La primera vez que vi el hambre de cerca

La responsable de comunicación de Save The Children España comparte los sentimientos que le ha generado conocer en persona a niños gravemente desnutridos en Níger, y su determinación para que este flagelo “no siga siendo el vecino molesto con el que te acostumbras a convivir”

Una madre agotada con su hijo en el centro de educación nutricional para casos moderados de Aguié. Al fondo, el cabello de otro niño se ha aclarado, un síntoma habitual de la malnutrición.PEDRO ARMESTRE

Dicen que las primeras veces se recuerdan siempre: el primer amor, la primera vez que ves el mar, el primer viaje en avión. Esta ha sido mi primera vez mirando al hambre extrema a un palmo de distancia. Ha llegado a mis 47, en Aguié, Níger, el último día de junio de 2022, pero ya sé que no habrá años por delante que la diluyan.

También dicen que la abundancia y la persistencia de noticias trágicas genera parálisis en la audiencia. Si todo está tan mal, si ya nada se puede hacer, para qué molestarse en intentarlo. Sé que este efecto es cierto porque yo también me paralicé. Ante aquella madre que se secaba los ojos con la punta de la falda arenosa, ante aquel niño de ojos hinchados, me agarré al cabezal blanco y oxidado de la cama y los dos nos sostuvimos. El hierro corroído y la periodista experimentada, sujetándonos como podíamos en la fragilidad mutua.

Esta es la imagen de cuando todo ha fallado. La enfermera Salamatou Badamassi pesa a un niño ingresado en cuidados intensivos, en Aguié, región de Maradi, al sur de Níger. La sequía extrema y el aumento de precios del cereal y los fertilizantes por la guerra de Ucrania aboca a media África a una crisis de hambre sin precedentes.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Níger es un país de mujeres y niños. Casi el 60% de la población tiene menos de 14 años. La tasa de fertilidad es de unos siete hijos por mujer. Con una poligamia aceptada y extendida, es habitual ver núcleos familiares de 15 niños y niñas, como el de la imagen, en la aldea de Ken Dema: son Tayaba y Atara, las dos esposas, e Ibrahim, el marido, junto a su numerosa descendencia.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
En los periodos entre cosechas, que van de junio a septiembre, se come lo que se ha podido almacenar en los graneros. Si las lluvias no llegan, las reservas se acaban, y el precio prohibitivo del grano en el mercado hace que las familias no encuentren manera de alimentar a sus hijos. En la región sureña de Maradi, 1.350 familias –más de 9.000 personas– han podido comprar alimentos este año gracias a las transferencias de dinero en efectivo que ha puesto en marcha Save the Children.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Cuando las cosas vienen mal dadas, los hombres emigran hacia Libia, al norte, o a Nigeria, al sur. Miles de madres se quedan entonces solas con sus hijos sin medios para alimentarles. A menudo caminan 15 o 20 kilómetros para buscar la ayuda sanitaria que necesitan en centros de atención a la desnutrición moderada y aguda, como este de Aguié, al sur del país. Sus maridos a veces mandan dinero, a veces no. A veces vuelven, a veces no.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Un niño llora en brazos de su madre mientras espera su turno en el centro de recuperación nutricional de Aguié, al sur de Níger, donde se atiende a los casos moderados.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
La buena noticia es que la mayoría de los niños y niñas tratados aquí mejoran su salud. Las tasas de recuperación, gracias al seguimiento sanitario, superan el 80%. En los libros de registro que muestra el personal del centro al equipo de Save The Children, se puede ver repetida la palabra “guéri”, curado (en francés).PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
En el centro vecino, donde acaban los casos más graves, un niño en estado de desnutrición aguda es monitorizado para revisar sus constantes vitales. “Nunca te acostumbras a esto”, cuenta el director del Centro de Recuperación (CRENI), Ibrahim Seydou. Y está bien que así sea.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Madres esperan desde temprano a que comience la atención en el centro de educación nutricional de Aguié, al sur de Níger.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
En los casos moderados y agudos, que todavía no han llegado al peor estadio del hambre, el Pumply Nut hace milagros. Con este superalimento terapéutico, los niños se recuperan en pocos días, pero el precio de este valioso reconstituyente también ha aumentado y puede seguir haciéndolo hasta casi un 20% de lo que costaba en 2021.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Una madre agotada es consolada por su hijo en el centro de educación nutricional para casos moderados de Aguié. Al fondo, el cabello de otro niño se ha aclarado, un síntoma habitual de la malnutrición.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
La balanza como la gran amenaza. Sin una movilización extraordinaria de recursos, la crisis de hambre que se avecina será de unas dimensiones que no veíamos desde hace 40 años. Las sequías cada vez más frecuentes, la subida de precios –el saco de mijo y sorgo ha doblado su precio en estos meses de escasez– y el abandono institucional pesan más que las vidas de muchos niños.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Si el estado de salud se agrava, hay que hospitalizar. Amina permanece ingresada en el centro de recuperación nutricional de Aguié. Aquí se tratan casos de desnutrición aguda como este, en los que la única posibilidad de recuperarse pasa ya por la alimentación medicalizada. La escasez de gasolina para las ambulancias –también por la subida del precio del combustible– complica la posibilidad de que lleguen a tiempo.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
A Tayaba ya se le murió un hijo. Teniendo en cuenta la tasa de mortalidad infantil del país, ese es el número que le tocaría a cada madre nigerina: perder un hijo (al menos). En situaciones como la de este verano, el dinero mensual que le transfiere Save the Children le da para alimentar a su familia sin riesgos. “Si se acaba esa transferencia, no sé qué solución puedo encontrar”, dice.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)
Mujeres y adolescentes muelen el mijo en un poblado junto a la carretera que une la capital de la región de Maradi con la población de Aguié. El mijo es la base de la dieta en Níger y su preparación corresponde siempre a las mujeres.PEDRO ARMESTRE (pedro armestre)

Respiré y traté de recordar que la parálisis es una reacción normal a lo anormal, a lo abrumador, a lo que nos excede. Cuando fui capaz de levantar la cabeza y mirar alrededor, a las diez camas de la austera sala, no entendía qué pasaba. ¿Por qué en esa habitación que encerraba la vergüenza del mundo había niños extremadamente delgados, apenas latientes, y otros extremadamente abultados, con los párpados y el vientre como a punto de explotar? Luego supe: son las dos caras del hambre, la moneda lanzada al aire en un juego en el que caiga como caiga, siempre se pierde.

Con 22 años y dos hijos, Aisha está a punto de perder la tirada. Su segundo hijo, malnutrido agudo, tiene problemas. Ella ha caminado 30 kilómetros hasta llegar al CRENI (Centro de Recuperación del Estado Nutricional Infantil), pero cuando lo ponen en la báscula, esta apenas se mueve. La miro y no acierto a averiguar quién está más débil de los dos. “Las mujeres aquí no tienen elección. La única manera de acabar con la malnutrición es enfocándose en las mujeres, proporcionándoles medios de vida para que puedan cuidar primero de ellas mismas y después de sus hijos”, me decía con énfasis pocos minutos antes Madame Boubakar, enfermera del centro vecino, el CRENAS, donde se atiende a quienes presentan solo malnutrición moderada o severa. “Si hay mala cosecha, los hombres emigran a Libia o a Nigeria. A veces envían dinero y a veces no. A veces vuelven y a veces no”. La única elección posible es elegirlas a ellas.

¿Cómo hacer que quien solo quiere que su hijo llegue vivo al final del día pueda imaginar un mañana? Porque con el estómago vacío no se puede soñar

Este verano más del doble de personas que el año pasado pasarán hambre en Níger. Concretamente, el 57% más, según la estimación de Save The Children, la organización para la que trabajo y con la que viajé al país. Las causas, las tres c: covid, cambio climático, crisis de Ucrania. Sube el precio de la gasolina, de los fertilizantes, del grano, de las semillas. Todo lo que puede ir mal se suma para que en la enorme región desértica del Sahel, que recorre África de este a oeste, más de seis millones de niños y niñas vayan a sufrir desnutrición entre junio y septiembre. Eso es casi como todos los habitantes de la comunidad de Madrid sin nada que echarse a la boca ahora mismo. La parálisis es humana, pero lo que ocurrirá si nos dejamos arrastrar por ella será inhumano.

Aterrizo en domingo en Barajas. Madrid sigue en su sitio, con su asfalto en el suelo, su agua corriente en las casas, sus tiendas de alimentos llenas. Paro a comprar la prensa en el quiosco de mi barrio: “Si no imaginas el mañana, no existe esperanza”, leo al publicista Oliveiro Toscani en un reportaje de EL PAÍS Semanal. Pero, ¿cómo hacer que quien solo quiere que su hijo llegue vivo al final del día pueda imaginar un mañana? Porque con el estómago vacío no se puede soñar. Ya lo decía Martín Caparrós, cuando hablaba con aquella madre también nigerina cuyo mayor sueño era tener dos vacas: “El hambre no solo te jode la vida, también te jode los sueños”.

Ya en casa, me revuelvo contra la parálisis. Haré lo que puedo hacer: incomodar, intentar que el hambre no siga siendo el vecino molesto con el que te acostumbras a convivir. La vecindad del hambriento debe perturbar la convivencia. Solo así habrá esperanza más allá de la cama de forja blanca.

Celia Zafra es periodista. Responsable de comunicación de Save The Children España.

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