Si los pobres dejan de ser pobres, ¿los ricos dejarán de ser ricos?
El crecimiento económico de un país no significa mejoras en la calidad de vida de toda su población. La distribución equitativa de la riqueza puede propiciar situaciones más justas y efectivas
Manuel vive en América central. Gracias a su sueldo como alto cargo en una empresa agrícola, tiene contratados en su casa a un jardinero, a una limpiadora y a una niñera que atiende a sus dos hijos.
Manuel ve así las cosas: si su país se hiciera más rico, probablemente habría que compartir —y ampliamente— los beneficios del crecimiento entre la población, con mejoras en la distribución de riqueza y aumentos del salario mínimo. Manuel debería pagar a sus empleados de hogar mucho más dinero. Lo más seguro es que le resultara imposible mantenerlos contratados. Manuel teme que su calidad de vida y la de su familia disminuya.
El planteamiento de Manuel se puede presentar en forma de pregunta: ¿El crecimiento económico de un país es una amenaza para la riqueza de los ricos de ese país?
Para tratar de responder a la pregunta, analicemos el caso de Chile, que parece convertirse en un país rico.
El documento de trabajo de Klaus Schimdt-Hebbel para el Banco Central de Chile, titulado El crecimiento económico en Chile, explica cómo el crecimiento económico de Chile fue verdaderamente notable entre 1985 y 1997: “Luego de un crecimiento promedio del PIB igual a 1,5% entre 1970 y 1984, el país creció a un promedio del 7,6% entre 1985 y 1997″.
Chile es hoy uno de los 30 países más desiguales del mundo, según el índice de Gini
Efectivamente, y según la Asociación Chilena de Empresas de Turismo (ACHET), hoy “Chile ha logrado posicionarse como uno de los países más ricos de Latinoamérica. Es la cuarta economía más fuerte de la región respecto al Producto Interno Bruto y el tercer país más desarrollado del continente (después de Canadá y Estados Unidos)”.
Dicho esto, es preciso señalar que Chile es hoy uno de los 30 países más desiguales del mundo, según el índice de Gini (medida económica que mide la desigualdad —de ingresos, normalmente— que existe entre los ciudadanos de un país). De hecho, según el informe World Inequality Report de 2022, el 1% más rico de Chile concentra el 49,6% de la riqueza total del país (en Estados Unidos, el 1% más rico concentra el 34,9%; en España, el 17%). BBC News Mundo confirma que “Chile es el país donde los ultrarricos tienen el patrimonio más grande de América Latina”.
El ejemplo de Chile parece confirmar que el aumento de la riqueza de un país no tiene por qué disminuir la riqueza de los ricos de ese país. Quizás el quid de la cuestión esté en la distribución de la riqueza. Efectivamente, el crecimiento económico puede venir acompañado de un reparto de esa riqueza entre la población de ese país. O no.
Volviendo al caso de Manuel, ¿qué le pasaría a Manuel si su país se hiciera más rico y, además, hubiera mejora en la distribución de esa riqueza entre la población del país?
Manuel tendría posiblemente que renunciar a parte de su personal doméstico. Pero, en compensación, es probable que cuente con una importante serie de servicios alternativos como, por ejemplo, un sistema público de salud y otro de educación de mucha mayor calidad. La repartición de los gastos de Manuel variaría: él gastaría menos en ciertos lujos y más en otras prestaciones, probablemente más necesarias y, por tanto, más importantes. Tras el crecimiento económico de su país, la vida de Manuel tendría una calidad distinta, pero no peor.
Crecimiento económico no significa obligatoriamente mejoras en la distribución de riqueza. Pero la distribución de riqueza puede llevar a situaciones no solo más justas (benefician al conjunto de la población) sino, además, más efectivas (garantizan aspectos más importantes, proveyendo prestaciones fundamentales a todos los ciudadanos).
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