Las guerras del cashmere: cómo la materia prima de moda puede convertirse en un monopolio y destruir el ecosistema de Mongolia
La enorme demanda de este tejido, antes considerado lujoso, y su proceso de ‘democratización’ ha desertificado el suelo de Mongolia, ha dejado sin trabajo a decenas de comunidades y ha provocado una batalla dentro de las grandes empresas por conseguir proveedores. Ni todo el cashmere es de buena calidad ni todas las marcas que lo ofertan son honestas en su proceso de obtención.
Desde hace unos años, cada primavera se producen en Mongolia y el norte de China enormes tormentas de arena que afectan a las cosechas y, en ocasiones, causan muertos. La temperatura media ha subido alrededor dos grados en la región y las lluvias han disminuido considerablemente pero, más allá de eso, el problema es la desertificación del entorno; ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Desde hace unos años, cada primavera se producen en Mongolia y el norte de China enormes tormentas de arena que afectan a las cosechas y, en ocasiones, causan muertos. La temperatura media ha subido alrededor dos grados en la región y las lluvias han disminuido considerablemente pero, más allá de eso, el problema es la desertificación del entorno; más de un 53% del suelo se ha degradado en la última década a causa del cashmere, ese tejido exclusivo, hasta hace muy poco sólo apto para bolsillos que pueden permitirse pagar altas sumas de dinero por una prenda y que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en un algo muy demandado a cualquier precio, literal y figuradamente.
En 2022, el mercado del cashmere se valoró en 3.500 millones de euros, pero se espera que en seis años, es decir, en 2030, roce los 5.000. Este preciado tejido procede de la cabra de cachemira, que crece en zonas climáticas extremas y, por eso, desarrolla una capa de lana interior a su pelaje para protegerse del frio. “De esta lana se obtienen las fibras y la longitud y finura de estas son factores cruciales. Cuanto más largas y finas sean las fibras más suave, mayor durabilidad y mejor resistencia tendrá el tejido”, cuenta Lola Sagarra Tejada, brand manager de Stone, una firma artesanal de cashmere que acaba de firmar una cápsula de prendas junto a la enseña española Mint & Rose. “La forma en que se procesa y teje el cashmere también afecta su calidad. Un buen cashmere se produce con técnicas que preservan la suavidad y la integridad de las fibras. El uso de técnicas tradicionales y artesanales en lugar de métodos industriales a menudo se asocia con productos de cashmere de alta calidad. Los fabricantes que prestan atención a cada detalle en el proceso de fabricación contribuyen a la creación de prendas que no solo son suaves, sino también duraderas y resistentes al desgaste”, explica. Si esta materia prima se ha ‘democratizado’ a gran velocidad alcanzando distintos rangos de precios es precisamente porque la largura, la finura y, por supuesto, las técnicas para procesar el hilo no son las de siempre. También , por supuesto, porque proliferan en el mercado prendas que no son 100% cashmere. “En algunos productos, esta materia prima supone sólo un 5% y se mezcla con poliéster, pero aún así la ley aprueba que se pueda etiquetar como ‘cashmere blend’”, contaba un reportaje de la web Business of fashion sobre por qué hoy se pueden comprar jerseys de cashmere a bajo precio.
En cualquier caso, la creciente demanda ha hecho que solo en Mongolia (es decir, sin contar otras regiones en China, segundo mayor exportador de esta lana) haya actualmente 27 millones de cabras de cachemira, casi ocho por cada habitante. No hay suficiente terreno para criarlas y alimentarlas de manera digna y el suelo ya se ha degradado. En 2018, el programa de las Naciones Unidas para el desarrollo se vio obligado a lanzar una ‘plataforma para el cashmere sostenible’ en Mongolia, una especie de plan de acción en el que productores y gobierno legislan su producción y que aún se encuentra en proceso de implementación. Porque no sólo se trata de las cada vez más peligrosas condiciones ambientales de la zona, también de la superviviencia de sus habitantes.
Más de un 10% de la población de Mongolia es nómada, unos 300.00 pastores que viven de la cría de cabras de cachemira. “La producción de cashmere está arraigada en esa cultura, que ha existido durante siglos. Al apoyar esta forma de vida, el cashmere contribuye a conservar tradiciones y prácticas culturales de las comunidades locales. La venta de lo obtenido es el ingreso principal de muchas de estas familias”, explica Lola Sagarra, quien afirma que poco a poco las industrias chinas “están monopolizando su producción desvirtuando la cadena de valor”.
Lo cierto es que hace tiempo que existe un monopolio del cashmere. Erdos, la empresa capitaneada por la empresaria china Jane Wang, apodada la princesa del cashmere, es quizá la mayor exportadora de cashmere del mundo. Solía proveer a todas las marcas de lujo hasta que hace casi una década decidió centrarse en una marca propia, 14-36 (su nombre hace referencia a la finura y la longitud de la lana), que ya posee más de trescientas tiendas en Asia. En Mongolia opera Gobi, que en 1981 se convirtió en uno de los principales proveedores del país al crear una gran fábrica para el procesamiento de la materia prima. Cuatro décadas después se han convertido también en uno de los principales garantes de la supervivencia de las comunidades nómadas, transformando su empresa en trazable (es decir, el consumidor final puede conocer todo el proceso) y apostando por la tradición: “las comunidades nómadas no maltratan a las cabras con prácticas dañinas porque trabajan con procesos históricos en la zona, como el peinado a mano de la lana”, afirman desde la marca.
Pero si hay una enseña ligada al cashmere es Loro Piana, epítome de lo que hoy llaman lujo silencioso (una tendencia que ha disparado la demanda de esta materia prima) y cuyas prendas en ocasiones alcanzan las cuatro cifras. En 2013 la firma, familiar, fue comprada por el gran holding del lujo, LVMH, y en 2018 se convirtieron en la primera compañía en detallar, a través de códigos QR, la procedencia de cada prenda de cashmere en su inventario. Estos dos hechos no son aislados: el volumen de producción de cashmere de calidad que necesitaban se veía amenazado por la monopolización china y los cada vez más escasos recursos tradicionales para cubrir a la demanda. El músculo financiero del holding de Bernard Arnault logró que pudieran encontrar nuevos proveedores que garantizaran la muy exclusiva calidad del producto. Tampoco es casualidad que los centros tradicionales de hilatura artesanal de cashmere mongol, mayoritariamente en Escocia e Italia, estén desapareciendo en favor de talleres textiles en el sudeste asiático donde se produce, básicamente, cualquier cosa. Por eso, continuando con la ‘monopolización’, tampoco es casualidad que Chanel haya comprado la firma escocesa Barrier y se haya aliado con el otro epítome del lujo silencioso, Brunello Cuccinelli, para hacerse con Cariaggi Lanificio, uno de los manufactureros históricos de este tipo de tejido.
Mientras un tercio de la población de Mongolia ve peligrar su modo de vida y el país se enfrenta a la desertificación de su entorno, el consumidor, obviamente, vive en un estado absoluto de desinformación propiciado por el interés de las empresas en venderle productos de lujo a precio asequible. El cashmere creado en condiciones injustas, para las cabras y los trabajadores, sigue siendo suave, pero no es duradero porque no sigue el protocolo tradicional de mantenimiento. “La mayoría deconoce qué es el auténtico cashmere y las variaciones de calidad en el mercado, porque algunas marcas pueden utilizar mezclas o fibras de menor calidad y etiquetarlas como cashmere”, explica Pere Autonell co-fundador y Director Comercial de la empresa familiar con sede en España Mirror in the Sky, que trabaja en ciertas zonas de Nepal con proveedores y pastores. “La información es la que otorga la apreciación de la autenticidad y la calidad en esta industria”, dice. En su caso, trabajan empleando a mujeres de comunidades rurales enseñándoles técnicas tradicionales, tanto de crianza de la cabra cachemira como del hilado.
Resulta extraño y sorprendente darse cuenta de que una materia prima puede ser fuente de desarrollo social y humano y, a la vez, destruir el ecosistema de un país. Las paradojas de la moda, que consigue hacer de lo único algo homogéneo y lograrlo a cualquier precio. En un panorama integrado por monopolios de grandes holdings (si en los primeros años del siglo LVMH y Kering protagonizaron la llamada ‘guerra de los bolsos de lujo’ hoy bien podrían protagonizar la guerra del cashmere), producciones destructivas en masa y proyectos con conciencia, sin solución de continuidad, hay alternativa; existe el cashmere reciclado, siempre que sea, además de suave, duradero y no esté mezclado con otras materias primas (como sucede con el cashmere barato). Lo utilizan marcas como Reformation, Patagonia o Ralph Lauren, pero obviamente es más caro que el cashmere que se vende a dos cifras, porque conlleva un proceso y una calidad distintas. Y, sobre todo, existen otras opciones tan suaves y duraderas, como el pelo de camello o de yak, una alternativa que han puesto sobre la mesa tanto activistas como científicos. Pero , una vez más, el consumidor medio no lo sabe, porque a día de hoy ‘no interesa’.