El mes que sumió a Italia en la peor crisis desde 1945
El país sigue aplicando restricciones cada vez más severas ante el agravamiento de la situación
Hace un mes Roma, Milán, Florencia, Nápoles o Bérgamo derrochaban vida. Todo marchaba con normalidad, y el país, de hecho, se preparaba para celebrar el quingentésimo aniversario de la muerte de su gran pintor, Rafael. Italia miraba con preocupación a China, epicentro de la pandemia, pero con la sensación de que todo estaba bajo control. Los casos infectados eran tres, todos importados del país asiático, y estaban aislados en la capital en un hospital de referencia en enfermedades infecciosas. El primer contagio local confirmado aquel 21 de febrero, ahora imposible de olvidar,...
Hace un mes Roma, Milán, Florencia, Nápoles o Bérgamo derrochaban vida. Todo marchaba con normalidad, y el país, de hecho, se preparaba para celebrar el quingentésimo aniversario de la muerte de su gran pintor, Rafael. Italia miraba con preocupación a China, epicentro de la pandemia, pero con la sensación de que todo estaba bajo control. Los casos infectados eran tres, todos importados del país asiático, y estaban aislados en la capital en un hospital de referencia en enfermedades infecciosas. El primer contagio local confirmado aquel 21 de febrero, ahora imposible de olvidar, frenó todo en seco y dejó paso a la pesadilla.
Un hombre de 38 años, deportista, sin ninguna conexión con China, residente en la localidad de Codogno, un pueblo de 15.000 habitantes a 60 kilómetros de Milán, fue el paciente uno oficial en Italia. El virus se extendió en el hospital en el que había sido atendido, en principio por una neumonía atípica, también entre el personal sanitario. Los científicos no consiguieron identificar al paciente cero que contagió a este hombre, por lo que la contención del virus se complicó. Según los expertos, el virus circulaba ya por el país transalpino desde hacía semanas sin que nadie lo hubiera advertido, confundido con una gripe común o transmitido por pacientes asintomáticos. “El que llamamos el paciente uno probablemente era el paciente 200”, ha dicho el virólogo Fabrizio Pregliasco.
El domingo 23 de febrero, cuando el número oficial de contagiados superó los 130, el Gobierno ordenó cerrar por completo 11 localidades de Lombardía y Véneto en las que viven 50.000 personas y donde se había registrado la mayor parte de los contagios. Hoy, las buenas noticias solo llegan desde esos pueblos, donde se ha frenado casi completamente la propagación del virus. Además, el primer contagiado, después de pasar casi tres semanas ingresado en la UCI, está a punto de recibir el alta.
En el resto del país, que hace unos días superó a China en número de fallecidos, la situación sigue siendo crítica, aunque el domingo 22 de marzo se registró un ligero freno de los contagios y los decesos respecto al día anterior. En las últimas 24 horas, han muerto 651 personas que se habían contagiado, por lo que el total de muertos con coronavirus en Italia es de 5.476. En el último día se han infectado 3.957 personas y desde que se desató el brote se han registrado 59.138 casos, de los que 7.024 se han curado.
“Es la peor crisis que vivimos desde el final de la II Guerra Mundial”, resumió el primer ministro Giuseppe Conte el sábado por la noche cuando decretó el cierre de todas las fábricas y actividades productivas que no sean imprescindibles para el funcionamiento del país. Las medidas son cada vez más restrictivas. Este domingo, Sanidad e Interior prohibieron que la gente cambie de localidad, salvo por necesidades laborales comprobadas o por razones urgentes o de salud. Hasta el momento se permitía viajar de una ciudad a otra también para regresar a la propia residencia, por lo que muchas personas, sobre todo estudiantes, se han trasladado en masa desde el norte hasta el sur, menos afectado.
La toma de conciencia generalizada y las prohibiciones han llegado de forma paulatina. Al inicio, según Sandra Zampa, subsecretaria de Sanidad, Italia no percibió el ejemplo de China como una advertencia práctica, sino como “una película de ciencia-ficción que no nos concernía”. Más tarde, cuando se desató la crisis sanitaria, el resto de Europa y Estados Unidos miró al país transalpino “como nosotros habíamos mirado a China”, en palabras de Zampa.
El 27 de febrero, con más de 400 contagios y una decena de muertos, el líder del Partido Democrático, Nicola Zingaretti, que gobierna en coalición con el Movimiento 5 Estrellas, publicaba en sus redes sociales una imagen suya rodeado de amigos, en un típico aperitivo milanés. “Palabra obligada: normalidad. No perdamos nuestras costumbres”, se leía en el pie de foto. El mismo día, cuando ningún otro país europeo contabilizaba aún casos locales, los ministros de Exteriores y Sanidad comparecieron ante la prensa extranjera y aseguraron que la amenaza de contagio para el grueso de la población era ínfima y que Italia era un país seguro. Temían los estragos que el virus pudiera causar en la maltrecha economía del país.
Apenas 10 días después, el número de casos se había disparado hasta los 5.300 y habían fallecido más de 200 personas. Zingaretti publicó de nuevo un vídeo en sus redes, esta vez anunciando que él también había contraído el virus.
Esa misma noche, el primer ministro ordenó el confinamiento a 16 millones de personas de la región de Lombardía y otras 14 provincias del norte. Dos días después, el 11 de marzo, con una Italia aún en estado de choque, el Gobierno amplió la cuarentena a todo el territorio nacional y cerró todos los negocios salvo los de alimentación, las farmacias, los estancos y los quioscos. Giuseppe Conte lanzó un mensaje claro, en forma de eslogan: “Yo me quedo en casa”. “Mantengamos hoy las distancias para poder abrazarnos mañana más fuerte”, dijo
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