Perú, el país que no quiere aprender
Desde hace dos años, los niños peruanos no asisten a clases presenciales. Este escenario muestra una débil voluntad política que no se atreve a enfrentar los miedos de la ciudadanía para un regreso a clases necesario
En diciembre, gran parte de los ocho millones de estudiantes peruanos cumplirá dos cursos sin pisar sus aulas. ¡Dos años! Son pocos los casos en el mundo y no queda ya ninguna razón para poder justificar esta tragedia, se han ido cayendo todas por el camino. Esta situación dejará como legado a miles de niños y niñas que ya no aprenderán a leer, adolescentes con problemas de salud mental de por vida y futuros profesionales en Medicina, Ingeniería o Derecho sin los conocimientos necesarios y sobre todo niñas, muchas niñas sufriendo violaciones evitables. Perú triplicó los casos de menores de 10 años forzadas a ser madres en 2020. Todavía perdura la falsa creencia de que el hogar es seguro y el colegio es peligroso cuando toda la evidencia señala que es al revés.
Y es que sobre la importancia del regreso al colegio todo está ya dicho para quien ha querido escucharlo. UNICEF, colectivos como Volvamos a Clases y diferentes expertos no han cejado en el intento, igual que desde hace algunos pocos meses los principales medios en el país. Pero no ha habido manera. Las pocas escuelas que han abierto lo han hecho a pesar del Gobierno actual, del anterior y del anterior. Porque han sido en realidad cuatro los gobiernos que el Perú ha tenido durante la pandemia si contamos al ilegítimo de Manuel Merino. Los ministros de Educación de todos ellos han sido enfáticos sobre la importancia del regreso a las clases, sin embargo, únicamente cuando han dejado el cargo: mientras estaban en activo, como si una fuerza del mal les poseyera, se veían imposibilitados a liderar la apertura de sus colegios. Nunca era el momento.
Cuando gran parte de los centros educativos de la región, del mundo, y unos pocos en el país demostraban que eran espacios seguros y no había contagios, desde el Gobierno señalaban que los niños eran “grandes transmisores” (lo dijo el ministro de Educación Cadillo el 5 de agosto 2021); auguraban “una peligrosa tercera ola que no se puede enfrentar con clases” y recomendaban “no acelerar el retorno a clases presenciales hasta tomar en cuenta los medios de transporte”. No ha habido ninguna voluntad.
Cuando gran parte de los centros educativos del mundo y del país demostraban que eran espacios seguros, desde el Gobierno señalaban que los niños eran “grandes transmisores”
Pero la situación actual no es solo achacable al Gobierno. Los sindicatos de maestros, de donde proviene el actual presidente, tienen una parte importante de responsabilidad, pues han visto una oportunidad política para condicionar la apertura de los colegios al cumplimiento del rezago histórico de la educación en el país, la que llaman deuda social. Y tienen razón: los maestros están mal pagados y muy poco reconocidos, y la educación es todavía entendida por una ciega élite como una maquinaria de segregación social cuando tendría que ser al revés. Pero es muy retorcido encerrar a ocho millones de niños en sus casas hasta el cumplimiento de esas demandas, por válidas que sean.
Hay también silencios difícilmente explicables: de colegios de médicos, de psicólogos, de rectores de universidades, de asociaciones de estudiantes y silencio también de la generación del Bicentenario. Muy pocas son las voces que reclaman el regreso a las clases a pesar de su innegable importancia. Desidia, apatía, temor... Todas ellas son razones que llevan a este bloqueo desastroso.
Muy pocas son las voces que reclaman el regreso a las clases a pesar de su innegable importancia
Abandonan a personas como Kimberly Acero, con su hijo de tres años en un colegio público de El Rimac, en Lima, y que todavía no ha podido pisar: “Sentimos que es necesario el retorno a clases presenciales, aunque sea de semipresencial, porque hay bastantes vacíos en la educación de los pequeños. En esta etapa de mi niño se aprende mucho a través del juego libre y de las interacciones con otros compañeros”.
A pesar de ser un regreso voluntario, los padres deben votar sobre la reapertura. Se han dado así casos donde han ganado quienes están en contra manteniendo colegios cerrados y negando el derecho a la educación de quienes sí quieran asistir. Regreso a su vez con medidas mucho más exigentes que el marco global para la reapertura elaborado por UNICEF. Más exigentes también que para otros sectores como centros comerciales o gimnasios. Por ejemplo, los niños deben ir con doble mascarilla siempre, mantenerse a dos metros de distancia y el distrito donde está el colegio ha de cumplir con una serie de criterios epidemiológicos específicos. Muchos colegios no abren por no contar con los recursos para realizar las inversiones necesarias, por el temor de la presión de la opinión pública si tuvieran un contagio o por las amenazas de las autoridades incluso a demandas penales.
Alice Rodriguez, residente en Urubamba, Cuzco, y con hijos de 15 y 9 años lo confirma: “Hay demasiadas trabas desde las instituciones del Gobierno. Aquí el 100% de los colegios están habilitados para abrir, pero únicamente lo hacen tres o cuatro porque se dan situaciones absurdas como exigirte un letrero y por ello mantenerte el centro otros 10 días más cerrado”.
La situación actual, con el 84% de los profesores vacunados y la pandemia en sus niveles más bajos, es ridícula y cruel. Es difícil explicarle a un menor, después de haber estado el domingo en el cine comiendo palomitas o jugando en el parque de atracciones del centro comercial, que el lunes no podrá ir a clase porque puede allí contagiarse y tenemos que protegerle.
La situación actual, con el 84% de los profesores vacunados y la pandemia en sus niveles más bajos, es ridícula y cruel
“Definitivamente no me siento seguro [llevando mi hijo a la escuela] porque la pandemia aún está entre nosotros, pero no considero que haya mucha diferencia entre acudir a una escuela o ir a un supermercado, reunión familiar o incluso al cine”, señala Anthony Mendoza, 27 años y con su hijo de seis en una escuela pública de Comas.
Perú debe salir de su ensimismamiento, levantar la mirada y no hipotecar la próxima generación dándose más tiros en el pie. No dejar la impresión de ser un país que no prioriza la educación o que se obceca con creencias sobre el virus que se ha demostrado que no son ciertas. Lo está haciendo con la vacunación de manera ejemplar, lo puede hacer con la apertura de los colegios. El regreso tiene que ser obligatorio como el conducir por la derecha o respetar los semáforos. El objetivo, contar con todos los niños y niñas en sus clases presencialmente para marzo 2022 comenzando progresivamente desde mañana.
El Gobierno tiene que cambiar para ello los protocolos para facilitar el retorno, dejar de poner trabas innecesarias y liderarlo como proyecto nacional que sane heridas en una sociedad dolida y fracturada, como señala la académica Norma Correa.
Este pasado viernes, el actual presidente y maestro Pedro Castillo por fin se pronunció sobre la importancia del retorno de los niños a las escuelas. Dijo: “Se aprende más cuando hay socialización y ya han pasado dos años”. Palabras similares utilizó en campaña sin haber posteriormente casi avances.