Nadie se ríe de dios

Basta de ventanas aburridas que conservan la vida. Que nadie se olvide de quién manda

Una pareja sale al balcón para aplaudir a los sanitarios.Toni Albir (EFE)

Me imagino que cada ventana es un canal de entretenimiento para dios y este hace zapping todo el tiempo. Me gusta pensarlo así porque me quito un peso de encima y siento que nadie me observa; todas estamos bien en casa, somos aburridas. Dios se va a otro canal. Lo de pintarme los labios de rojo y ducharme todos los días es más por salud mental que por impresionar.

No tengo balcón y estoy en un segundo piso de un edificio construido en 1934 según los datos catastrales de la declaración de la renta del ejercicio 2019. Así que mi visión es corta. No hago zapping vecinal porqu...

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Me imagino que cada ventana es un canal de entretenimiento para dios y este hace zapping todo el tiempo. Me gusta pensarlo así porque me quito un peso de encima y siento que nadie me observa; todas estamos bien en casa, somos aburridas. Dios se va a otro canal. Lo de pintarme los labios de rojo y ducharme todos los días es más por salud mental que por impresionar.

No tengo balcón y estoy en un segundo piso de un edificio construido en 1934 según los datos catastrales de la declaración de la renta del ejercicio 2019. Así que mi visión es corta. No hago zapping vecinal porque la oferta es poca: el vecino que se asoma poco y de vez en cuando sale desde su balcón a aplaudir al personal sanitario. O la pareja que abre de par en par sus persianas y que dan muestra de su habilidad para construir rompecabezas. De ahí en fuera, nada, el barrio suele ser silencioso, por eso, cuando un auto pasa por nuestra calle se escucha con claridad: el otro día, en menos de media hora pasaron tres patrullas sin sirenas pero con sus colores distinguibles y su mensaje claro: te estamos observando. Dios no es nuestra única audiencia.

Antes, cuando la rutina en las calles era abrumadora y la mano invisible de dios no tenía restricciones, miraba el número contiguo a mi edificio, donde hay un espacio que promete ocho viviendas de al menos cien metros cuadrados, dos habitaciones y algún lujo poco memorable desde 249.000 euros, y me preguntaba cuándo es que empezarían a escucharse los trabajadores rompiendo bloques y construyendo otros.

En todo el tiempo que he vivido aquí, no hubo movimientos hasta hace unos días, en pleno confinamiento. Antes de las nueve de la mañana el golpeteo incesante y algunos vecinos gritando que se detuvieran hasta que se detuvieron, pero prometieron regresar pronto porque tienen el permiso para trabajar, el Gobierno lo ha sentenciado además: dios no quiere esperar, se siente débil, teme por su existencia, necesita retomar las riendas, ver acción. Basta de ventanas aburridas que conservan la vida. Que nadie se olvide de quién manda.

Desde que empezó todo esto no puedo evitar tener en modo loop dentro de mi cabeza, la canción de Regina Spektor Laughin with:

No one laughing at God in hospital

No one's laughing at God in a war

No one's laughing at God when they're starving or freezing or so very poor

Pero dios sí se ríe de nosotras. Sabe que tiene adeptos y férreos defensores que lo pondrán por encima de las vidas para que sus centros de adoración financieros sigan. Nosotras, en casa, escuchamos sus carcajadas entre un golpeteo y otro de la maquinaria. Y aunque seguimos siendo las de la ventana aburrida, por dentro, hay una trama que se teje, ya le avisaremos, por si se quiere asomar a nuestro canal: seguimos vivas y le exigiremos cuentas. Ya verá lo divertido que va a ser. Nadie se ríe de dios, hasta que se ríe y vaya, qué contagiosa será nuestra risa. Nadie se ríe de nosotras, ni de nuestros vecinos, sin consecuencias.

Brenda Navarro es escritora mexicana afincada en Madrid. Su último libro es Casas vacías (Sexto Piso)

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