Cómo capturar el alma de Tina Turner: el hijo de Peter Lindbergh explica la relación de su padre con la cantante
Fotógrafo con prestigio mundial conoce a diva global. Lo que surge entre ellos es ya una leyenda visual. Benjamin Lindbergh rememora qué significó para su padre Tina Turner
En 1989 al mánager de Tina Turner, Ray David, conductor también de las carreras de Olivia Newton-John, Cher, Janet Jackson, Joe Cocker, Sade o Pink le costó que Peter Lindbergh, entonces uno de los fotógrafos más cotizados del mundo, le cogiese el teléfono. Así se deduce de una de las cartas originales que recoge el libro de Taschen Tina Turner by Peter Lindbergh, que recopila las mejores imágenes (hojas de contacto incluidas) de todas las memorables sesiones de fotos que finalmente sí se produjeron. Lindbergh contestó con una nota manuscrita, llena de sentencias parsimoniosas, donde solo al final, en una posdata traviesa, acaba aceptando el encargo de hacer un reportaje en París con la que para entonces ya era una estrella mundial del pop y del rock de nuevo.
De nuevo porque entre 1976, el año en que se separó definitivamente también de forma profesional del que había sido su marido maltratador, el famoso Ike del que tomó el apellido artístico, hasta 1984, Tina Turner hizo una larga travesía del desierto: llena de deudas hasta las orejas se dedicó a girar por hoteles hasta que 10 años después volvió a conseguir un primer número uno sola gracias a What’s Love Got to Do Whit It, canción contenida en un disco con el mismo nombre que le acabaría valiendo un Grammy.
Su regreso al olimpo coincidió con una nueva imagen en la que explotaba su faceta más rockera y sensual, aspecto que se fue acentuando a lo largo de la década: en 1985 apareció junto a Mel Gibson en Mad Max, más allá de la cúpula del trueno, película para la que también hizo la banda sonora. Sus pelos encrespados ya eran icónicos para entonces. En 1986, Break Every Rule la llevó de gira casi tres años por todo el mundo, pero fue en 1989, con Foreign Affair, cuando su silueta de diva enfundada en cuero se consagró como imagen indeleble gracias en parte a la ayuda de un fotógrafo alemán que también inmortalizaría como diosas a las grandes supermodelos del momento (Naomi, Claudia, Cindy). “No creo que Peter se aproximara a Tina con la intención de construir su imagen. Lo que hizo su colaboración tan poderosa es que no estaban intentando crear una nueva Tina. Simplemente, reveló la verdadera Tina”, explica Benjamin Lindbergh, uno de los hijos del difunto Lindbergh, quien ahora gestiona su patrimonio visual.
Esa ausencia de intención expresa en construir la imagen encuerada, negra y radicalmente sexual de Turner en las fotos del alemán la corrobora el esposo de Tina, Erwin Bach, quien firma el prólogo del libro: “Lo que me encantaba de Peter era su completa falta de pretensión. A pesar de ser un gran artista y un profesional consumado, era un tipo muy distendido, con los pies en la tierra, feliz siempre de andar por ahí simplemente con unos vaqueros y una gorra. La fama no significaba nada para él. Estaba más interesado en la persona que había más allá de la imagen y en eso estábamos de acuerdo. Éramos los dos muy mundanos y directos, y eso nos gustaba al uno del otro. También veníamos de crianzas similares: ambos habíamos crecido en Renania, Alemania occidental, solo a unos kilómetros el uno del otro y además hablábamos el mismo idioma. Eso creó un vínculo inmediato entre nosotros”.
¿Pero qué hay del vínculo con ella, con Tina Turner? También hubo una conexión inmediata, como atestiguan las imágenes: en la primera sesión la fotografió escalando como una pantera en uno de los pilares de la Torre Eiffel. Algunos años más tarde, en 1996, Lindbergh fue reclutado para rodar el videoclip de Missing You (en el que hace una aparición estelar un jovencísimo Mark Vanderloo). La foto fija de aquel rodaje también forma parte del libro. “Él siempre decía que las mejores fotografías nacen de la confianza y que en Tina de verdad había encontrado una socia. Gracias a esa confianza pudo aproximarse a ella no como una superestrella a la que embellecer o estilizar, sino como un ser humano con increíble presencia y profundidad. Así que si tuviese que decir qué lugar ocupaba dentro del cuerpo de su obra este trabajo diría que fue una tarea de amor, una de esas colaboraciones en las que sintió que podía honrar a la persona en cuestión y además crear imágenes eternas. No era un encargo más. Era una amistad traducida en imágenes”, explica Benjamin Lindbergh.
Para aderezar estilísticamente aquella unión, además, contaban con la presencia de Azzedine Alaïa, creador de algunos de los looks más inolvidables de la diva y también amigo íntimo de ella. “Pero es importante subrayar que Alaïa nunca interfirió en el trabajo de Peter precisamente porque amaba su fotografía y se fiaba de él a ciegas. Azzedine sabía que sus diseños le inspirarían sin ninguna necesidad de indicaciones. Es por eso que a menudo recurría a mi padre para fotografiar sus creaciones: sabía que el resultado iba a estar a la altura de su propio trabajo y no solo eso, sino que la sensibilidad de Peter lo potenciaría”.
La relación se estrechó tanto que viajaron juntos a Deauville, donde la fotografió en la playa o con su madre, Zelda —quien la había abandonado con 11 años— o al desierto de Mojave. Decía Lindbergh que una de las características que más le impresionaba de la artista es que pese a ser una de las personas con una energía más potente que nunca había retratado también era una de las más silenciosas. Eso no impidió que su relación continuara casi hasta el final de la vida del fotógrafo. La última vez que se vieron fue en la casa de ella, en Suiza, el año 2016. El segundo esposo de ella lo rememora también: “Cenamos en la terraza, compartimos recuerdos y risas, fue una noche inolvidable. Y nos dijo algo maravilloso: ‘Habéis hecho lo mejor que pueden hacer dos personas con esa cosa llamada amor”.