Las infecciones bacterianas comunes son la segunda causa de muerte en el mundo
Un estudio calcula que 33 patógenos habituales estaban detrás de uno de cada ocho decesos en 2019. Estos cuadros infecciosos fueron uno de los principales motivos de defunción global, solo por detrás de las cardiopatías isquémicas
No hay enemigo pequeño. Con apenas 1,5 micrómetros de tamaño, mil veces menos de un milímetro, el Staphylococcus aureus es capaz de secretar toxinas que generan intoxicaciones alimentarias o de provocar infecciones internas que matan a una persona. O a cientos de miles. Esta bacteria, que al microscopio se manifiesta como una especie de racimo de uvas dorado, está detrás de más de un millón de fallecimientos en el mundo y conforma, junto a otros 32 patógenos bacterianos, ...
No hay enemigo pequeño. Con apenas 1,5 micrómetros de tamaño, mil veces menos de un milímetro, el Staphylococcus aureus es capaz de secretar toxinas que generan intoxicaciones alimentarias o de provocar infecciones internas que matan a una persona. O a cientos de miles. Esta bacteria, que al microscopio se manifiesta como una especie de racimo de uvas dorado, está detrás de más de un millón de fallecimientos en el mundo y conforma, junto a otros 32 patógenos bacterianos, la segunda causa de muerte global, solo por detrás de las cardiopatías isquémicas. Así lo apunta un estudio internacional publicado el lunes en la prestigiosa revista The Lancet, que calcula que 7,7 millones de muertes en 2019 estaban asociadas a infecciones bacterianas comunes.
Están por todas partes: en la comida, en las superficies, en el cuerpo de un animal, en el intestino de alguien o en el agua de un grifo. Son bacterias comunes, a veces inocuas y, en otras ocasiones, sospechosas habituales de los servicios de microbiología de los centros sanitarios: el Staphylococcus aureus, la Escherichia Coli (E. Coli) o la Klebsiella pneumoniae; también el Streptococcus pneumoniae, las Pseudomonas aeruginosas, el Enterobacter o la Serratia, entre otras. Todas ellas y otra veintena más son bacterias que pueden acabar produciendo graves infecciones que lleven, por ejemplo, a una sepsis (una respuesta descontrolada del sistema inmune ante una infección) y causen la muerte del paciente. Según los autores del estudio, estos 33 patógenos bacterianos analizados están detrás de una de cada ocho muertes en el mundo. “Son una fuente sustancial de pérdida de salud en el ámbito mundial”, concluyen los investigadores. Y todo ello, sin contar la bacteria que provoca la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis), que no ha entrado en este cómputo y también provocó, en 2019, 1,4 millones de muertes.
Con los datos de la Carga Global de Enfermedades de 2019 y de la Investigación Global de Resistencias Antimicrobianas, los científicos analizaron estos 33 microorganismos —tanto los resistentes a los antibióticos como los que no— y 11 tipos de infecciones, como las de las vías respiratorias bajas, las del torrente sanguíneo, las peritoneales e intraabdominales, diarrea, clamidia o gonorrea, entre otras. En el peor de los casos, estos cuadros infecciosos llevan a la muerte, por ejemplo, por sepsis: el organismo reacciona contra ese patógeno generando una respuesta inflamatoria para protegernos, pero esa ofensiva del sistema inmune es tan desproporcionada que acaba dañando órganos vitales. Tomislav Mestrovic, profesor del Instituto de Evaluación y Métricas en Salud de la Universidad de Washington y autor del estudio, justifica esta selección de 33 bacterias en su investigación porque estas “representan más del 80% de la carga mortal de todos los patógenos”: “Creemos que era importante abordar esta selección específica, ya que ahora podemos ver claramente que algunos de ellos tienen una carga comparable a los patógenos más mortales, pero no han recibido la misma atención”.
Es la primera vez, apuntan los autores, que se hacen estimaciones globales de muerte asociada a patógenos bacterianos comunes. En 2019, 13,7 millones de personas en el mundo fallecieron a causa de algún tipo de infección y, de ellas, más de la mitad, 7,7 millones, estaban relacionadas con las infecciones bacterianas comunes estudiadas en esta investigación. “Hay muchos otros patógenos importantes que son responsables de la alta carga de muertes relacionadas con infecciones, principalmente el VIH entre las causas virales y la malaria entre las parasitarias. Sin embargo, debemos ser conscientes de que hay aproximadamente 1.400 especies conocidas de patógenos humanos que pueden contribuir a la carga restante”, puntualiza Mestrovic.
Aunque se estudiaron una treintena de bacterias, las más mortíferas son cinco: el Staphylococcus aureus, la E. Coli, la Klebsiella pneumoniae, las Pseudomonas aeruginosas y el Streptococcus pneumoniae. Estos cinco microorganismos están detrás del 55% de todas las muertes entre las bacterias investigadas en este estudio. Coincide además que algunos de ellos están también en la lista de “bacterias prioritarias” de la Organización Mundial de la Salud para la investigación de nuevos antibióticos porque son microorganismos que suelen generar resistencias al arsenal terapéutico de antimicrobianos disponibles.
Los autores asumen que la investigación tiene limitaciones —como la escasez de datos en algunos países o que se sobreestime el impacto de algunos patógenos— y matizan la interpretación de esos 7,7 millones de muertes asociadas a esas infecciones. “No podemos afirmar de manera concluyente que si se eliminaran todas las infecciones debidas a estos 33 patógenos, se habrían evitado los 7,7 millones de muertes”, admiten en el estudio. A veces, explican, la causa subyacente que provoca la muerte no es la propia infección, pero es un problema de salud tan grave que puede llevar igualmente a la muerte. “Una persona con cáncer terminal que muere por peritonitis por E. coli se cuenta igual que un recién nacido que muere por sepsis neonatal por E. coli”, ejemplifican.
Jordi Vila, director de la Iniciativa de Resistencias Antimicrobianas de ISGlobal y jefe de Microbiología del Hospital Clínic de Barcelona, valora, no obstante, que los resultados son “espectaculares”. El médico, que no ha participado en el estudio, apunta que, a pesar de la limitación que supone no poder estar seguros de “si todas esas muertes fueron por la infección bacteriana o con la infección bacteriana”, los resultados del estudio marcarán un punto de inflexión: “Aunque considerásemos que no se puede atribuir el 100% de las muertes a la infección, aunque solo sea el 50%, los resultados siguen siendo espectaculares. Sobre todo, ante algo que se puede prevenir”.
Diferencias entre países
Los autores reportaron que, una vez más, el código postal también marca el umbral de riesgo: la tasa de mortalidad es más alta en los países del África Subsahariana (230 muertes por 100.000 habitantes) que en los países de ingresos altos, como Europa Occidental (52 decesos por 100.000 personas). Así, la República Centroafricana tuvo la tasa de mortalidad estandarizada por edad más alta (394) e Islandia, la más baja (35,7).
Los investigadores aseguran que hay antimicrobianos efectivos para las 33 bacterias investigadas, pero la carga desproporcionadamente alta en los países más pobres puede atribuirse “al acceso inadecuado a antimicrobianos efectivos, los sistemas de salud débiles o los programas de prevención insuficientes”: los autores apuntan a precios inasequibles de los medicamentos, uso inadecuado de antibióticos por falta de educación en salud, la automedicación y cadenas de suministro deficientes, como alguno de los elementos que juegan en contra. Por eso es clave, apunta Vila, mejorar la identificación precoz de las bacterias: “Si estás dando un antibiótico empírico sin saber la causa de infección y sin saber la sensibilidad que tienes en un entorno con resistencias, es más fácil que te equivoques”, apunta el microbiólogo, que calcula en un 25% del total las muertes por infecciones bacterianas comunes asociadas a las resistencias antibióticas.
A todo eso, se suman las condiciones de vida desfavorables, como la desnutrición o las dificultades de acceso a agua en buen estado e higiene, explica Vila: “La malnutrición no deja de ser una inmunodeficiencia y, en esa situación, una bacteria como la E. coli, que a un niño sano no le causa infección, a uno malnutrido le atraviesa el epitelio intestinal, llega a la sangre y te genera una infección”.
Por edades, el Staphylococcus aureus fue el más mortífero entre los mayores de 15 años, mientras que la Salmonella enterica serovar Typhi se asoció con la mayoría de los decesos en niños de cinco a 14 años. En los más pequeños, los menores de cuatro años, el gran enemigo fue el Streptococcus pneumoniae, y entre los neonatos fue la Klebsiella pneumoniae.
Los autores denuncian la falta de iniciativas de salud pública global para atajar estos patógenos tan letales. Comparan la situación con dolencias infecciosas como el VIH, la tuberculosis o enfermedades tropicales, que tienen, dicen, “cada una sus propios indicadores de objetivos de desarrollo sostenible y hay una inversión sustancial en salud pública mundial”. En cambio, argumentan, para combatir el Staphylococcus aureus no hay ninguna inversión global más allá de su prevención en el ámbito quirúrgico y las resistencias antibióticas. “El E. coli y la Klebsiella pneumoniae se asocian colectivamente con más muertes y años perdidos de vida que el Streptococcus pneumoniae y la tuberculosis y, sin embargo, reciben comparativamente poca atención de salud pública y una financiación mínima para la investigación”, protestan los autores. Un análisis de 2020 sobre la financiación en investigación de dolencias infecciosas encontró que, entre 2000 y 2017, la investigación en VIH recibió 42.000 millones de dólares (una cantidad similar en euros), mientras que los recursos para Staphylococcus spp fueron de algo más de mil millones de dólares y la partida para E. coli fue de 800 millones.
Prevención de infecciones hospitalarias
Los autores urgen a tomar medidas. Empezando por la prevención de infecciones con programas hospitalarios para reducir estos cuadros —muchas de estas bacterias se encuentran en entornos sanitarios e infectan a los pacientes más débiles ahí dentro— y con iniciativas comunitarias de educación para la salud. En los países con menos recursos, también proponen mejorar “el manejo de la desnutrición y los principios básicos de acceso a agua limpia, saneamiento e higiene”.
Los países ricos, por su parte, también tienen deberes que hacer. “En los países de altos ingresos, muchas muertes infecciosas están relacionadas con pacientes hospitalizados y microorganismos resistentes. Siempre existe la necesidad de mejorar la higiene de las manos en los centros de salud, mientras que el uso prudente de medicamentos antimicrobianos y la administración antimicrobiana podrían ayudar a reducir la aparición y propagación de bacterias resistentes, tanto en los hospitales como en la comunidad”, apunta Mestrovic. En un estudio anterior del mismo grupo de investigación, los científicos estimaron que las superbacterias matan cada año a 1,2 millones de personas.
Otra fórmula para reducir la carga de infecciones bacterianas es la vacunación. Hay un fármaco contra el Streptococcus pneumoniae, pero “hay un déficit de vacunas en países en desarrollo y la población no está protegida”, lamenta Vila. Los autores destacan también el poder de las inoculaciones contra otros microorganismos, como el virus de la gripe, que pueden facilitar sobreinfecciones bacterianas posteriores. María del Mar Tomás, portavoz de la Sociedad Española de Infecciosas y Microbiología Clínica y microbióloga en el Hospital de A Coruña, coincide en la necesidad de campañas de vacunación y mejorar las técnicas de diagnóstico rápido: “Son bacterias que están en todas partes, es difícil no tener contacto con ellas. Y en pacientes enfermos o inmunodeprimidos, pueden provocar infecciones. Si te vacunas frente a infecciones víricas, puedes reducir el riesgo de sufrir una sobreinfección bacteriana después”, señala la microbióloga, también investigadora en el Instituto de Investigación Biomédica A Coruña, que no ha participado en el estudio.
Los autores destacan que “los países de altos ingresos también están en una mejor posición para desarrollar vacunas que aborden específicamente los agentes infecciosos”. Tomás afirma que hay estudios también de vacunas contra las Pseudomonas aeruginosas, pero solo sería para pacientes muy específicos o vulnerables, como los que sufren fibrosis quística. Vila defiende el llamado “24/7″: “Es necesario que los laboratorios de microbiología tengan un soporte de microbiólogo y técnico 24 horas, siete días a la semana. Las infecciones no entienden de horarios”.
Los datos de este estudio, sin embargo, son de 2019, antes de la pandemia. Mestrovic asegura que todavía no se ha analizado el impacto de la covid en los patógenos bacterianos, pero sí saben que “la pandemia se correlaciona con un aumento de ciertas infecciones, y especialmente resistentes, como el Acinetobacter baumannii resistente a las carbapenemas (los antibióticos más potentes) y Stahpyhlococcus aureus resistente a meticilina”. Tomás coincide en la posibilidad de que surjan más resistencias. “Porque los servicios de microbiología han estado volcados con la covid y no se han detectado igual de bien [estos patógenos], porque ha habido más ingresos hospitalarios y se han dado antibióticos de amplio espectro y porque ha habido sobreinfecciones por estas bacterias tras la covid”, enumera.
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