Ser mujer, periodista y refugiada afgana: “Lo perdí todo, solo me queda mi voz”
Khadija Amín continua sus estudios de periodismo en España y lejos de sus hijos, mientras alza la voz por la libertad de prensa sepultada bajo el régimen talibán
Pasar de contar noticias a ser la noticia supuso el comienzo de un proceso cargado de angustia para Khadija Amín, periodista y refugiada afgana de 28 años que llegó el pasado 23 de agosto a España. Actualmente reside en Salamanca, donde consiguió continuar sus estudios de periodismo: “Poder volver a la universidad me llena de esperanza, me hace ver la luz en medio de tanta incertidumbre, siempre ha sido mi sueño ser periodista y ver que puedo continuar este camino aquí me alivia un poco mi dolor”. Desde que llegó, dice, se mira al espejo y se sorprende porque no se reconoce.
Intenta comenzar de nuevo pese a los constantes recuerdos de una vida rota en su país natal, desde que el pasado 15 de agosto los talibanes entraron en Kabul y se hicieron con el control de Afganistán. “Mi día a día en España está bien y tengo mucha fe en todo lo que podré hacer por mi gente, pero me resulta insoportable estar tan lejos de los míos”, narra. Se le dibuja una sonrisa en el rostro cuando cuenta lo bien que se siente acogida por la sociedad española, cada día teje amistades y esto le ayuda a no sentirse sola. “No puedo expresar mi dolor a mi madre, ella sufre por mí, pero en Salamanca tengo muchos amigos que me escuchan”, aclara con cierta satisfacción.
Ahora su rutina se centra en las clases y en participar en eventos y conferencias para que la situación de su país no caiga en el olvido. Se encuentra en un limbo entre la esperanza por lo que viene y la tristeza de no poder tener a sus hijos cerca, ni siquiera poder contactar con ellos. “El problema no es solo ser afgana, sino también ser mujer”.
Su mirada no disimula la impotencia de una madre traicionada por el padre de sus hijos. Tenía los billetes y el salvoconducto preparado, pero su marido se negó a subir al avión y tampoco permitió que lo hicieran los tres hijos de Amín. Ella enseña sus fotos, uno tiene ocho años y los otros dos son gemelos de cuatro. “Ojalá algún día pueda verlos y contarles lo que ha pasado”, se derrumba.
Ella carga con el peso de ser mujer en su país: la casaron cuando cumplió los 18 años en un matrimonio de conveniencia. Su marido lo eligió su padre. “Estuve seis años en casa sin hacer nada, solo atendiendo a mi marido y a las necesidades de la casa”. Cuenta que, de repente, se dio cuenta de que ella podía ser mucho más que ama de casa. Entonces fue cuando decidió formarse en periodismo y se convirtió en el rostro de las noticias en la televisión pública afgana (RTA).
Antes de esta entrevista, Amín pudo exponer la situación de la prensa en Afganistán en una mesa redonda encuadrada en la Semana de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en Nebrija: Periodismo amenazado. Es incapaz de centrarse en su testimonio personal, habla siempre en plural y aprovecha cada ocasión para recordar a los informadores que no pudieron huir de Afganistán.
Cuando Kabul quedó en manos de los insurgentes, tras la caída del presidente Ashraf Ghani, recuerda que en la RTA le dijeron que las mujeres se tenían que ir a casa. “A los tres días sin trabajo, fui a preguntar al nuevo jefe talibán de la televisión pública afgana y me dijo: ‘No estás autorizada, las mujeres no podréis trabajar en los medios públicos’. Entonces decidí denunciarlo y no callarme”, relata.
Lo primero que hicieron, asegura Amín, fue cambiar los puestos de dirección y expulsar de la plantilla a las mujeres. Según Reporteros Sin Fronteras, hasta la llegada de los talibanes había unas 700 mujeres periodistas y ahora son menos de 100. La imagen de Amín sentada en el plató presentando las noticias frente a otra de un presentador talibán sustituyéndola fue icónica y su madre le rogó que se marchara del país.
RSF no tardó en comprobar su caso, había pruebas evidentes de que su vida corría peligro. Logró un salvoconducto para salir en uno de los aviones de evacuación españoles que aterrizó el 23 de agosto en Torrejón de Ardoz (Madrid). Amín es una de las 2.400 personas que han llegado a España durante las operaciones de evacuación, según datos de Moncloa.
El periodismo como herramienta de empoderamiento
“Decidí estudiar periodismo porque me permitía denunciar la situación de las mujeres. Me encantaba hacer reportajes sobre los derechos de la población femenina. Me inquietaba ver cómo nosotras desconocíamos nuestros derechos y, a través de la televisión, podía darles visibilidad”, asegura. Su sueño dio frutos y se convirtió en una referencia para las más jóvenes.
Los derechos de las mujeres en Afganistán han sido motivo de profundas divisiones y conflictos siempre. Desde principios del siglo XXI, las afganas se han estado movilizando para lograr más libertad e igualdad. Pero, con los años, los esfuerzos para mejorar su situación han sido en vano, contarrestados por quienes se han empeñado en hacerlas retroceder. Amín hace hincapié en la experiencia de 20 años atrás e insiste en que los talibanes no han cambiado. Reclama la ayuda de los periodistas extranjeros y la comunidad internacional para exigir que respeten los derechos humanos en su país.
Ante un público nutrido de estudiantes de periodismo, recordó que “en un día nueve periodistas murieron en Afganistán en un atentado talibán”. Se queja de que ya no existe la libertad de prensa: “Desde que los talibanes han tomado el poder, solo quieren que la televisión diga cosas positivas, no la realidad de lo que está ocurriendo”.
Desde que los talibanes controlan los medios de comunicación se han registrado al menos 30 casos de violencia y vejaciones a periodistas. El 70 % de reporteros han dejado de trabajar y otros tantos están amenazados. Los periódicos impresos se han extinguido. En las redacciones de radios y televisiones se respira el miedo. Amín lamenta que haya profesionales de la información en paradero desconocido y muchos que se ocultan: “Cada día recibo mensajes y llamadas de colegas escondidos pidiéndome ayuda para salir. Es muy doloroso”.
Afganistán se ha convertido en un lugar mucho más sombrío. Le provoca mucha rabia pensar que las jóvenes se quedarán sin poder continuar sus estudios y que las universitarias no podrán volver a clase. “Veo un futuro muy oscuro para las mujeres de mi país. Hemos luchado tanto... Y ahora volvemos a un callejón sin salida”. Teme que la incapacidad de gestión y la inexperiencia de los talibanes vuelva a sumir en el caos a un país que no consigue levantar cabeza.
“Las principales víctimas de la pobreza serán las mujeres y las niñas”, reflexiona. Además, la llegada de los talibanes supondrá un retroceso en todo lo que han conseguido en materia de derechos. Según el último informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Afganistán es el segundo país en el mundo que registra más mortalidad materna. Cada día mueren 900 niños y niñas menores de cinco años. La vida será difícil, especialmente para las jóvenes que, en su deseo de aprender y buscar nuevas oportunidades, se enfrentan a amenazas, dificultades y desafíos diarios. Y, pese a saberlo, la comunidad internacional ha dejado sola a la población afgana, denuncia.
Amín logró alejarse de este devenir tan hostil, pero cada día se despierta con un vacío: “Perdí a mi familia, perdí a mis hijos, perdí mi identidad. Lo perdí todo, solo me queda mi voz”. Una que no quiere apagar. Quiere ser el altavoz, desde la distancia, de aquellos a quienes los talibanes se empeñan en silenciar. Sobre todo, de ellas porque sin mujeres reporteras no puede existir una información plural e igualitaria en Afganistán. Y como ella dice: “Los y las periodistas son la voz de la libertad”.
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