada para hacerse las pruebas por turnos. “Como en la pescadería”, se oye comentar entre varios grupos muy enfadados por la “criminalización” que sienten haber sufrido. Muchos no quieren ni hablar y los pocos que lo hacen lamentan que lo que en el barrio parecía “una simple coña”, en referencia a una imagen que se viralizó que aludía a un supuesto partido entre infectados y asintomáticos, acabó calando en la sociedad por culpa de las redes sociales y los medios de comunicación. Varias pancartas y carteles recogen esta indignación: “No a la criminalización del barrio. No somos vuestro circo”.
Pero sus vecinos los defienden. José Mari Arana, que tiende la colada en su balcón, cree que no tienen la culpa, sino quienes han permitido aglomeraciones. “Todos hemos sido jóvenes y salido de marcha”, dice, y admite que quizá los chavales “no pensaban que podían contagiarse”. Ahora bien, matiza, su actitud ha sido encomiable: tanto los positivos en covid-19 como los aparentemente sanos se han “autoconfinado”. Lo que le molesta a Arana es que se apunte a Mendillorri, que alberga buena parte de los positivos computados en Pamplona, como causante de todos los males.
Los bares también hacen piña en torno a los jóvenes, con quienes se compadecen ante las acusaciones y cuya ausencia lamentan porque la caja registradora se abre mucho menos que de costumbre. Mikel, que prefiere no dar su apellido, regenta el asador Castillo de Mendillorri y regaña sin miramientos a los protagonistas de una tertulia improvisada en la barra del bar: no está permitido consumir en los taburetes. Toca hablar fuera, entre cervezas y vinos, con José Luis, Ángel y Ángel. Este foro no alcanza quórum al atribuir el rebrote: uno de ellos afirma que solo los jóvenes “hacen botellón”, pero otros creen que es “normal” que la cepa se reproduzca porque tampoco los adultos se comportan todos de forma responsable.
Mismo debate un par de mesas más allá. El camarero defiende a las cuadrillas del barrio y las define como “ejemplares”. Cuenta este hombre que se les ha “criminalizado” pese a que el brote proviene de la ciudad y no del barrio: “¡No hay derecho!”. Su propia hija, negativo en las pruebas, se ha aislado escrupulosamente, y añade Mikel con hastío que la falta de clientela, pues donde hace una semana había 25 comensales ahora apenas hay una decena, le hace sopesar cerrar unos días. Hasta entonces solo le queda la paciencia y confiar en sus clientes más veteranos.
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