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Maximiliano Méndez-Parra, experto en comercio del Sur Global: “El patrón colonizador de China en África es bastante parecido al que usó Europa en el pasado”

El economista argentino piensa que la guerra arancelaria podría destruir la base industrial que empezaban a consolidar algunos países del continente

La sede del Overseas Development Institute (ODI) —uno de los think tank sobre desarrollo internacional con más solera del mundo, fundado en 1960— se asienta en un noble edificio del prohibitivo barrio londinense de Westminster. A cuatro pasos del Big Ben, en una inmensa oficina diáfana donde imperan la diversidad y el silencio, decenas de mentes se concentran en buscar salidas al laberinto de la desigualdad y la injusticia, los dos focos del ODI. Uno de sus investigadores, el argentino Maximiliano Méndez-Parra, disecciona posibles vías para impulsar el comercio y asesora a gobiernos para facilitar un salto industrial en una región eminentemente agrícola y exportadora de riqueza natural en bruto.

Méndez-Parra confía en que la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA por sus siglas en inglés), que se va implantando lentamente tras su aprobación en 2019, galvanice los procesos productivos en el continente.

Pregunta. ¿Vamos hacia una África que añade valor a sus recursos naturales en lugar de limitarse, por lo general, a exportarlos como materias primas?

Respuesta. La mayoría de países lo tienen como objetivo y hay procesos para que esto ocurra. El gran propósito del AfCFTA es incrementar el comercio de manufacturas y minerales con valor añadido dentro de África y aumentar sus exportaciones al resto del mundo. Es un camino complejo, con el huevo y la gallina siempre de fondo: se exportan pocas manufacturas y materias primas refinadas porque no hay una base industrial, y no hay una base industrial porque hay pocas exportaciones.

P. ¿Cómo se rompe ese círculo?

R. Muchos países africanos lo han intentado y pocos lo han logrado. Marruecos es un ejemplo de éxito, sobre todo en la industria automovilística, donde se ha esforzado por atraer inversión extranjera y ya está totalmente integrado en las cadenas de valor de la Unión Europea, cuya cercanía geográfica facilita mucho las cosas. Etiopía es otro caso interesante: ha pasado de exportar básicamente café hace 20 años a diversificar su oferta añadiendo flores o productos textiles. Aquí ha sido clave el papel de China, que ha establecido Zonas Económicas Especiales (ZEE) y se ha beneficiado de la amplia oferta de mano de obra barata.

P. También ha construido el ferrocarril que une Adís Abeba (capital de Etiopía) con el puerto de Yibuti para dar salida al mar a lo que se produce en esas ZEE. Parece un plan perfectamente diseñado a miles de kilómetros de África.

R. La realidad es que las compañías que operan en esas zonas son en su mayoría chinas. No grandes conglomerados, sino pequeñas y medianas empresas emergentes. Nos guste o no el modelo, lo cierto es que Etiopía ha gozado de un largo período de bonanza, situándose algunos años en el top tres de crecimiento global. Ha pasado de estar permanentemente al borde de la hambruna a consolidar una clase media al alza.

P. ¿Existe mucho potencial en el sector textil en ese camino hacia un África más industrializada?

R. El problema es que los países africanos tienen que competir —en el mercado global y concretamente en el europeo— con países tremendamente eficientes como Bangladés o Camboya. Hay poco margen, incluso sin aranceles, al vender textil en la UE, como ocurre en la mayoría de casos.

Los países africanos tienen que competir —en el mercado global y concretamente en el europeo— con países tremendamente eficientes como Bangladés o Camboya

P. Para que el AfCFTA tenga un fuerte impacto en el desarrollo del continente hacen falta infraestructuras. Y China, el gran impulsor en este ámbito en los últimos tiempos, es hoy mucho más conservadora que hace 15 años a la hora de financiar trenes, carreteras o puertos africanos.

R. La necesidad es enorme. No solo en grandes infraestructuras propiamente físicas, sino también en lo que se llaman soft infrastructures, por ejemplo las rutas marítimas regulares. Hoy día, para llevar carga de Nigeria a Kenia es probable que tengas que pasar por Singapur. Y si quieres ir en camión, olvídate, no sé si alguien lo ha intentado... Hay que mejorar la conectividad entre países a todos los niveles. Y aligerar la logística. Se han puesto en marcha buenas iniciativas, por ejemplo lo que está haciendo Trademark Africa para establecer corredores de comercio, sobre todo en el este. Han conseguido bajar de 25 a tres días el tiempo que tarda en ir y volver un contenedor entre Mombasa (Kenia) y Uganda.

P. ¿Ponen las grandes potencias trabas a África cuando esta intenta ir añadiendo valor a su riqueza natural? ¿Sigue imperando el paradigma extractivista?

R. No lo creo. Al menos en la UE, en Reino Unido o incluso en Estados Unidos, antes de la llegada de Trump. Es cierto que existe un interés por controlar los minerales estratégicos, pero también muchos programas de ayuda al desarrollo que fomentan modelos de mayor autonomía, así como una supuesta voluntad de no repetir ciertos patrones del pasado europeo. Dicho sea de paso, el patrón colonizador de China en África es bastante parecido al que usó Europa en el pasado. Entonces, ¿cuántos de estos deseos son retórica? Vaya usted a saber. Sin duda siguen existiendo ejemplos de este patrón de colonialismo clásico. La Administración Biden aprobó financiación y garantías para el corredor de Lobito [también apoyado por la UE], que conecta minas de la República Democrática del Congo a un puerto en Angola. La idea es bien sencilla: sacar minerales sin demasiado procesamiento rumbo a Occidente.

P. ¿Hasta qué punto responde a la realidad el cliché de una enorme asimetría entre entidades foráneas ultrapoderosas y Estados africanos frágiles siempre obligados a ceder si quieren recibir inversión?

R. Depende mucho del momento y el contexto, aunque resulta positivo que el AfCFTA incluya un protocolo que pone el énfasis en el desarrollo sostenible y el reparto de obligaciones entre el Estado y los inversores, en claro contraste con los tradicionales acuerdos de inversión, que eran básicamente una forma de proteger a los inversores. Es bastante novedoso como marco general que pone la inversión al servicio del desarrollo de los países.

P. ¿Se aplicará en los términos en que está planteado?

R. Luego llegan los casos concretos, con una gran diversidad de situaciones políticas y económicas que facilitan más o menos acuerdos más o menos extractivistas. Imagine que un país tiene graves problemas para devolver los intereses de su deuda. Llega un inversor que pone una buena cantidad de dólares encima de la mesa, y a ver quién dice que no. La situación actual tampoco ayuda. Con la guerra arancelaria, la inversión a nivel global está en retroceso, lo cual significa que, en esa asimetría de la que hablaba, la balanza tiene a inclinarse del lado de los inversores, ya que son más selectivos en sus decisiones.

Es cierto que existe un interés por controlar los minerales estratégicos, pero también muchos programas de ayuda al desarrollo que fomentan modelos de mayor autonomía

P. ¿Es legítimo exigir a África que su incipiente industria sea lo más verde posible, una condición que podría ralentizar avances ya de por sí bastante tímidos?

R. No hay duda de que la transformación hacia una forma de producir menos agresiva para el medioambiente tiene costes. Pero no está claro, en cuanto a la tecnología en sí, que producir limpio sea más costoso que producir sucio. Países como Kenia han apostado por la energía geotérmica; allí se utiliza masivamente y son punteros en este campo a nivel mundial. Esto les otorga ventaja al intentar exportar a regiones como Europa, que tiene estándares medioambientales muy altos. Como mucho está por hacer y no siempre sería necesario un proceso de adaptación, prefiero ver la producción en África con energías verdes como una oportunidad y no como una carga.

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