Los hipocondríacos mueren antes que los que se preocupan menos por su salud
El trastorno de ansiedad por enfermedad hace que la persona afectada pasa excesivo tiempo preocupándose y visitando clínicas y hospitales
Las personas que se preocupan excesivamente por su salud tienden a morir antes que las que no lo hacen, según un estudio reciente realizado en Suecia. Parece extraño que los hipocondríacos que, por definición, se preocupan, pero no están realmente enfermos, disfruten de una esperanza de vida más corta que el resto de nosotros, ¿verdad?
Antes de ahondar en las razones, conviene detenerse en la terminología. Dado que el término “hipocondríaco” se está convirtiendo en algo peyorativo, los profesionales m...
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Las personas que se preocupan excesivamente por su salud tienden a morir antes que las que no lo hacen, según un estudio reciente realizado en Suecia. Parece extraño que los hipocondríacos que, por definición, se preocupan, pero no están realmente enfermos, disfruten de una esperanza de vida más corta que el resto de nosotros, ¿verdad?
Antes de ahondar en las razones, conviene detenerse en la terminología. Dado que el término “hipocondríaco” se está convirtiendo en algo peyorativo, los profesionales médicos preferimos hablar de trastorno de ansiedad por enfermedad.
Podemos definirlo como un trastorno de salud mental caracterizado por una preocupación excesiva por la salud, a menudo con la creencia infundada de que existe una enfermedad grave. En ocasiones se asocia a visitas frecuentes al médico, mientras que en otras implica evitarlas por completo por temor a que se diagnostique una enfermedad mortal.
El trastorno de ansiedad por enfermedad hace que la persona afectada pasa excesivo tiempo preocupándose y visitando clínicas y hospitales. Además de estigmatizar a quien lo padece, resulta bastante costoso para los sistemas sanitarios, por el tiempo y los recursos de diagnóstico que consume inútilmente.
En cuanto a los profesionales sanitarios, habitualmente saturados de trabajo, preferirían dedicar su tiempo a tratar a personas con “enfermedades reales”. Por eso no es raro que tengan un comportamiento despectivo al recibir a estos pacientes.
Aumentan los casos de suicidio
Un equipo de investigadores suecos realizó un seguimiento de unas 42 000 personas –de las cuales 1 000 padecían ansiedad por enfermedad– a lo largo de dos décadas. Durante ese periodo, comprobaron que las personas con el trastorno tenían un mayor riesgo de muerte. Además, el riesgo de muerte aumentaba tanto por causas naturales como no naturales.
¿Cómo se explican estos curiosos resultados? ¿Significa que, tal vez, a las personas con hipocondría sí les ocurre algo malo?
Analizando los resultados en mayor profundidad, los investigadores detectaron que las personas que morían por causas naturales presentaban una mayor mortalidad por causas cardiovasculares, respiratorias y desconocidas. Curiosamente, no presentaron un aumento de la mortalidad por cáncer, pese a que la ansiedad por el cáncer está muy extendida en esta población.
Por otro lado, la principal causa de muerte no natural en la cohorte de trastorno de ansiedad por enfermedad fue el suicidio, con un aumento de al menos cuatro veces respecto al resto de sujetos.
Más trastornos psiquiátricos, depresión, adicciones y suicidio
Se sabe que este trastorno está estrechamente relacionado con los trastornos psiquiátricos. Dado que el riesgo de suicidio aumenta con las enfermedades psiquiátricas, este hallazgo parece bastante razonable. Si añadimos el hecho de que las personas con hipocondría pueden sentirse estigmatizadas y desestimadas, se deduce que esto puede contribuir a la ansiedad y la depresión, lo que en algunos casos conduce finalmente al suicidio.
El mayor riesgo de muerte por causas naturales parece menos fácil de explicar. Puede que haya factores relacionados con el estilo de vida. Sin ir más lejos, el consumo de alcohol, tabaco y drogas es más frecuente en las personas ansiosas y las que padecen un trastorno psiquiátrico. Dado que estas adicciones pueden limitar la longevidad, quizás su presencia explique, en parte, el aumento de la mortalidad por trastorno de ansiedad por enfermedad.
También sabemos que este problema es más frecuente en quienes han tenido un familiar con una enfermedad grave. Considerando que muchas enfermedades graves tienen un componente genético, podría ser que la esperanza de vida se acortase por genes “defectuosos”.
¿Qué podemos aprender?
Los profesionales de la salud deben estar atentos a los posibles problemas de salud subyacentes de los pacientes aparentemente hipocondríacos y escucharles con más atención. Cuando despreciamos a nuestros pacientes, a menudo podemos salir mal parados.
Llegados a este punto, nos puede servir de ejemplo el caso del novelista francés Marcel Proust. Sus biógrafos suelen describir a Proust como un hipocondríaco, aunque murió en 1922 a la edad de 51 años, cuando la esperanza de vida de un francés en aquella época era de 63 años.
A lo largo de su vida, manifestó sufrir numerosos síntomas gastrointestinales, como sensación de plenitud, hinchazón y vómitos. Pero los médicos que le atendieron no encontraron nada malo.
Sin embargo, lo que describió concuerda con la gastroparesia. Se trata de un trastorno en el que se reduce la motilidad del estómago, que se vacía más despacio de lo debido y se llena en exceso. Esto puede provocar vómitos y, con ellos, el riesgo de inhalar el vómito, lo que conduce a una neumonía por aspiración. Pues bien, precisamente se sabe que Proust murió por complicaciones de una neumonía. ¿Casualidad?
Por último, una advertencia: escribir sobre este trastorno puede ser bastante arriesgado. El dramaturgo francés Molière escribió Le Malade Imaginaire (El inválido imaginario), una obra sobre un hipocondríaco llamado Argan que intenta que su hija se case con un médico para reducir sus facturas médicas. Molière murió en la cuarta representación de su obra. Si se burla de los hipocondríacos, hágalo por su cuenta y riesgo.
Stephen Hughes es profesor titular de Medicina en la Universidad Anglia Ruskin en Chelmsford, Reino Unido.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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