Frente a la resignación: cómo hacer frente a los desafíos para la salud mental en la vejez
El 34% de la población española padece algún tipo de trastorno mental y la prevalencia tiende a aumentar con la edad hasta superar el 50% en mayores de 85 años
Según la proyección del Instituto Nacional de Estadística (INE), la esperanza de vida en 2025 en España —una de las más altas del mundo— es de 80,9 años para los varones y de 85,5 para las mujeres. A su vez, el porcentaje de población de 65 años o más es actualmente el 20,4%, es decir, una de cada cinco personas. Estas cifras reflejan el envejecimiento creciente de la población.
Más allá de otros desafíos significativos, como la sostenibilidad del sistema de pensiones, la atención sanitaria a este grupo de edad requiere una atención especial. Por lo que se refiere a la salud mental, según el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud 2023, alrededor del 34% de la población española padece algún tipo de trastorno mental. La prevalencia de estos problemas tiende a aumentar con la edad progresivamente y llega a superar el 50% en ancianos mayores de 85 años.
La demencia en sus distintas variantes —el alzhéimer, la más frecuente— constituye el trastorno más específico de las personas mayores. No se trata tan solo de un deterioro cognitivo, que afecta a la memoria, al pensamiento y a la conducta, sino también, en mayor o menor grado, de una desorientación espaciotemporal, de cambios emocionales y, en último término, de una incapacidad para valerse por sí mismas. Las demencias, más frecuentes en mujeres, que pueden afectar al 15-20% de las personas entre los 75 y 84 años, suponen un reto para la familia, la sanidad y los servicios sociales y, por ello, constituyen un problema de salud pública.
Aun pudiendo aparecer en la vida adulta, la depresión en las personas mayores es muy habitual y tiene unas características específicas. Se puede manifestar en forma de desinterés por las actividades comunes y de quejas reiteradas por diversos achaques de salud —problemas gastrointestinales, dolores crónicos, malestar físico general o alteraciones del sueño— que pueden enmascarar el problema de fondo. La depresión se acentúa si la persona se siente sola, experimenta una pérdida de autonomía funcional, tiene un malestar físico permanente o sufre el duelo por el fallecimiento de un ser querido. Y estar deprimido puede acelerar la aparición del deterioro cognitivo.
El riesgo de suicidio es alto en las personas de edad con una depresión no tratada. En España, en 2023, el 39,7% de los suicidios fueron cometidos por personas de 60 años o más. La vejez puede constituir una señal de alarma, sobre todo en hombres con un deterioro físico incapacitante y que carecen de apoyo familiar y social. Hay personas mayores deprimidas que tienen una profunda sensación de que el viaje ha terminado y ya no le importan a nadie.
Por otra parte, el consumo excesivo de alcohol (más de 2 copas de vino diarias) no es solo un problema de jóvenes y adultos. Los hombres entre los 65 y 80 años pueden abusar de estas bebidas por hábito o para hacer frente a la soledad. La reducción con la edad de la capacidad de metabolización del alcohol hace a los ancianos más susceptibles a sus efectos perjudiciales, tales como intoxicación, pérdida de memoria, falta de apetito y descuido en la higiene y aspecto físico, sin olvidar el riesgo sobreañadido para la implicación en conductas violentas contra la pareja o los hijos.
Más frecuente aún es el consumo habitual de ansiolíticos por las dificultades que tienen muchos mayores para dormir. El riesgo es que los ancianos toman muchos fármacos —antihipertensivos, analgésicos, antidiabéticos, protectores gástricos, entre otros— y que algunos de ellos tienen interacciones con el alcohol y los somníferos. Por ello, esta polimedicación mezclada con estas sustancias puede reducir la eficacia de algunos fármacos y aumentar los efectos tóxicos de otros, así como producir un empeoramiento de la salud y generar problemas de equilibrio y coordinación, con un mayor riesgo de caídas.
Violencia machista en la vejez
Hay otros retos importantes para la salud mental en la vejez. En concreto, muchas mujeres mayores de 65 años son víctimas invisibles de la violencia machista. En España, según el Informe de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género (2019), la padecen, y con una larga trayectoria (entre 20 y 30 años), en torno al 27% de este grupo de edad y la sufren en silencio, lo que dificulta su detección. En 2023, solo el 6% de mujeres mayores estaban dadas de alta en el sistema VioGén de protección policial a las víctimas de maltrato. El temor al agresor, la dependencia económica, el aislamiento social o la consideración de esta situación vejatoria como normal impiden la visibilidad del maltrato y la adopción de medidas de protección adecuadas. Las consecuencias pueden ser devastadoras para el bienestar de las víctimas. Además de una privación material severa, muchas de ellas muestran un mal estado de salud, con problemas psicopatológicos como la depresión y la ansiedad, y adoptan estrategias psicológicas de resignación que contribuyen a mantenerlas en un callejón sin salida si no hay una protección externa.
A su vez, la soledad no deseada, que, según un estudio de la Fundación La Caixa (2021), puede afectar de una forma grave al 14,8% de las personas mayores de 65 años, tiene unas repercusiones negativas sobre la salud mental. Estar en una situación de desarraigo o de viudez, vivir precariamente y padecer una pluripatología, todo ello sin una red de apoyos sociales, configuran un perfil de riesgo. Las personas que se sienten solas se cuidan menos, se alimentan peor y tienen más probabilidades de enfermar, así como de morir prematuramente. Asimismo, el deterioro cognitivo y la depresión pueden ser la consecuencia de esta situación.
Mejorar la salud mental de las personas mayores supone potenciar el envejecimiento saludable. A nivel individual, hay que mejorar la reserva cognitiva, a modo de gimnasia cerebral, lo que implica salir de la zona de confort y ejercitar la mente, mostrar curiosidad por actividades no habituales, tales como la música o la cultura, interesarse por las nuevas tecnologías, viajar o pasear y estar en contacto con la naturaleza. Se trata también de cuidar la salud —practicar ejercicio físico, comer adecuadamente, dormir bien, controlar la audición y la visión, buscar tratamiento para la depresión en los casos precisos—, de eliminar factores de riesgo evitables, como el consumo de tabaco y de alcohol, y de ser lo más autónomo posible. Llevar una vida social y familiar y ser útil a los demás, como en las actividades de voluntariado o de cuidado a los nietos, está asociado con un mayor grado de satisfacción y con un deterioro cognitivo más lento.
Pero también hay una responsabilidad de toda la sociedad. Hay que combatir un edadismo cada vez más extendido, de modo que se fomente el mestizaje intergeneracional. La discriminación por razones de edad no puede convertirse en un factor de exclusión comparable al racismo o al machismo. Y un reto que nos atañe a todos es evitar la sobrecarga emocional de las cuidadoras familiares —mujeres, en su mayoría—, sobre todo cuando atienden a una persona con deterioro cognitivo o con conductas disfuncionales sin contar con ayuda externa. Solo con una intervención complementaria de los recursos sociales se puede fomentar el autocuidado y hacer frente a los riesgos de la sobrecarga emocional en las cuidadoras: peor salud, depresión, estrés, aislamiento social o abuso de fármacos.