La última gira de C. Tangana lo demuestra: el alcohol une casi tanto como la música
Todas las sociedades han inventado sus propios métodos para fabricar alcohol. Es la droga más fácil de elaborar, todo lo que se necesita es fruta podrida
Cuando compré las entradas para el concierto de C. Tangana no podía imaginar el tironazo que sentiría. Un tirón, para los más legos en la materia, es como llamamos los adictos rehabilitados a las ganas de consumir, el famoso craving. ¿Cómo es posible que me ocurriera después de quince años sin probar una gota de alcohol?
El Madrileño está de gira con un espectáculo impresionan...
Cuando compré las entradas para el concierto de C. Tangana no podía imaginar el tironazo que sentiría. Un tirón, para los más legos en la materia, es como llamamos los adictos rehabilitados a las ganas de consumir, el famoso craving. ¿Cómo es posible que me ocurriera después de quince años sin probar una gota de alcohol?
El Madrileño está de gira con un espectáculo impresionante. Además de sus temas, de los que soy un devoto, el cantante ideó una puesta en escena que recreaba la típica sobremesa en la que se comparten copa y charleta mientras se genera un clima de camaradería de lo más atractivo. Tangana, como buen anfitrión, servía a sus invitados una y otra vez distintos tipos de alcohol. La iluminación se filtraba tras el cristal de las copas y las botellas. Toda la estética era exquisita. Incluso el personaje que interpretó al clásico borracho de traje y club pijo tenía buen aspecto.
En el Navarra Arena hacía calor, la excitación crecía al ritmo de las canciones del bueno de Antón y sus constantes brindis con el público. La gente levantaba su cerveza en vaso de plástico una y otra vez. Todos vibrábamos al son de las letras machirulas y sosteníamos nuestros móviles con las linternas encendidas como una gran masa conectada. Como un enjambre de abejas o un pelotón de hormigas obreras que observan a su reina. No había duda, la escena representaba de fábula nuestra naturaleza social.
¿Saben que solo el éxtasis supera al alcohol a la hora de generar mayor sensación de sociabilidad? “Te llena de energía y optimismo tanto como la cocaína y te vuelve tan cariñoso como el éxtasis”, así define David Nutt, autor del libro ¿Cuánto bebes?, algunos de los efectos del alcohol. “Podríamos afirmar que el alcohol proporciona el cóctel de drogas perfecto para socializar”. De hecho, cada vez disponemos de más pruebas que apuntan a que todas las sociedades, a lo largo de la historia, han inventado sus propios métodos para fabricar alcohol y usarlo en rituales o eventos especiales. Por otra parte, es la droga más fácil de preparar, todo lo que se necesita es fruta podrida. Vulgar, pero eficaz.
En las últimas décadas, como seguro que sabrán, se han realizado muchas investigaciones para analizar los efectos perjudiciales del alcohol, pero no tantas para examinar sus supuestos beneficios. Una de ellas, que no financiaba la industria, la llevó a cabo un grupo de investigadores franceses y en sus resultados destacaron seis tipos de beneficios que el alcohol parecía proporcionar en comparación con otras drogas. Algunos eran de tipo hedonista (¡somos unos yonkis del placer!) y otros tenían más que ver con la cohesión del grupo, o con las ventajas que aporta el consumo a la hora de aliviar el malestar.
“En general, la razón que ofrecen las personas para justificar por qué beben es que pasan un buen rato con los demás”, añade Nutt. Pero, ¿cuánto rato lo pasamos bien? No sé ustedes, pero yo cuando bebía disfrutaba la primera media hora, luego la cosa envilecía. Pebble, el famoso reloj inteligente de antaño, lanzó una encuesta en la que pidió a las personas que autoevaluaran su nivel de felicidad y que explicaran la actividad que habían hecho durante la hora previa. La bebida fue la que sacó mayor puntuación, seguida del yoga, el deporte, las relaciones sociales, la meditación, la comida y la cafeína.
No resulta extraño, por tanto, que las 11.800 personas que llenaban el recinto en el concierto, experimentaran cierto placer al ver y compartir la bebida con Tangana. De hecho, algunas investigaciones sugieren que beber en grupo amplifica las emociones positivas hasta el punto de la euforia. En ese contexto, y si aplicamos las estadísticas que analizan la prevalencia en el consumo de este país, el 63% de todo el público consumió una bebida alcohólica. Esa cifra, en otro orden de cosas —y además del buen rollo generalizado—, da como resultado 7.434 vasos de plástico, casi nada.
“A las personas les gusta beber mientras socializan, pero corren el riesgo de acabar bebiendo más de la cuenta. Y una vez que hemos utilizado el alcohol como válvula de escape, ese comportamiento se acaba integrando”, dice el autor. No hay duda, todos hemos visto alguna vez cómo se ha transformado un colega después de varias copas, pasando del enfado al llanto o al “te quiero mogollón, tío” (¿recuerdan Gran Hermano?). “Puede ser porque el efecto desinhibidor del alcohol está permitiendo que afloren emociones reprimidas”.
¡Touché! Ahí estaba la clave de mi tirón. La necesidad de desahogo, de conectar con el otro, de no quedarme fuera de la felicidad del rebaño, de dejarme llevar y soltar todo el estrés que acumulo en mi día a día. Sí, era eso. Aunque tampoco quiero obviar el efecto llamada que provoca el hecho de ver el alcohol presentado como algo glamuroso y estimulante. Bebidas de todos los colores, copas de distintas formas, etiquetas atractivas en las botellas, en definitiva, un product placement de lo más competente. De hecho, cuando llegué a casa después del concierto, consulté la normativa sobre publicidad y alcohol y el bajón fue tremendo al saber que la nueva Ley General Audiovisual, que entró en vigor el pasado 8 de julio, ha dado un pasito atrás al permitir la vuelta de la publicidad de bebidas alcohólicas de alta graduación en la televisión. Prohibida, por cierto, desde el año 1988 por la Ley General de Publicidad.
Como recordatorio final a quien corresponda (y asumiendo mi papel de abstemio u outsider): el alcohol está detrás de más de 200 enfermedades y trastornos, y al año mueren la friolera de tres millones de personas como consecuencia de su consumo. Por hacer una de esas analogías que tanto nos gustan, en nuestra capital viven precisamente algo más de tres millones de personas.
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