Votar para tener futuro
Quedan siete años para evitar que la crisis climática nos abrase, o lo que es lo mismo, una legislatura: esta
Si tienes más de 30 años habrás visto el clima cambiar mucho, demasiado, en los últimos años. Si tienes menos de 30 tendrás miedo por tu futuro, y probablemente sabrás que aquellos en el poder han hecho poco por cambiar de rumbo. El cerebro humano funciona en relativo, lo absoluto nos confunde. Un grado y medio no parece tanto. Pero Europa se ha calentado 1,5 grados de media en los últimos 30 años, y como consecuencia el verano pasado murieron 61,000 personas, 11,000 en España. La intensidad y frecuencia de las olas de calor, sequías e incendios se multiplicarán por 2, 3, 4. ¿Te imaginas salir a la calle en una ciudad a más de 50 grados (30 por la noche), día sí y día también? No tenemos la capacidad de imaginar semejante futuro, simplemente porque no existiremos en él. Y privilegiados somos en el Norte de hablar de futuro y cambio climático, en el Sur hace tiempo que es el presente y el “vete, migra, aquí ya no queda nada.”
Otros futuros mejores son posibles y mi creencia en ellos es tan fuerte que por eso existo y escribo. La crisis climática es de naturaleza social y cultural, no ambiental ni tecnológica. Se trata de las prioridades colectivas que establecemos (materialismo individual frente a bienestar social) y la forma de organizarnos para conseguirlas. Las soluciones son, por tanto, políticas y tienen que ver con lo que incentivamos y penalizamos: la economía local o la globalización sin límites, la biodiversidad agroecológica o el monocultivo agroindustrial, la concentración de la riqueza o la equidad real, el ferrocarril vertebrador o la falacia del coche eléctrico para todos (los que puedan comprarlo).
La política es mucho más que los partidos políticos, su mínima expresión, incluso antítesis en nuestros días. No me cabe la menor duda de que la salida de esta crisis civilizatoria pasa por una mayor y mejor democracia, más directa, informada y representativa de nuestra diversidad. Recupero la esperanza en nuestra especie al escuchar de primera mano a participantes de la Asamblea Ciudadana para el Clima en España, contar como se logró lo impensable: unir por lo común a 100 personas, tan distintas como tú y yo, de todos los rincones del país. De su vientre salieron consensuadas 172 recomendaciones de acción política cercanas a la ciencia y la justicia social. Lecciones aprendidas de este y otros experimentos de gobernanza ciudadana iluminan el Manifiesto por la Democracia Climática.
Votemos el 23-J, con el corazón. Y el 24 volvemos al tajo, pues ahí empieza
Es el camino en el horizonte. Antes, no obstante, hay una primera bifurcación: el 23-J, las elecciones generales en España. Sí, lo sé, has perdido la confianza en los representantes electos. Te han defraudado una y mil veces. No te representan. A mí tampoco. Pero hay que votar y, al día siguiente, empujar y empujar. Porque sin la presión y el liderazgo de la sociedad civil, los partidos solo se representan a sí mismos y a las élites de sus círculos. Votemos el 23-J, y el 24 construyamos lo nuevo: un sistema político donde todas tengamos cabida, a escala humana, donde la gente gana al capital, en el territorio donde la vida es resiliente y la economía suficiente. Y colaborando de igual a igual entre vecinos.
No dejemos que decidan nuestro futuro, o su ausencia, sin nosotras.
No podemos perder cuatro años. Llevo 15 estudiando el cambio climático, trabajando y luchando para afrontarlo con garantías. Puede acabar con aquello que amamos. Pero también es nuestra gran oportunidad de cambiarlo todo. Tengo miedo y esperanza. Pero sobre todo tengo el privilegio y el deber de actuar con valentía. Votemos el 23-J, con el corazón. Y el 24 volvemos al tajo, pues ahí empieza todo.
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