Jennifer Nansubuga Makumbi, escritora ugandesa: “Hacerse la tonta es también una estrategia para hacer la vida más soportable”
La autora, premiada internacionalmente, publica una saga familiar con el despertar feminista de una adolescente africana como telón de fondo
La cita es en la estación de tren de Mánchester, la ciudad en la que vive Jennifer Nansubuga Makumbi (Kampala, 58 años). En la calle hace un frío polar, que se cuela también en el vestíbulo donde espera sonriente la escritora ugandesa, enfundada en una chaqueta de borrego color crema. Los paneles de la estación anuncian trenes que circulan por el norte de Inglaterra y unen ciudades grises por los nubarrones, pero también por la mugre que se acumula en estas urbes asoladas por las desigualdad y que, según Makumbi, sus compatriotas africanos ni imaginan que pueden existir. “Occidente ha estado en posesión de la pluma y el micrófono y ha reflejado solo su belleza en la literatura y el cine”, dice en alusión de los distintos estereotipos que pesan sobre África y sobre Europa.
En una cafetería de la estación, Makumbi conversa durante más de una hora sobre el feminismo que retrata en La Primera Mujer (Deleste), la novela en la que distintas generaciones de ugandesas ensayan estrategias para sobrevivir a un patriarcado que amenaza con asfixiarlas. Tejen alianzas y también se enfrentan entre ellas, en una historia repleta de grises.
Pregunta. Usted escribe sobre lo que denomina el mwenkanonkano, el feminismo africano que precede al europeo. ¿Son tan diferentes?
Respuesta. Donde hay opresión, hay resistencia. Las mujeres africanas y las ugandesas han sufrido la opresión del patriarcado y crearon sus propias formas de resistencia. No fue como en Occidente, donde hubo movimientos, manifiestos y líderes. Para las africanas, era su vida, era levantarse por la mañana y prepararse para la guerra.
P. Una resistencia más cotidiana.
R. En África, una negociación, un compromiso. A veces incluso das un paso atrás. Siempre ha habido espacios donde las mujeres se han juntado y han compartido sus experiencias. Uno, por ejemplo, es la noche antes de la boda, donde las mujeres casadas dan consejos a la novia. Y luego está el poder doméstico y la capacidad para cambiar las cosas dentro de casa. Siempre fue un proceso silencioso, no estaban en la calle con un megáfono. Emanaba de la gente y cada una lideraba su propia lucha.
P. Usted sostiene que la sororidad no está reñida con las luchas intestinas entre mujeres. ¿Cómo explica estas rivalidades?
R. Los hombres están demasiado lejos, allí arriba y no se puede pelear contra ellos. La gente con la que te puedes enfrentar es la que está a tu altura. Por eso, cuando una mujer pilla a un hombre engañándola, se enfada con la otra mujer, con la que está tan oprimida como ella. De la misma manera que aquí, en Reino Unido, ves a los chicos negros matándose entre ellos porque no se atreven con los blancos, porque saben que entonces todo el peso de la ley caerá sobre ellos. Han interiorizado su falta de valía y por eso, matarse entre ellos no supone gran cosa.
P. Dice que quiere demostrar con su literatura lo que significa vivir en el cuerpo de una mujer. ¿Qué no entienden los hombres de nuestros cuerpos?
R. He querido mostrarle a mi hijo, a mi marido, a mi padre, a mi abuelo y a todos los hombres que me quieren cómo en esta cultura, por la manera en la que está estructurada, hace que sea complicado vivir en el cuerpo de una mujer. No puedes sentarte con las piernas abiertas, no puedes trepar a los árboles, no puedes hablar de tu periodo. Hay tantos tabúes que rodean al cuerpo de las mujeres… En Uganda por ejemplo a partir de una cierta edad, no debes mostrar tus piernas, te las tienes que tapar. He querido explicar a los hombres que todo eso que atribuyen al cuerpo de las mujeres son una fuente de dolor.
Las mujeres tienen que ser perfectas y traer niños perfectos al mundo
P. Le preocupa también el anhelo de la madre perfecta. ¿De los padres se espera menos?
R. En África, durante mucho tiempo se ha dicho que las mujeres eran las madres de la patria, las que hacen que la sociedad permanezca unida. Se las somete a mucha presión para que mantengan esa unidad, también como madres. Sin embargo, las maltratan. Se venera la figura de la madre, se las considera un ejemplo a seguir, pero los pedestales también pueden ser opresivos, porque si te rebelas, estás traicionando a la nación. Los padres, no soportaban tanta presión. Ellos pueden ser terribles y comportarse mal, pero las mujeres tienen que ser buenas. Las mujeres tienen que ser perfectas y traer niños perfectos al mundo.
P. Usted retrata a mujeres que se hacen las tontas porque piensan que es lo que los hombres quieren. ¿Eso también es feminismo?
R. Lo que trato de mostrar es la variedad de comportamientos que adoptan las mujeres en su lucha por la igualdad. Hay unas que se hacen las tontas, las pequeñas, las que dicen que necesitan que los hombres las cuiden. Pero esas no son mujeres que necesariamente se lo creen, sino que están diciendo lo que los hombres quieren oír. Hacerse la tonta es también una estrategia para hacer la vida más soportable.
Occidente quiere mostrar solo su belleza, pero luego llegas aquí y quieres llorar
P. Las nuevas generaciones de africanos quieren revisar la historia y exigen justicia poscolonial. ¿Cómo es esta generación?
R. No tienen miedo; es maravilloso. No negocian, son impacientes. También con nosotros por lo pacientes que hemos sido con la opresión.Se relacionan de manera diferente con la opresión y exigen mucho más a los líderes. La Generación Z ha cogido el micrófono y la cámara para exigir cambios y los Gobiernos se han dado cuenta.
P. Los estereotipos sobrevuelan su literatura. Los que pesan sobre África, pero también los que tienen los africanos sobre Europa, que piensan que aquí todo el mundo es rico. ¿Cuánto daño hacen?
R. Si yo hiciera un documental sobre la vida real de los migrantes en Reino Unido, dónde viven, dónde trabajan y lo que ganan, probablemente menos gente querría venir. Y luego está la comida, el frío… Occidente quiere mostrar solo su belleza, pero luego llegas aquí y quieres llorar. ‘¿Por qué me he hecho esto a mi mismo?’, te preguntas. Sobre todo los africanos de clase media. Si pienso en las películas que veía de pequeña, como James Bond, donde todo es maravilloso, el paraíso. Lo mismo pasa con Nueva York. Occidente ha estado en posesión de la pluma y el micrófono y ha reflejado solo su belleza en la literatura y el cine. Ha reproducido África y se ha reproducido a sí mismo.
P. ¿Cómo representa Occidente a África?
R. Pobreza, muerte, enfermedades e igual algo de baile. Ayuda a establecer el contraste. Ellos pobres y nosotros ricos. Esa representación ayuda a construir la narrativa. Blancos superiores, negros inferiores.
P. Ha mencionado la migración. En Europa, los políticos oportunistas intoxican el debate. Nadie parece interesado en abordarlo desde la razón y los derechos humanos.
R. Por un lado están los políticos en el poder que permiten la entrada de migrantes y luego la oposición que se lleva las manos a la cabeza y dice que es todo terrible. Voy a conferencias internacionales en las que no les dan visados a escritores africanos, pero luego se permite que venga la gente en pateras. Sospecho que quieren que venga mano de obra barata. ¿Se acuerda del Brexit? No había gente para trabajar en los mataderos, en los jardines y empezó a llegar más gente.
P. ¿Cómo de difícil es escribir de África desde Mánchester, una ciudad en la que el Imperio y la revolución industrial están tan presentes?
R. Cuando leo lo que escribía en Uganda me doy cuenta de que era muy malo. Hasta que no vine aquí no fui capaz de ver Uganda. El contraste y la nostalgia me ayudó a ver la belleza. Yo no sabía que la tierra era roja en Uganda hasta que no vine aquí y me di cuenta que la tierra es negra. Empecé a ver mi país con otros ojos cuando me fui. Estar en el extranjero me ha hecho mucho mejor escritora. Además, aquí hay bibliotecas, grupos literarios, hay tantas oportunidades… Me aprovecho del Imperio, a la vez que lo critico. Es muy hipócrita, pero es maravilloso serlo.
P. Pero usted aspira a jubilarse en África.
R. Sí, sí. Necesito a mi familia y no puedo soportar más este frío. No pienso acabar en una residencia de ancianos inglesa. Trabajé en una cuando llegué para pagar la matrícula del master y sé lo que pasa ahí dentro.