El aprendizaje con voluntariado en los colegios de Estados Unidos que triunfa ahora en España

Campañas para donar sangre, restauración de pueblos abandonados o proyectos ambientales. Más de 300.000 escolares aprenden ya a través del compromiso

Madrid -
35 centros educativos de Mallorca reforestan la sierra de Tramuntana.

Hace 50 años Estados Unidos acuñó el término service learning—aprendizaje-servicio—, una palabra muy poco seductora para describir un fenómeno que llega a España con décadas de retraso pero con fuerza para quedarse. La escuela articula un proyecto, muy tutelado por los profesores, que involucra a los estudiantes con los problemas de su entorno —medioambientales, sociales, de salud— para mejorarlo. Al menos 300.000 estudiantes desde Primaria a Formación Profesional aprenden ya en España con esta metodología....

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Hace 50 años Estados Unidos acuñó el término service learning—aprendizaje-servicio—, una palabra muy poco seductora para describir un fenómeno que llega a España con décadas de retraso pero con fuerza para quedarse. La escuela articula un proyecto, muy tutelado por los profesores, que involucra a los estudiantes con los problemas de su entorno —medioambientales, sociales, de salud— para mejorarlo. Al menos 300.000 estudiantes desde Primaria a Formación Profesional aprenden ya en España con esta metodología. No existe un censo, pero cada vez son más los proyectos. Solo un puñado de ejemplos. 20.000 niños de Granada participan en Vega Educa, que sensibiliza sobre el cambio climático; el banco de sangre catalán involucra a 29.000 escolares en campañas de donación y hay programas para restaurar pueblos abandonados, frenar el absentismo escolar o el sedentarismo de los mayores con la ayuda de médicos.

En el sudeste asiático y China existen redes muy potentes de escuelas de aprendizaje-servicio; Alemania, Reino Unido o Irlanda tienen una larga tradición en Europa, como ocurre en América Latina. Y, en España, el proyecto de ley educativa del Gobierno en funciones hace un hueco a la enseñanza solidaria, que según expertos consultados debería ser materia transversal. “En el conjunto de los tres primeros cursos de secundaria, los alumnos podrán cursar alguna materia optativa (...) Podrá configurarse como un trabajo monográfico, un proyecto de colaboración con un servicio a la comunidad...”, reza el texto. Desde el ministerio no se ofrece información más detallada porque “la ley puede sufrir muchas modificaciones”, afirma una portavoz, máxime tras la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno.

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Los ejemplos por toda España son innumerables y parte de ellos han competido el pasado diciembre en los premios Aprendizaje y Servicio convocados por la red española en colaboración con la editorial Edebé y la Fundación Educo: hasta 36 centros mallorquines han sido galardonados por sus proyectos conjuntos para señalizar rutas, recuperar asentamientos o limpiar a Sierra de Tramuntana; los pequeños de infantil del colegio Santo Ángel, de Palencia, han grabado un spot publicitando para defender el juego limpio en el deporte; o los institutos Antonio José Cananilles y Virgen del Remedio, de Alicante, recorren la provincia contando el cuento La gitanita de papel para frenar el absentismo escolar por razón de género. La red contabiliza 51 municipios implicados, 19 de ellos en Cataluña.

Roser Batlle, fundadora de la Red Española de Aprendizaje-Servicio, considera que en un primer momento este aprendizaje no puede ser obligatorio: “No tiene sentido si el proyecto no está maduro y los profesores formados y convencidos”. Pero luego sí debe convertirse en indispensable. Como en Cataluña, donde desde este curso hay que hacer la práctica en 3º o 4º de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). “Lo han hecho bien, en seis años, preparando a los educadores, intercambiando experiencias…”, se alegra.

Juan de Vicente Abad, orientador del instituto Miguel Catalán de Coslada (Madrid), cuenta cómo se iniciaron ellos en esta metodología en 2010: “Tradicionalmente los chicos de Secundaria trabajaban en temas de prevención de acoso en tutoría, pero en Bachillerato no la hay, así que les dábamos largas cuando nos decían que querían hacer algo. Decidimos hablar con el Ayuntamiento para que fuesen de voluntariado por el hospital con la biblioteca portátil pero, a los tres meses, descubrimos que un profesor de California explicaba el medio ambiente y contenía con sus alumnos una duna con una empalizada. Se nos abrieron los ojos: podíamos vincular la participación ciudadana con el aprendizaje de las asignaturas”. Empezaron a aplicar la metodología en Bachillerato y después descendieron a Secundaria. Hoy tienen infinidad de proyectos: forman a alumnos como guías por el Museo Arqueológico Nacional de personas con Alzhéimer; tienen un huerto que cuidan con mayores del barrio; hicieron una auditoría de los servicios del Ayuntamiento... “Es muy motivador porque te conecta con la vida y desarrollas unas habilidades —trabajar en equipo, comunicarte...— que te ven a pedir en el mercado de trabajo”, dice De Vicente.

La gitanita de papel, proyecto de los institutos Antonio José Cavanilles y Virgen del Remedio de Alicante.

El aprendizaje es transversal. Con la profesora de Lengua aprenden el microrrelato para hacer cuñas publicitarias de radio o en Matemáticas trabajan estadística con los datos que proporciona el centro de transfusiones de sangre” del maratón que organizan, continúa el orientador, ganador del certamen al docente más innovador de España 2016 de la plataforma Proyecta.

El servicio de Catalán se extendió por Coslada y hoy los siete institutos tienen este aprendizaje. “En el área de Juventud hay una oficina de voluntariado y eso nos permitió conocer el tejido asociativo y poner en contacto a los centros educativos y las entidades sociales de Coslada. Ha sido un cóctel perfecto”, se felicita la técnico Mar Cruz. Cuatro componentes del grupo de investigación de educación moral de la Universidad de Barcelona (Josep Maria Puig, Mònica Gijón, Xus Martín y Laura Rubio) concluyeron en Aprendizaje-servicio y Educación para la Ciudadanía (2011) que esta práctica “mejora el rendimiento en pruebas estandarizadas, las notas medias o la asistencia y la motivación en la escuela”. Y ello es posible porque se desarrolla una mayor habilidad para sintetizar información compleja, para entender conceptos o para concienciarse de cuestiones sociales. Además, se les expone a otros juicios y mejora la autoestima y la capacidad de liderazgo, según el estudio.

“Motiva a los alumnos. Ha bajando el absentismo esas horas; prestigia a los centros, porque se ve a unos jóvenes comprometidos con la sociedad; ha ayudado a la innovación pedagógica, porque no es lo mismo preparar una clase magistral que un encuentro con una entidad social, y los centros están más abiertos a la sociedad”, enumera Lluís Esteve, maestro y asesor de Educación del Ayuntamiento de Hospitalet de Llobregat. “Y, lo que hemos visto últimamente, es que algunos de estos jóvenes orientan sus estudios en función de esta experiencia y parte se incorporan a las asociaciones en las que estuvieron”.

“Cuanto mayores son los alumnos la implicación crece, están más concienciados”, opina Carme Frau, asesora de formación en Baleares. “Por eso es tan importante el aprendizaje-servicio en la Universidad, donde se está extendiendo mucho”. Frau coordina a 36 colegios e institutos en el programa Sierra de Tramuntana que tiene la montaña mallorquina como eje. Los proyectos no son solo medioambientales (señalización de zonas, guías por rutas poco transitadas) sino lingüísticos (recuperación de leyendas), arqueológicos (excavaciones) o sociales (acompañamiento de mayores).

Los ejemplos de aprendizaje-servicio son innumerables y van a más. Desde 2004 la Fundación Zerbikas promociona esta práctica en el País Vasco; en Cataluña, lo hace el Centre Promotor d’Aprenentatge Servei; en Madrid la Fundación Tomillo... Y Asturias, Aragón, Andalucía, Canarias, Comunidad Valenciana, Castilla y León, Baleares y Navarra favorecen esta metodología en su normativa, pero no es obligatoria como sí ocurre en Cataluña.

De centro a evitar, a referente

El aprendizaje-servicio llegó a Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña con 261.000 habitantes (18% inmigrantes), hace 13 años como una prueba piloto promovida por la Fundación Jaume Bofill, la Generalitat y la Universidad de Barcelona. “Lo primero que hicimos fue formar al profesorado, los monitores de tiempo libre y las entidades sociales”, cuenta Lluís Esteve, teniente de alcalde de Educación cuando se implantó el programa. “Y lo impulsamos por Internet a través de una red de participación que aúna a los centros educativos y de tiempo libre y las entidades sociales. Ahora tenemos unos 110 proyectos al año que implican a 35 centros educativos”, enumera el hoy asesor de Educación.

La Universidad de Barcelona estudió un caso concreto, el del Eduard Fontserè, que pasó de ser un centro a evitar a un referente en la zona. Organizan distintas actividades, el clima escolar ha mejorado, han aumentado las matrículas en bachillerato (de 20 a 30 alumnos) y la tasa de graduados (del 45% al 80% en una década) y el absentismo que era de un 16%, se sitúa ahora en el 2%.

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