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Sobrevivir en Congo tras ser acusado de ser un niño brujo: “Papá nos dijo que si volvíamos a casa nos mataría”

Dos hermanos cuentan en un cortometraje dirigido por Álvaro Hernández Blanco y producido por la Fundación Amigos de Monkole cómo un orfanato y la posibilidad de estudiar les salvaron la vida

“Ella tenía solo dos años, yo tenía cinco. Papá se quedó sin trabajo y empezó a pensar que sus hijos le bloqueaban y le estaban empobreciendo”. Fils toma la palabra ante la cámara y su hermana Ruth aún no logra contener las lágrimas, muchos años después. “Nos trató de brujos, nos pegaba. Un día, papá nos dijo que si volvíamos a casa nos mataría”, dice esta chica congoleña.

Fils y Ruth Makani, hoy ya jóvenes adultos, son los protagonistas del documental Kobotama Lisusu (Los renacidos, en lengua lingala), dirigido por el madrileño Álvaro Hernández Blanco, que se estrena este jueves por la tarde en Cines del Palacio de la Prensa en Madrid.

“Ruth y Fils pudieron salir adelante pese a todos los obstáculos. Fundamentalmente, gracias a que les dieron una oportunidad y sobre todo porque pudieron estudiar”, explica en una entrevista con este diario Hernández Blanco, que ya ha dirigido otros documentales, todos con una preocupación social, como Aquí Seguimos, sobre las últimas hablantes del idioma indígena ku’ahl, en México o Los Cayucos de Kayar, sobre el fenómeno migratorio en un pueblo de Senegal, que fue candidato al Goya en 2025.

Ruth y Fils pudieron salir adelante pese a todos los obstáculos. Fundamentalmente, gracias a que les dieron una oportunidad y sobre todo porque pudieron estudiar
Álvaro Hernández Blanco, director de cine

Estos hermanos congoleños representan a miles de niños acusados de brujería en el país por sus propios familiares y a menudo abandonados a su suerte en las calles. Incontinencia nocturna, insomnio, vientre hinchado o alguna discapacidad pueden bastar para acusar a un niño o niña de ser brujos. A los pequeños también se les culpa de la pobreza o de las desgracias familiares y a menudo son abandonados.

En 2007, la ONG Save The Children calculó que había unos 70.000 niños y niñas congoleños acusados de brujería. Según cifras de Unicef, solo en la capital, Kinshasa, había en 2019 más de 13.000 niños perseguidos por esta razón. Esta agencia de ONU considera que ciertas creencias, la pobreza y el aumento de huérfanos debido al conflicto alimentan esta tragedia.

“La guerra, sin duda, tiene que ver en este drama. A los niños que han perdido a sus padres los llevan de aquí para allá, a veces acaban con familiares lejanos que ni les quieren ni les esperaban ni tienen dinero para mantenerlos y los acusan de ser brujos”, explica el director.

“La historia de Fils y Ruth es algo así también. Fueron yendo de aquí para allá hasta caer en un buen lugar y poder reconstruirse”, agrega.

El poder del cine

Ese buen lugar fue el orfanato Mama Koko de Kinshasa, el mayor del país, donde son acogidos varios centenares de niños abandonados, una parte de ellos acusados de brujería y un porcentaje importante también con discapacidades.

“Discapacidades importantes. No me quise centrar en eso para no caer en un morbo innecesario, pero encuadraras donde encuadraras había un niño o niña discapacitado”, recuerda Hernández Blanco.

“En ese orfanato se convence a niños como Fils y Ruth de que no son brujos ni traen mala suerte. Reconstruir a esos chavales es una labor preciosa y durísima, sobre todo porque hay mucho amor, pero faltan recursos”, agrega el director.

Hernández Blanco explica que semanas después de filmar en Mama Koko hubo un brote de cólera en el lugar y varios niños fallecieron. “Tal vez niños que aparecen en el documental. Eso fue realmente muy duro”, explica.

Hemos usado el poder del cine, que remueve y conmueve, para sensibilizar ante una situación y al mismo tiempo el documental ofrece una solución, refrendada por una fundación que tiene un proyecto exitoso de becas para ayudar a niños
Álvaro Hernández Blanco, director de cine

El documental, filmado en abril en Kinshasa, ha sido producido por la Fundación española Amigos de Monkole, que tiene más de una decena de proyectos en el país africano y ha ayudado desde su creación en 2017 a unas 150.000 personas, especialmente mujeres y niños.

“Hemos usado el poder del cine, que remueve y conmueve, para sensibilizar ante una situación y al mismo tiempo el documental ofrece una solución, refrendada por una fundación que tiene un proyecto exitoso de becas para ayudar a niños que están en orfanatos”, resume Hernández Blanco.

“Los protagonistas del cortometraje encarnan ese éxito. Lo más bonito de este documental, que no es para nada un vídeo corporativo, es escuchar la voz de Fils y Ruth. Ellos cuentan su historia. No fue fácil, sobre todo en el caso de ella, que arrastra todavía unos traumas y unos complejos muy fuertes”, agrega.

Con el estreno del documental, la Fundación Amigos de Monkole ha puesto en marcha un programa de becas para escolarizar, en una primera fase, a 50 niños de dos orfanatos de Kinshasa. “Estamos convencidos de que la educación es fundamental para el desarrollo de un país y garantía de igualdad de oportunidades para todos los niños”, en palabras del presidente de la Fundación, Enrique Barrio.

Según Unicef, 7,6 millones de niños congoleños de entre cinco y 17 años no acuden a la escuela. “Lo que podemos cambiar dependerá de la educación. Si tu familia no te crio bien, no vas a lograrlo si no encuentras personas que te ayuden”, asegura ante la cámara Ruth, hoy convertida en estudiante de Enfermería en Kinshasa.

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