Un imam en cada casa para un Ramadán sin mezquitas
Los musulmanes inician una celebración “fría” por el virus y asumen el cierre de oratorios: “La salud es lo primero”
La hierba ha crecido tanto y tan salvaje que los bancos y columpios parecen flotar sobre ella. En la explanada, los locales comerciales —ahora cerrados— son una pequeña muestra de la Cataluña mestiza: los arraigados esplais para niños, el bar Jaén, la peña madridista Sant Cosme… y la mezquita de los musulmanes de El Prat. Sobre la persiana del oratorio, un cartel de la Comisión Islámica de España fechado dos días antes del estado de alarma anuncia que se suspende el salat (el rezo de los viernes) y recomienda que cada uno ore “individualmente en su domicilio”.
“La salud es lo pri...
La hierba ha crecido tanto y tan salvaje que los bancos y columpios parecen flotar sobre ella. En la explanada, los locales comerciales —ahora cerrados— son una pequeña muestra de la Cataluña mestiza: los arraigados esplais para niños, el bar Jaén, la peña madridista Sant Cosme… y la mezquita de los musulmanes de El Prat. Sobre la persiana del oratorio, un cartel de la Comisión Islámica de España fechado dos días antes del estado de alarma anuncia que se suspende el salat (el rezo de los viernes) y recomienda que cada uno ore “individualmente en su domicilio”.
“La salud es lo primero. Hay que cumplir las normas y velar por el bien de todos”, explica en su casa y con mascarilla Moussa Zinebi, de 50 años, migrante marroquí que llegó a España en los años noventa. Este viernes empezó el ayuno, que tenía previsto romper a las 20.40, cuando la oscuridad se anuncia. “La mente prepara al cuerpo para esto, no se pasa tan mal”, dice mientras saluda a los vecinos y se preocupa por si hay que llevarle la compra a Maruja, una anciana que vive sola. “El Ramadán es también ayudar a los demás”. Esa solidaridad se suele canalizar en las mezquitas. “Allí comentamos quién está en situación irregular y necesita ayuda, o a quién hay que dar de comer porque se ha quedado sin trabajo”. Pero este año están cerradas —como en casi todo el mundo musulmán— y hay que buscar otras vías.
Casado y con tres hijos, Moussa admite que va a ser un Ramadán peculiar, más triste y desangelado, pero también más íntimo, para los cerca de dos millones de musulmanes que viven en España. Aplaude la decisión de cerrar los oratorios pese a que el decreto de estado de alarma del Gobierno no prohíbe las ceremonias religiosas, sino que las condiciona a que se mantengan las distancias. “Nuestro local mide menos de 100 metros. Si tenemos que dejar separación, no cabe casi nadie. No vale la pena, hay que ser prudentes. Y además el Ramadán se puede celebrar igual, pero en casa”.
La casa es el nuevo oratorio. Y el padre de familia (si lo hay), el nuevo imam. “Cada hombre recita el Corán como si fuera el imam. Y su familia le sigue”, explica Aziz Sabbani, secretario de la mezquita Al-Fath de L’Hospitalet. Más allá de rezos y encuentros, insiste en el mandato de ayudar a los demás. “Hay gente con negocios que nos ha traído palés con leche o azúcar. Hemos pedido permiso al Ayuntamiento para repartirlo”, resume Aziz, empleado de una empresa de componentes electrónicos para Seat que sufre un ERTE.
“Me fastidia, para nosotros es un mes sagrado”Hicham Faiz
Hicham Faiz, también afectado por un ERTE (trabaja en un centro de menores), asume el valor supremo de la salud “tal como marca Alá”. “Me fastidia porque para nosotros es un mes sagrado, una sensación bonita. Pero si los bares y discotecas están cerrados, no vas a abrir la mezquita”. Con 40 años, vive con su mujer en Barcelona. Han comprado dátiles para romper el ayuno y preparan harira (una sopa marroquí) y otros platos típicos. Lo que más le duele es que, esta vez, se queda sin la cocina de su madre y sin ver a sus hermanos. Evoca nostálgico un Ramadán “normal”, como el del año pasado: “Después de cenar, tomamos café con los amigos, jugamos al parchís en un local y vamos a rezar a la mezquita. Este año va a ser muy frío”.
Sin imam, quedan dos opciones: acudir a los canales internacionales en árabe o dirigir el rezo uno mismo. Hicham dice que combinará las dos. La oración de la noche (tarawih) es una lectura del Corán “en voz alta”, aunque procurará “no molestar” a los vecinos. Él lee; su mujer puede estar en la misma estancia, pero “detrás”, o rezar (“siempre que no tenga la regla”, aclara) en otra habitación.
En un piso de Salt (Girona) viven Asas El Harhar, de 51 años, y sus dos hijas. Asas está separada y trabaja en una panadería. Repasa los platos que piensa preparar para cuando se ponga el sol y confiesa también la extraña sensación de soledad de este Ramadán. “No podemos ver a la familia, ni visitar a nuestros amigos, cada uno está en su casa”, explica la mujer, que vive estas semanas de confinamiento con angustia y miedo al contagio. Como no hay hombres en la casa de Asas, el imam es ella, pero se impone otra jerarquía, la de la edad: “Yo leo el Corán y mis hijas salen a rezar detrás de mí”.
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