Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Urbanismo táctico para adaptar las ciudades a la crisis climática

La planificación de urbes y territorios ya no puede basarse en una foto fija del futuro. Hacen falta métodos flexibles para responder a un futuro difícil de prever

Un niño se refresca con vapor de agua en Kansas City (EE UU) este mes de junio.Charlie Riedel (AP)

En 2015 ya alertábamos en un libro de la necesidad de impulsar una serie de acciones, tanto para detener (o por lo menos ralentizar) el cambio climático, como para adaptar ciudades y territorios a las nuevas condiciones. Entonces ya se veía que era necesario cambiar las bases según las cuales se planificaban y organizaban las ciudades para hacer posible una vida digna, adaptándolas a lo que ya se ha convertido en una la crisis climática. En particular, para ciudades emergentes, sobre todo de África y, en parte, de América Latina, ya que en algunos casos la crisis climática les está llegando antes y con mayor virulencia.

Pero es complicado cambiar las inercias. Sobre todo, si esas inercias van acompañadas de intereses creados.

Las condiciones climáticas se están volviendo muy extremas. El calor se intensifica, las lluvias descargan en forma impetuosa (generalmente como tormentas), las sequías convierten el agua en un producto muy escaso, los incendios forestales cambian no solo cuantitativamente sino también cualitativamente y, en general, hay que afrontar unas condiciones como nunca se han producido.

Habría que preguntarse si sigue siendo válida la forma tradicional de planificar y organizar ciudades y territorios. Como mucho —sobre todo en las ciudades de los países desarrollados— hasta ahora lo normal era hacer un estudio estadístico de lo que había pasado hasta el momento, proyectarlo hacia el futuro, y en función de esta previsión, proponer un plan. El problema surge cuando es prácticamente imposible hacer esta proyección a futuro en función de lo que ha pasado. Más bien habría que plantear el futuro partiendo de unos escenarios más o menos probables, tal y como se hace en la planificación estratégica. Además, el planeamiento tiene que ser flexible: que se pueda cambiar en función del desarrollo de los acontecimientos.

Pero para poder conseguirlo habría que crear un organismo con la capacidad de modificar el planeamiento de forma directa. Ya en el año 2010, José Manuel Naredo y yo mismo sugeríamos en El libro Blanco de la sostenibilidad en el planeamiento urbanístico español la necesidad de contar con unas oficinas de planificación con capacidad suficiente como para tomar decisiones en función de la evolución de los distintos escenarios. Se trata de un tema complejo, pero no parece haber otra alternativa mejor, sobre todo para los países menos desarrollados, casi sin posibilidad de cambiar continuamente el planeamiento.


Además de crear las oficinas de adaptación al cambio, y sobre todo en el caso de países en desarrollo, sería imprescindible seguir las propuestas del urbanismo táctico: modificaciones pequeñas, baratas y reversibles. Sin olvidar el cambio de rumbo a más largo plazo que incluyera medidas de mitigación.

Parece que ya están claras algunas propuestas. Como las relacionadas con la llamada “isla de calor” urbana, de forma que la temperatura en el centro de las ciudades fuera parecida a la del extrarradio no urbanizado. Para ello habría que cambiar muchas cosas. Una de las más evidentes serían los pavimentos. Los pavimentos actuales son, en general, acumuladores de calor y habría que sustituirlos o recubrirlos con otros. Y, a ser posible, dejar la mayor cantidad posible de suelo sin pavimentar y con vegetación para aumentar la evapotranspiración potencial. Pero también las cubiertas y terrazas de los edificios, cambiando los materiales de cubierta, pintándolos o revistiéndolos. Y, por supuesto, el reverdecimiento de cubiertas y fachadas. Esto ayudaría, no solo desde el punto de vista de la adaptación a las nuevas condiciones de temperatura, sino también como ya hemos visto, a mejorar la salud.

Y es que la cuestión de conseguir ciudades más verdes es fundamental. La existencia de árboles que proporcionen sombra se hace imprescindible, así como la sustitución del suelo cementado por otro natural que ayude, tanto por el aumento de la humedad relativa del aire (mediante la evapotranspiración), como por la absorción de las puntas de precipitación.

Claro que cada ciudad es diferente y las condiciones del cambio distintas. Pero, en general, las ciudades más consolidadas tienen más complicado reorientar el rumbo. Desde este punto de vista, los países menos desarrollados están en mejores condiciones. En cambio, cuentan con menos recursos.

Lo que parece claro es que cada oficina de adaptación tendrá objetivos y posibilidades diferentes. No es lo mismo una localidad turística que otra agrícola.

Probablemente, a partir de ahora, vayan a cambiar muchas cosas. Entre otras, los destinos turísticos tradicionales. Esto afectará en mayor medida a los países en desarrollo. También los tipos de cultivos agrícolas e, incluso, la forma de repoblar las áreas forestales.

Pero también es necesario pensar a más largo plazo considerando lo que va a venir como algo cambiante. Se terminaron las fotos fijas del futuro. Y no solo mediante medidas de adaptación, sino también de mitigación. De lo contrario, si el rumbo que seguimos no cambia, ya nos podemos olvidar incluso de las medidas de adaptación porque será prácticamente imposible conseguir mantener unas condiciones de habitabilidad urbana similares a las actuales. Si esto llega a suceder, el sistema se adaptará solo, sin considerar nada más que su propia subsistencia. Y mucha gente va a sufrir mucho. Sobre todo, en aquellos países menos desarrollados sobre los que va a caer todo el peso del ajuste.


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