Hay salida: imaginemos otras formas de vivir
La sociedad del consumo muere y se abre la oportunidad de un futuro más local, rural, natural y cooperativo
Recuerdo los veranos de la infancia con una sonrisa. Con el sol y la piscina llegaba la alegría del año a Castilla. Las noches en el parque con los amigos, el deporte a todas horas, los cielos estrellados, las verbenas. Ya no es lo mismo. En los últimos años, en Málaga se empezaba a dormir mal ya en mayo. Aguantas un mes sin ventilador, te resistes al aire acondicionado para no disparar la factura; pero descansas mal, no puedes salir a la calle durante la mayor parte del día, el campo es un secarral, los pantanos languidecen. Este año, de vuelta a mi Ribera del Duero, tradicionalmente una fresquita bendición en las noches estivales, he sudado durmiendo por primera vez. De los descomunales incendios forestales, devorando montes y biodiversidad, mejor ni hablamos.
El verano ya no es el idílico anuncio de cerveza en la playa. Desde junio, ha habido un exceso de más de 20.000 muertes en España, en parte debido a las olas de calor, convergiendo con las colas de la pandemia y la debilitación del sistema sanitario público. La tormenta perfecta, especialmente para las personas más vulnerables, en general las más pobres, que no se pueden permitir el aire acondicionado y viven en barrios superpoblados sin zonas verdes. La pancarta de una joven activista climática me estremeció: “Este es el verano más fresco del resto de tu vida”. No tiene por qué ser así.
Todo empieza con Imaginación. Es ella quien abre las puertas del deseo y nos guía al mundo nuevo. Desde que en 1980 Margaret Thatcher promoviera su famoso “No Hay Alternativa” (“TINA” por sus siglas en inglés), nos hemos resignado al capitalismo globalizado (Consumismo), como única forma de economía, cultura y vida posible. Hemos encerrado a Imaginación en una pequeña celda sin ventanas. Y con ella a su hermana, Felicidad. Como resultado, poca gente cree posible hoy una manera de crear un tipo de empleo diferente a la vía (milagrosa) del crecimiento económico. Como consecuencia, Consumismo nos trae a su amigo Individualismo y mucha gente se siente sola, deprimida. Tanto es así que las películas apocalípticas nos muestran frecuentemente un mundo arrasado, con desigualdades salvajes y gente desesperada, y, sin embargo, lleno de tecnología increíble (y elitista), como mera prolongación de las tendencias actuales. Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo. Pues bien, liberemos a Imaginación. Construyamos colectivamente una realidad que supere a Consumismo y nos devuelva a Felicidad.
Recientemente, en un evento con jóvenes para abordar la crisis climática, al exponer la devastación que estamos sufriendo, varios lloraron. Me llenó de frustración y dolor, pero también de esperanza y motivación. Porque todas esas emociones humanas conviven en nosotros hoy. La ecoansiedad es real, esa sensación de desbordamiento que tan bien expresa el documental Once you know (una vez que lo sabes), al igual que una diversidad de soluciones polinizándose en cada vez más corazones. Propongamos.
Un nuevo paradigma económico se dibuja cambiando, en primer lugar, su objetivo: bienestar y calidad de vida para todas en vez de crecimiento económico para unos pocos. Numerosos estudios prueban que menos es más: con los niveles de consumo de 1960 toda la humanidad podría tener una calidad de vida digna en 2050. Y digo bien toda, pues falta, de momento, la cooperación transformadora con el Sur global. Como ejemplo práctico: paremos de volar, según aboga el creciente movimiento flight-free [vuelo libre]. Solo el 1% de la población mundial genera la mitad de las emisiones de la aviación. ¿Acaso el derecho al turismo de una minoría es mayor que el derecho al futuro de los jóvenes?
Las conversaciones que cuestionan lo viejo se atisban ya: por fin hablamos de ahorrar, de reducir el consumo en el Norte. El motivo (guerra de Ucrania) es erróneo, pues recordemos que el desabastecimiento y la inflación venían ya de antes, desde el otoño pasado: del intento desenfrenado de acelerar el crecimiento para salir de la crisis pandémica. Cuál cavar más profundo el hoyo, pues quienes están detrás de la escasez son ya los límites planetarios (materia, energía), y de la inflación, sobre todo los oligopolios. Que las medidas no sean coyunturales, que sea un verdadero cambio cultural. No tengamos miedo al supuesto vacío post-capitalista.
Medir esta nueva forma de progreso precisa de indicadores más holísticos (hay vida más allá del PIB), así como de criterios de compra pública que tiren del sector privado. Así lo están haciendo Nueva Zelanda, Costa Rica o Escocia. De los nuevos objetivos e indicadores saldrán las nuevas prioridades, empleos y formas de vida: descontaminar el aire y el agua, restaurar ecosistemas degradados, acabar con la pobreza, sanar a enfermos, reparar cacharros útiles, recuperar los trenes regionales y los mercadillos campesinos y artesanos, reciclar materiales, descentralizar las instituciones, promover la economía local, mejorar la eficiencia, (re)distribuir la generación energética renovable, renaturalizar las ciudades, reforestar los montes... ¡Hay tanto por hacer!
El impulso a la transición emanará de otorgar valor económico al bien común, a la salud, a los servicios ecosistémicos que nos brinda la naturaleza. De comprar productos para la satisfacción personal efímera, a apoyar esta economía de la vida, con financiación pública sí, pero también con innovación empresarial, por ejemplo a través de modelos de suscripción a servicios regenerativos, con diferentes formas de participación: reforestaciones, huertos comunitarios, cooperativas agroecológicas, granja-escuelas… Un Netflix eco-social y local.
Las desigualdades son causas y consecuencias del calentamiento global, una peligrosa espiral, pero también el camino de salida: justicia climática es acción climática. Como sustrato fértil de todo lo anterior, construyamos equidad (de género, intergeneracional, interterritorial). Hagamos la sanidad y educación públicas universales, garanticemos el acceso a la vivienda, democraticemos la ciencia, valoremos los cuidados, repartamos el trabajo con jornada laboral de cuatro días y, mejor aún, con renta básica universal: pan y techo para gozar de tranquilidad y elegir mejores empleos, fomentar el arte y la cultura libre, disfrutar de tiempo para compartir los pequeños placeres de la vida. Claro que hay alternativa. Somos la alternativa. Imaginémonos.
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