Mariana Enriquez: “La imagen actual del terror es una mujer vieja”
La escritora argentina ahonda en la inmersión en los horrores cotidianos que le hizo falta en sus inicios para dar el salto al género de terror
“Aunque la escribí en 2001, esta novela es muy la resaca de la década, un campo en llamas”. La década es la de los noventa. El lugar arrasado, Argentina. La novela: Cómo desaparecer completamente. Y la escritora, nada menos que Mariana Enriquez (Buenos Aires, 51 años). Esta novela, que ahora reedita Anagrama, es la segunda que escribió después de una, según ella, malísima. La Mariana Enriquez de Cómo desaparecer completamente ya sabía que quería escribir terror, pero antes necesitaba bajar a los infiernos del realismo social, el tipo más cotidiano de espanto que permanece como escenario de sus relatos hoy en día. Lo que quizá no sospechaba aquella veinteañera sin dinero que estaba pasando por un bache es que ese camino de búsqueda culminaría un día en Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019), una monumental obra que abarca la historia reciente de Argentina, la de España, el trauma de la herencia, un sentido de la aventura cercano a los clásicos de Stephen King, sociedades secretas, la voracidad de las élites, colonialismo, el ambiente del Londres de los sesenta, en resumen todo lo que compone el universo íntimo de Enriquez y que inesperadamente conectó con miles de lectores en todo el mundo. En el Hay Festival Segovia, donde nos encontramos, Mariana Enriquez comienza una gira casi de estrella del pop después de un larguísimo viaje desde Australia, a donde acaba de mudarse con su marido.
¿Cómo se vive en Tasmania?
Aquello es muy tranquilo, muy hermoso, uno puede tener una casa grande y cómoda por no tanto dinero. Es una manera de desacelerar el ritmo. Amo Buenos Aires, pero es una metrópolis de 15 millones de personas.
¿Estás más en la naturaleza?
Más o menos. El otro día me entró un possum en casa. Pensé que era un fantasma y estaba muy emocionada hasta que Paul, que además de ser más realista es local, me dijo que no.
¿Crees que este nuevo contexto se va a colar en tu literatura, que es tan urbana? En tus relatos hay un tipo de ciudad muy hostil. Hasta tu Barcelona está llena de fantasmas.
Tasmania fue la primera colonia penal del continente, que ya de por sí era una gran colonia penal. Aquí están las historias de la colonización, las masacres y persecución de los indígenas, las historias de los presos a los que mandaban al sur de Tasmania, donde tenían a un lado un bosque impenetrable y al otro la Antártida... El otro día fuimos a Hobart, la capital, y visitamos una antigua cárcel, nos contaron que las chicas que venían a trabajar a las fábricas vendían su pelo según llegaban. El pelo se usaba como argamasa de los edificios.
Eso parece un relato de Mariana Enriquez.
(Sonríe)
El trauma histórico de los lugares donde están ambientados tus relatos está muy presente en ellos. ¿Sientes que estas historias te persiguen?
Yo creo que ocurre en todos lados y que por una especie de deformación de mirada yo lo encuentro rápidamente. También creo que las sociedades, del llamémoslo nuevo mundo, son bastante más explícitas porque la explotación de los recursos es diaria, es tu vida, es tu historia. Incluso en Australia, aunque es una sociedad bastante blanca, son muy conscientes de que llegaron como colonos a un lugar donde básicamente había gente que estaba viviendo y la decisión que se tomó fue acabar con esa gente. Esto ni siquiera es un trauma histórico, es un trauma presente. Mis próximos proyectos están relacionados con la explotación de las élites y ambientados en Argentina. Al mudarme a Australia, otro país poscolonial, encuentro más cosas en común que diferencias.
¿Cómo escribes? ¿Cómo es tu rutina?
Me armo mi cueva con mi compu, mis libros... Los horarios han ido cambiando, ahora escribo de día, porque, no sé cuántos años tenés vos, pero la noche ya no nos funciona como antes.
Así es.
Antes sí, trabajaba de noche y trabajaba intoxicada, bebiendo. Ahora pienso tomarme una cerveza mientras estoy escribiendo y digo: “Dios, me voy a dormir”.
Cambian muchas cosas alrededor de los 50. Cómo desaparecer completamente es una novela casi adolescente, pero revela mucho conocimiento de los bajos fondos, de las villas, de las drogas, de la desesperación, de la pobreza, del abuso. ¿Cómo era tu vida en esa época?
La vida de mi entorno era bastante parecida. Tenía amigos que vendían droga, a otro le secuestró la policía y no se encontró el cuerpo… La elección de un chico tiene que ver con una figura muy literaria, del joven frágil, vulnerable, ya preparado para la muerte en vez de para la vida. Es una idea muy desesperanzada que relaciono con los momentos de crisis, la de la juventud que no tiene los atributos de la juventud. En esos años yo había vuelto a vivir con mi madre, a un suburbio industrial muy feo, no tenía dinero, escribía por encargo libros de divulgación sobre mitología y adaptaba el castellano de los clásicos para hacerlos accesibles.
Y te drogabas.
Era muy cocainómana. Todas las drogas las empecé joven y las dejé joven, entre los 16 y los 26. A los 30 ya no consumía nada.
Cómo desaparecer completamente tiene el fondo de tus relatos sin el elemento sobrenatural, pero hay mucho de realismo social en el terror. Eres fan de Stephen King y te he escuchado decir que Carrie es un libro sobre un asesinato masivo en un instituto.
Y El resplandor es sobre un padre alcohólico y maltratador. Y el fantasma del hotel también es un femicida. También está en el cine, Freddy Kruger es un abusador y asesino de niños que los chicos no se pueden quitar de la cabeza una vez muerto. Los padres lo linchan y luego están todos mal, no pueden vivir con eso.
Y en tus relatos y novelas, ¿cómo hiciste esa transición entre el realismo social de esta segunda novela y el terror?
Hay que encontrar el salto. Leí mucho Donoso, Sábato, Silvina Ocampo, incluso Cortázar, para ver dónde lo ubicaban ellos. Aunque mi salto es más pop, más parecido a Stephen King.
Muchos autores y autoras del canon han explorado el género del terror, pero se dice poco. Da como vergüenza.
Sí, el terror está en Cortázar, en Pizarnik... Ella estaba obsesionada con la condesa sangrienta, con Elizabeth Báthory, que se bañaba en sangre de doncellas para mantenerse joven. Es un texto que hoy puedes leer como body horror, igual que la relación de Pizarnik con su propio cuerpo. Hay un montón de la oscuridad humana que ella puso en una poesía lindante con lo fantástico pero no se la suele pensar así.
Hay mucho body horror en la cotidianidad de las mujeres y en sus historias, de hecho tú pones en paralelo Blancanieves y La sustancia, dos historias de búsqueda de la eterna juventud.
Esas dos historias tienen en común también la alquimia para detener el tiempo. Yo voy a cualquier tienda de cosméticos y salgo con cinco sérums, que no son otra cosa que pócimas. El otro día hablaba con una persona online y me dijo: “¿Te diste cuenta en los últimos años de quiénes son las villanas?” [Me muestra en su móvil un montaje con fotos en primer plano de los personajes de las películas La sustancia, Weapons, Maxxxine y Longlegs]. Son viejas. No son las villanas, son las imágenes del miedo. El malo de Longlegs es un hombre pero performativamente es una señora. Ahora el horror es una mujer a la que no le funcionó el tratamiento. Porque [levanta el móvil] estas son viejas normales.
¿A qué crees que se debe esto?
El mercado encontró en la inseguridad física de las mujeres una forma de consumo que es, entre comillas, mucho más sana que la de la moda de estar superflaca. Porque eso tiene un límite. Después de los 35, esa mujer se cae y se rompe una pierna, hay que internarla, se muere de un infarto, la restricción alimentaria no se puede sostener mucho tiempo. Los cosméticos para el pelo, la piel, la crema, los suplementos, todas esas pócimas, son relativamente inocuas. Y hablamos de unas pocas que podemos elegir entre The Ordinary y L’Oréal, la vasta mayoría no lo pueden hacer, pero están sometidas a la misma locura.
También hay presiones y oscuridad en la maternidad. No eres madre pero en tu literatura hay muchos niños. El protagonista de Cómo desaparecer completamente es un adolescente. ¿Qué te interesa de ellos?
Esta idea de la infancia como lugar protegido, ideal, sanitizado, no la entiendo. Y no hablo de los niños de Gaza, estoy hablando de los niños en la calle en todas partes. Al niño nadie le escucha institucionalmente, no puede ir a la comisaría a decir que sus padres le pegan. Por otro lado, la idea de niño que es malo, diabólico, de ángel caído, me parece fascinante. El horror es trauma y el origen del trauma está en la infancia.
Probablemente el niño más famoso de tu literatura es Gaspar, uno de los protagonistas de Nuestra parte de noche. ¿Cómo vives la obsesión de la gente con esa novela?
Me parece increíble. Para mí era un universo propio, en los personajes estaban mis ideas obsesivas: el satán de Milton, Alexander Skarsgård, la enfermedad invisible, Anita Pallenberg, las mujeres brujas surrealistas, las movilizaciones políticas en La Plata… Cuando la gente empezó a dibujar a los personajes, a tatuárselos, para mí fue lo más halagador del mundo. Pensé que estaba sola, que nadie iba a conectar con esto. Es como cuando estás en un recital de Nick Cave, hay 80 personas que saben la letra de la canción y dices: ¿cómo puede ser? Te sientes vista. Con todo, soy muy relajada. Nunca más una novela va a producir eso. Pero está bien.