Las Palmas de Gran Canaria, con clima tropical y mucha vida de calle, es una de las capitales que aporta más jugadores a la primera y segunda división del fútbol español.
–¿Cómo se consigue que un niño toque el violín y no un balón?
–El fútbol tiene una base de rivalidad que no conecta con todos los pibes [niños]. La música es cooperación.
José Brito es el fundador de Barrios Orquestados, una iniciativa que acerca la música a zonas periféricas de Las Palmas con difícil acceso a la cultura. Gratis. Las clases y el instrumento. Pero con un gran coste de tiempo y esfuerzo para los niños y sus familias. Los muchachos, a partir de los cuatro años, acuden sin falta de lunes a jueves una hora al día. Al menos uno de sus familiares asiste obligatoriamente a clases de canto una vez por semana. Y un sábado al mes se reúnen para ensayar junto con más chavales de otros barrios. “No quería un proyecto guardería. Los familiares no acompañan a los niños, están dentro”, afirma Brito, profesor de la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Las Palmas y músico. “Enseñamos música a los padres para que sean conscientes de lo difícil que es lo que han logrado sus hijos”, añade este director de orquesta.
El proyecto, que arrancó en 2012 en el barrio popular de Tamaraceite, está presente en otros cinco distritos más de la ciudad, en dos áreas de Tenerife y en otras dos en Lanzarote. Barrios, como se conoce coloquialmente, empezó con una decena de chavales y otros tantos violines donados por músicos. Siete años y medio después la asociación tiene un presupuesto de medio millón de euros, ha enseñado música a 600 niños y familiares y emplea a una veintena de profesores, agentes sociales y gestores. La financiación es mixta. El 57% de los fondos proceden del sector público y el 43%, de una treintena de fundaciones que hace aportaciones anuales. “Este formato nos garantiza autonomía”, explica el director del proyecto, que invierte mucho tiempo en tocar puertas para recibir o renovar donaciones.
Brito, que ha crecido rodeado de música en su familia, pone el foco en lo grupal y no en lo individual. "La música tiene un efecto cohesionador". Pero matiza este estudioso que se matriculó en Filosofía por la UNED: "No se trata de que los niños sean figurantes, sino de buscar la excelencia personal para el colectivo. En la música no existe la rivalidad de quitarle el balón al otro". Poco futbolero, pero seductor en el discurso y astuto, no rehúye el fervor que despierta este deporte. Barrios Orquestados lo ha concebido como una liga sin competición. Cada barrio cuenta con dos equipos de 20 niños, unos mayores (a partir de 9-10 años) y otros pequeños. “Si los grupos fueran más numerosos los niños se perderían; si fueran más pequeños se sentirían solos”, justifica. El final de temporada tuvo lugar el domingo pasado en el auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas ante 1.500 espectadores. Por quinto año cerraron el curso con un concierto de música clásica (Beethoven y Mozart), canciones populares y un tango. La última pieza la interpretaron los dos centenares de niños de los seis barrios y sus familiares, juntos en el escenario.
300 niños y familiares interpretan juntos el 'Dies Irae' de Mozart
Imagen: Amaury Santana/Daniel Garrido
Este réquiem interpretado por los padres y alumnos de los seis barrios de Las Palmas en el auditorio Alfredo Kraus sintetiza Barrios Orquestados. Algunos de los chavales agarraron un violín primera vez hace un par de meses.
No se pregunta cúanto ganan, todos caben
Barrios es un proyecto social antes que académico, centrado en la periferia. “Nos dirigimos a las zonas, no a las familias”, afirma Tatiana Sosa, trabajadora social en Barrios desde hace año y medio. "Muchas veces son los padres los que animan al niño a apuntarse. Quieren darles una oportunidad mejor de la que ellos tuvieron", afirma Brito. No hay prueba de acceso ni se pide el nivel de renta para no marginar. Caben todos. También aquellos, no son tantos, que pueden pagar el conservatorio. Tamaraceite, ubicado en el interior y en la zona alta, aglutina familias en su mayoría de clase trabajadora, “humildes pero con inquietud por aprender”, describe Tatiana Robaida, la trabajadora social que empezó el proyecto junto con Brito y la hija de este, Laura, que, tras una temporada en Berlín volvió a su Gran Canaria natal, y Andrés Betancor, que cambió de trabajo.
“No sacamos a los niños de la droga. Simplemente estarían en casa con la Play o en la calle”, explica Marina Mushett (29 años), la trabajadora social que, junto con Sosa (de 28) tratan en el día a día con los padres. Toman un café con ellos, se interesan por su vida. Se ganan su confianza. Si detectan algún problema grave, les derivan a los servicios sociales pertinentes. Mushett gana algo menos de 1.000 euros, unos 8 y pico la hora, como el resto de compañeros. A veces han estado un mes y medio sin cobrar, hasta que entran los fondos. "Barrios siempre ha mejorado las condiciones con el paso del tiempo", afirma.
De pedir alcantarillado a actuar en Ginebra
Si un niño llega tarde 10 minutos se le permite entrar en el aula pero no recibe la clase. "No vale cualquier cosa por ser un proyecto social. Estaríamos aprovechándonos de su situación", argumenta Brito, que aboga por una metodología basada en la conciencia corporal, la respiración y la educación activa con el instrumento. Una representación de Barrios actuó hace una semana en la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el refugiado en Ginebra. Brito, junto con un equipo de siete profesionales, se desplazó al campo de refugiados de la isla de Lesbos para aplicar su método docente en 2016. El proyecto se ha puesto en marcha en Honduras y Chile. Y uno de los alumnos más veteranos, Kevin, se ha convertido en profesor auxiliar. Robaida, de 38 años, recuerda los inicios del proyecto hace siete años y medio: “La gente nos decía que no iba a calar la idea. Que lo normal era ofrecer a los niños clases de baile, murgas o fútbol”. A los tres meses dieron el primer concierto en la iglesia del barrio. "Sonaban como gatillos", apunta una madre veterana.
Tamaraceite era el lugar idóneo para desarrollar este proyecto piloto. Cuenta con tradición de asociacionismo. Los vecinos se agruparon en los ochenta para reclamar la mejora de carreteras y accesos y la instalación de alcantarillado. Era la transición de un entorno rural a uno urbano. Tres décadas después, en el punto álgido de la crisis, este distrito atizado por el paro y el absentismo escolar acogió Barrios. “Los vecinos eran unos máquinas en organizar fiestas, pero en cuestiones culturales, nada”, afirma Robaida, que está a punto de dar a luz a su primer hijo.
El paisaje de Tamaraceite, formado por un núcleo urbano principal y zonas con casas dispersas hasta sumar 44.896 habitantes, ha cambiado en la última década. “Se ve a niños con instrumentos a cuestas, lo que hace que a otros jóvenes les llame la atención y quieran apuntarse”, describe Robaida. Cuando hay que trasladar esas grandes cajas rígidas negras con contrabajos y chelos a otro barrio o a un auditorio los mismos padres se organizan. “Algunos ofrecen una furgoneta, otros el coche para el traslado de los niños”, afirma. Hay vecinos que vivían en el mismo bloque y ni se conocían hasta que entraron en Barrios.
Ensayo general en el auditorio
Los padres forman una buena piña. Han dejado a los muchachos a las 8.30 para el ensayo general previo al concierto en el auditorio y se han ido a desayunar a un bar de al lado. Tienen libre hasta las 10, cuando comienza su prueba de canto. Gustavo Ramos y sus dos hijos están apuntados desde casi el principio: “Es difícil que un niño de Barrios saque malas notas”. La trabajadora social Mushett, que se trasladó de Cádiz a Las Palmas hace dos años, lo confirma basada en un estudio interno: “La mayoría aumentó o mantuvo su rendimiento académico”. Los profesores y padres coinciden en que el comportamiento de los niños es bueno. Son disciplinados y educados. “Mis hijos también la forman con el Fortnite, no te creas”, rebaja Ramos, el más elocuente, al mencionar este juego online que arrasa. “Pero tienen más madurez y no hay que estar tan encima de ellos”, añade este mecánico de guaguas, que pide y paga café para todos. Gloria Gil, abuela de Priscila, otra alumna, amplía los beneficios: "Mi nieta era tímida, no, lo siguiente. No es que ahora sea extravertida, pero se pone encima de un escenario".
Manuel González, con hijos de 11 y 14 años, es otro de los padres que forman parte del coro. Futbolero, se presenta con un abrigo amarillo de la Unión Deportiva Las Palmas. “No cantamos una mierda pero lo pasamos que te cambas [increíble]”, ríe. Más novel es José María Barrera, de 64 años, que hasta hace un par de meses no había entonado una nota en su vida. Por la noche se pone los cascos para escuchar la canción y practicar. “Soy bajo”, presume este empleado de banca jubilado. Está en Barrios por su hijo Jorge, con síndrome de Down. Brito no puso ninguna objeción. Sin ser de la zona le abrió las puertas del grupo de Tamaraceite.
Algunos de los muchachos han pasado la pubertad en Barrios. "No por no ser rebeldes la adolescencia es menos válida", apunta Brito ante el comportamiento ejemplar de muchos de sus alumnos. "La rebeldía la canalizan hacia causas mayores como la defensa del medioambiente o de los derechos humanos", añade. Cada pieza musical que interpretan tiene un trasfondo social, algunas de ellas compuestas por el propio músico. Hermes Iván Santos tiene 17 años y lleva media vida en Barrios. "Parece que la adolescencia te conduce a estar más separado de tus padres. A mí me ha unido más a ellos", asegura. Santos, que lleva una raya en la ceja que se prolonga en una curva imaginaria hasta el pelo de la sien, no quiere ser futbolista como Jesé Rodríguez (nacido en la ciudad y cedido en el Sporting Club de Portugal). Le gustaría dedicarse a la música, a componer bandas sonoras para videojuegos.
Te invito a mi hospital
Los niños son los protagonistas en La Azotea Azul, un espacio al aire libre en el Hospital Infantil Virgen del Rocío de Sevilla. La fundación El Gancho Infantil habilitó una zona con juegos terapéuticos, solárium, espacios para cine y teatro y una sala multisensorial. Los menores hospitalizados, convertidos en anfitriones, invitan a sus familiares y compañeros del colegio a la azotea en lo que supone un contacto con el mundo exterior con seres queridos. Los profesionales afirman que este lugar al aire libre ejerce un efecto positivo sobre el ánimo de los chavales y acorta los plazos de hospitalización. Esta manera de cuidar a los menores es una de las iniciativas que agrupa FeliZiudad, la plataforma digital de Renault que ilustra buenas prácticas destinadas a mejorar la calidad de vida en las ciudades.
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