El Día de la Transparencia (no es un cuento de Navidad)

Rastrear el móvil fue solo el principio. El Gran Algoritmo sabe lo que haces y lo que vas a hacer. A quién vas a votar

Después del experimento realizado en aquel ya lejano 2019, el Gobierno estableció que un día al año haría un seguimiento de todos los móviles de sus habitantes. La fecha quedó marcada en todos los calendarios. Ese día, aquellos amantes no tenían su cita clandestina, ni aquel camello distribuía las sustancias que acostumbraba, ni aquel capataz llevaba en furgoneta a los indocumentados a los invernaderos, ni paraban los puteros en el club de las luces de neón.

No se creían la versión oficial de que los ...

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Después del experimento realizado en aquel ya lejano 2019, el Gobierno estableció que un día al año haría un seguimiento de todos los móviles de sus habitantes. La fecha quedó marcada en todos los calendarios. Ese día, aquellos amantes no tenían su cita clandestina, ni aquel camello distribuía las sustancias que acostumbraba, ni aquel capataz llevaba en furgoneta a los indocumentados a los invernaderos, ni paraban los puteros en el club de las luces de neón.

No se creían la versión oficial de que los datos se trataban de forma anónima. Era una prevención exagerada. El objetivo inicial era solo un estudio de movilidad. Y en el fondo daba igual: los gigantes de internet llevaban tiempo recopilando cada dato de cada uno de sus usuarios. Conocían sus movimientos, quiénes eran sus amigos, qué comentarios hacían, qué películas veían, qué noticias leían.

Daniel Castrillón

Algunos años, no tantos, después del experimento, ya era omnipresente el reconocimiento facial. Resultaba cómodo: no había que llevar encima el carné ni las llaves, porque tu cara te identificaba y las puertas se abrían al verte llegar. El Gran Algoritmo reconocía el rostro de cualquier viandante, sabía a dónde iba, y dirigía los taxis autónomos adonde hacían falta. Tecnología china: para entonces Occidente se había rendido a la nueva superpotencia, que no solo exportaba sus innovaciones, sino su modelo social y político.

Las hipotecas se concedían, o no, después de que un programa examinara la solvencia del cliente. Las aseguradoras exigían acceso a los datos del cliente en tiempo real, para vigilar si se cuidaba o cómo manejaba su coche (aún no se había prohibido la conducción manual). La selección de personal estaba automatizada. Había gente excluida sin saber por qué.

Un día se prohibió el uso de dinero en efectivo. Los amantes clandestinos no sabían cómo borrar las huellas de su cita en el hotel. Negocios sucios como el trapicheo de drogas, la prostitución o la explotación de inmigrantes hicieron de oro a los hackers, expertos en blanquear dinero y en ennegrecerlo, también complicado.

No estaba muy avanzado el siglo XXI cuando ya se registraban por sistema todos los dispositivos, todos los rostros y todas las transacciones. Aquel lejano día en que empezó el seguimiento de los móviles se bautizó como Día de la Transparencia y es festivo. Llegamos a esta sociedad perfecta, en la que nadie tiene nada que ocultar porque no hay forma de ocultar nada.

El Gran Algoritmo no solo sabe lo que haces: se adelanta a lo que vas a hacer. Lo que vas a votar también. Llegó el día en que se prescindió de las viejas urnas, y en la fecha convenida se repartían los escaños como dictaba el big data. Hizo falta reformar la Constitución, donde hasta entonces no aparecía la palabra algoritmo. Ahora figura como uno de los pilares de la nueva democracia. Da gusto vivir sin sentir ningún peligro.

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