La pandemia se desboca en un EE UU descabezado
Sin estrategia federal, con un país dividido y que bate récords diarios de contagiados, Texas, Arizona y Florida sufren más
“Creo que he cometido un error. Creía que era un bulo, pero no lo es”. Son las últimas palabras que un hombre de 30 años le dijo a una enfermera del Hospital Metodista de San Antonio, Texas, antes de morir por covid-19. Una semana antes, había acudido a una fiesta del coronavirus: “La había organizado alguien a quien le habían diagnosticado la enfermedad, y la gente va a ver si el virus es real y si se infectan”, explicaba esta semana a los medios locales la jefa médica del hospital, la doctora Jane Appleby. “El virus no discrimina, ninguno es invencible”.
La doctora Jane Appleby ...
“Creo que he cometido un error. Creía que era un bulo, pero no lo es”. Son las últimas palabras que un hombre de 30 años le dijo a una enfermera del Hospital Metodista de San Antonio, Texas, antes de morir por covid-19. Una semana antes, había acudido a una fiesta del coronavirus: “La había organizado alguien a quien le habían diagnosticado la enfermedad, y la gente va a ver si el virus es real y si se infectan”, explicaba esta semana a los medios locales la jefa médica del hospital, la doctora Jane Appleby. “El virus no discrimina, ninguno es invencible”.
La doctora Jane Appleby envió este mensaje en vídeo a los medios locales de la ciudad para concienciar a sus vecinos de que el virus es muy real. Porque en Estados Unidos, todavía hace falta recordarlo. “No quiero ser alarmista, solo quiero dar algunos ejemplos reales para que nuestra comunidad vea que este virus es muy serio y se extiende con facilidad”, afirma Appleby en un tono calmado y serio. El 22% de los que se hacen las pruebas en el condado que comprende San Antonio dan positivo. Hace solo unas semanas, era el 5%.
Texas acumula 139.000 casos de covid-19 y más de 3.800 muertos con una población de 29 millones de personas. El segundo estado más poblado de Estados Unidos registraba menos de 2.000 casos diarios en las primeras dos semanas de junio. De pronto, la cifra se duplicó el 17 de junio. Desde entonces ha seguido creciendo. El pasado 16 de julio registró su récord hasta ahora: 15.000 positivos en un día, según los datos de la Universidad Johns Hopkins.
Estados Unidos también ha batido de nuevo su récord de casos esta semana. El jueves registró 77.000 infectados nuevos. Los expertos advertían de que el aumento repentino de las cifras en junio se debía al relajamiento de la población alrededor de la fiesta de Memorial Day (25 de mayo). El temor era que se viera algo parecido unas dos semanas después de la fiesta del 4 de julio, Día de la Independencia. Los nuevos contagios detectados estos días se produjeron alrededor de las tradicionales reuniones familiares.
En todo el país se han contabilizado ya 3,6 millones de positivos, y más de 139.000 muertos en cinco meses de pandemia. Estados Unidos ha vuelto a las cifras de personas hospitalizadas de mediados de abril, más de 57.000. Entonces se concentraban principalmente en los focos de Nueva York, Seattle y Nueva Orleans, los tres primeros focos de la pandemia. Ahora están más repartidas por todo el país. La realidad es que la tragedia del principio (48.000 de los muertos pertenecen solo a Nueva York y Nueva Jersey, con poco más de la mitad de población que España entre las dos) no se ha vuelto a repetir, por el momento.
Pero se extiende. Las cifras nacionales no dan una idea de la situación, igual que las cifras de Europa no dan idea de que está pasando en Madrid o en Londres. En EE UU, el grueso de los nuevos casos y la presión más preocupante sobre los recursos sanitarios se está produciendo en Texas, Arizona y Florida. Durante varias semanas en junio, el país vivía una contradicción extraña. Aumentaban mucho los casos, pero no los muertos. Los estados y ciudades han ido relajando sus medidas de cuarentena sin que nadie supiera bien las consecuencias, mientras los expertos alertaban de que los muertos después de un brote no se ven hasta muchas semanas después. En general, la comparación de cualquier cosa con el abril de Nueva York ha creado una falsa sensación de que ha pasado lo peor. Lo peor ha pasado, sí, pero solo en Nueva York.
En Florida, con 21 millones de habitantes, se han registrado 327.000 casos (con récord de 15.000 diarios esta semana) y 4.800 muertos, una cifra que ya está creciendo a más de 100 al día durante los últimos cuatro días. El número de casos ha crecido a un ritmo del 4,3% diario en la última semana. Por comparar, en Nueva York está creciendo ahora un 0,2% diario. En Arizona (7,2 millones de habitantes) llevan 141.000 casos y 2.730 muertos. El viernes vio un récord de 147 muertos.
El aumento de cifras está trayendo consigo una creciente división en cuanto a la respuesta al virus. Con la mayor cifra de muertos del mundo sobre la mesa, el país sigue sin tener una estrategia federal. Existe una guía de actuación del Centro de Control y Prevención de Enfermedades, pero la respuesta sobre el terreno está en manos de estados, condados y municipios. A veces, de distritos. Cuanto más pegada a la calle está una administración, más seria es la respuesta. El aumento más preocupante de casos se está viendo en los estados republicanos (como los tres más afectados) donde los gobernadores navegan la contradicción de seguir lo que Donald Trump piensa sobre el virus mientras gestionan la realidad de la pandemia.
En Florida, el gobernador republicano Ron DeSantis trata de seguir los pasos del presidente Donald Trump mientras los muertos se acumulan en sus hospitales. DeSantis se niega a emitir una orden estatal para llevar mascarilla o a revertir una reapertura, mientras los alcaldes le piden que no minimice la amenaza. “Necesitamos dar sensación de urgencia y creo que tiene que venir del presidente y del gobernador”, dijo el alcalde de Miami Beach, Dan Gelber. En Georgia, el gobernador republicano Brian Kemp prohibió a las ciudades que emitan órdenes de llevar mascarilla obligatoriamente y amenazó con ir a los tribunales. Los alcaldes de Atlanta y Savannah defendieron sus ordenanzas y retaron a Kemp a que cumpla su amenaza.
Sin liderazgo
La ausencia de un liderazgo claro desde la Casa Blanca, con recomendaciones federales, está alimentando esa división y haciendo las contradicciones cada vez más mortales. “No hay una estrategia coherente”, se quejaba en una reciente entrevista con EL PAÍS la doctora Nadereh Pourat, profesora de Salud Pública de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). “Uno de los factores más importantes (en el avance de la pandemia) es que se ha dejado la respuesta en manos de los estados. Algunos intentaron controlarlo y tomar medidas y otros no hicieron nada. Incluso cuando había un liderazgo consistente, las jurisdicciones locales o regionales tomaban sus propias decisiones. Tiene que haber un acuerdo entre administraciones y tiene que haber un liderazgo federal”.
El liderazgo federal, ni está ni se le espera mientras Donald Trump piense que le perjudica electoralmente apoyar medidas tan básicas como llevar una mascarilla en público o mantener los colegios cerrados mientras no haya seguridad. Mientras, la desinformación apoyada por el propio Trump sigue corriendo sola por las redes y haciendo que muchos piensen que el virus no es para tanto. Y en algunos lugares donde Trump sigue teniendo predicamento, como Texas, la última línea de defensa son los médicos desbordados, como la doctora Appleby.
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