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RUTF, el alimento milagro contra la desnutrición que quedó atrapado en la debacle de USAID

La vida de millones de niños queda en la cuerda floja si pierden el acceso a este compuesto. La ONU y ONG buscan soluciones para producirlo localmente y lograr distribuir las toneladas almacenadas en Estados Unidos

Cuando se habla de hambre, Gaza está hoy en la cúspide de la pirámide: la ONU ha confirmado que medio millón de personas están al borde de la muerte por inanición, algo que solo ha ocurrido tres veces en las últimas dos décadas y nunca por razones estrictamente ligadas a decisiones políticas. Más allá de los escalofríos que provoca ser testigos de esta hambruna provocada por el bloqueo israelí a la entrada de alimentos, en el mundo hay 295 millones de personas amenazadas por el hambre. De este total, 37 millones son niños con desnutrición aguda o emaciación (bajo peso respecto a su edad), de los cuales 10,2 millones sufren desnutrición aguda severa, según datos del Global Report on Food Crisis 2025, que elaboran las agencias de la ONU.

La emaciación es la principal causa de muerte entre los menores de cinco años, sobre todo por las complicaciones que conlleva, como diarreas o infecciones. Según el Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad Washington School of Medicine, en 1990 murieron 6,6 millones de niños por causas relacionadas con la desnutrición pero los avances logrados en las últimas décadas habían reducido esa cifra a 2,4 millones en 2021. Estos avances estaban directamente unidos a un producto que en los años 90 cambió el panorama global: Ready to Use Therapeutic Food (RUTF), en español Alimento Terapéutico Listo para Usar. Unas bolsitas, tan sencillas como milagrosas, que contienen una combinación de pasta de cacahuete, aceite, leche, vitaminas y minerales esenciales para combatir los casos más graves de desnutrición infantil. Con apenas 45 dólares se completa un tratamiento de entre seis y ocho semanas que puede salvar la vida de un niño. “Sin duda el RUTF cambió el rumbo de los tratamientos para la desnutrición porque se puede distribuir como un medicamento, los enfermos pueden llevárselo a casa y no necesita agua, que era un grave problema con tratamientos anteriores” explica a EL PAIS Luis González, director técnico de la ONG Acción contra el Hambre.

Sin embargo, la situación ha cambiado radicalmente en 2025. “La desaparición de USAID ha roto toda la cadena de distribución de RUTF porque USAID financiaba la mayor parte de estos productos”, explica González.

Todo el sistema se paraliza porque aunque hubiera productos en clínicas y almacenes no es suficiente y los recortes de USAID también han afectado al personal que lo distribuía
Luis González, Acción contra el Hambre

En 2024, Unicef pudo tratar a más de nueve millones de niños con desnutrición aguda grave utilizando este tratamiento. Lara Contreras, directora de Influencia, Programas y Alianzas de Unicef España lo confirma: “Unicef adquiere y distribuye aproximadamente entre el 75% y el 80% del suministro mundial de RUTF. Una vez que los productos llegan al terreno, los socios locales se encargan de llevarlos hasta su destino final: los programas de salud comunitarios”, explica. Según la responsable, USAID ha financiado en muchas ocasiones esas compras - 200 millones de dólares solo para Unicef en 2024- “aunque también compraba RUTF directamente y luego lo distribuía con el apoyo de ONG o de la propia Unicef”.

Un sistema paralizado

¿Qué ha ocurrido cuando USAID ha dejado de comprar RUTF de golpe? González, de Acción contra el Hambre, es tajante: “Todo el sistema se paraliza porque aunque hubiera productos en clínicas y almacenes no es suficiente y los recortes de USAID también han afectado al personal que lo distribuía”.

Estudios publicados desde que comenzó la debacle de USAID, con la paralización de todos sus programas en febrero y la clausura definitiva de la agencia en julio, lanzan cifras concretas: 369.000 niños podrían morir este año al no tener acceso a tratamientos contra la desnutrición, según la revista Nature, donde se publicó un análisis firmado por el Standing Together Nutrition Consortium, una red internacional de expertos en nutrición y desarrollo. Pero posiblemente se quedó corto: según la plataforma de visualización de datos Impact Counter, los niños fallecidos hasta agosto debido a los recortes de USAID ya habrían llegado a 300.000 y de ellos, 90.000 directamente por desnutrición y el resto por enfermedades prevenibles.

Según la revista Lancet, en las últimas dos décadas, la agencia estadounidense habría conseguido prevenir la muerte de 90 millones de personas, incluyendo 30 millones de niños. La publicación lanza una predicción para los años venideros: entre cuatro y cinco millones de niños podrían morir de aquí a 2030 debido a la desaparición de USAID.

“La retirada abrupta del apoyo de los donantes está dejando a millones de niños ya gravemente enfermos sin acceso a estos programas que salvan vidas y está debilitando la capacidad institucional, la experiencia y la infraestructura necesarias para ofrecer servicios esenciales de nutrición,” explicaba Saskia Osendarp, directora ejecutiva del Micronutrient Forum, una plataforma de expertos enfocados en mejorar la salud de las comunidades más vulnerables gracias a los micronutrientes.

Desde Unicef, Lara Contreras lo explica en términos concretos: “Debido a estos recortes, niños y niñas morirán por causas totalmente evitables, no sólo por desnutrición, sino también por falta de agua potable, saneamiento seguro y servicios sanitarios esenciales”. La experta cita que en Líbano, los servicios de nutrición para unos 55.000 niños se redujeron de la noche a la mañana; en Bangladés, disminuyeron o se suspendieron por completo servicios críticos de nutrición, higiene, vacunación y educación. En Haití, donde 3,3 millones de niños necesitan ayuda urgente ante la violencia y la escasez, la dependencia de un solo donante amenaza la capacidad de atender incluso las necesidades más básicas. “Hablamos de 15 millones de niños y madres que podrían ver interrumpido su acceso al apoyo nutricional”, insiste.

Debido a estos recortes, niños y niñas morirán por causas totalmente evitables, no solo por desnutrición, sino también por falta de agua potable, saneamiento seguro y servicios sanitarios esenciales
Lara Contreras, Unicef

El problema no se limita solo a USAID. La presión de Donald Trump para que Europa aumentara el gasto militar de la OTAN también ha tenido un efecto devastador en la cooperación. Reino Unido, Francia, Holanda y Bélgica han anunciado, por ejemplo, recortes de entre el 25 y el 40% en los próximos tres y cinco años. Estas medidas significan una reducción del 44% respecto a los 1.600 millones de dólares que se consagraron en 2022 para paliar la desnutrición a escala global, según cálculos del Standing Together Nutrition Consortium publicados en Nature. En esta cantidad se incluyen tratamientos RUTF y otros programas complementarios como galletas y cereales fortificados, suplementos para mujeres embarazadas y desnutridas o simplemente personal sanitario para gestionar los programas.

“Hemos buscado alternativas para poder seguir ofreciendo apoyo. En muchos casos, el primer paso ha sido reducir las raciones”, explica Gonzalez. Además, la situación ha reavivado la idea acariciada desde hace años de producir RUTF localmente. “Hemos visto que depender únicamente de productores estadounidenses y de un solo comprador puede ser muy problemático así que el mundo humanitario está trabajando en crear cadenas de producción alternativas, pero claro, eso llevará tiempo” afirma este cooperante. Y el tiempo, en este caso, cuesta vidas.

Toneladas de suplementos caducados

El desmantelamiento de USAID, que invertía anualmente unos 43.000 millones de dólares, y el caos que ha provocado en muchas organizaciones humanitarias que dependían de su apoyo, también está provocando el desperdicio de toneladas de productos usados en programas de nutrición. El Departamento de Estado ordenó en julio la destrucción de 500 toneladas de galletas fortificadas que tenía almacenadas en Dubái porque habían caducado, mientras que la agencia Reuters denunció en mayo que más de 60.000 toneladas de alimentos y suplementos alimenticios languidecían en almacenes estadounidenses de todo el mundo.

Este verano la senadora demócrata Jeanne Shaheen se quejaba de la situación: “Si el Departamento de Estado no tiene funcionarios para distribuirlos, démoselos a otras organizaciones para que lo hagan, para que las personas que están verdaderamente desesperadas reciban el beneficio de lo que pagan los contribuyentes estadounidenses”. Sin embargo, el Departamento de Estado, cuestionado en rueda de prensa sobre el tema en agosto, no ha sido capaz de dar una respuesta concreta a cuál es su plan de distribución para pedidos paralizados.

En los almacenes de Edesia, uno de los dos grandes productores estadounidenses de RUTF, la situación no es fácil. “Por suerte ningún producto ha caducado, pero tenemos 185.000 cajas de RUTF por valor de 7,5 millones de dólares en nuestros almacenes. Están pagadas y sin distribuir”, explica por email a EL PAÍS, Navyn Salem, fundadora de Edesia. “Hemos pasado gran parte de este año recaudando fondos para poder mantener nuestra cadena de producción y forjando alianzas con ONG que trabajan en el terreno, pero va a haber mucha presión para recuperar los ocho meses de tiempo perdido”, añade.

En principio, Unicef confirmó el 11 de agosto que el Departamento de Estado le había adjudicado 93 millones de dólares para adquirir RUTF con el que tratar a un millón de niños desnutridos en 13 países, y esos tratamientos tendrán que salir de la fábrica Edesia o de Mana Nutrition, el otro productor estadounidense de RUTF. No obstante, Unicef también explicó que desde que se realiza un pedido hasta que llega a destino pasan dos o tres meses, un tiempo crítico dadas las actuales circunstancias.

Curiosamente, en Edesia siguen a la espera de un encargo cuyas dimensiones obligarán sin duda a que su fábrica participe. “Seguimos escuchando noticias, dicen que habrá instrucciones inminentes pero de momento, nadie nos ha contactado”, aseguraba Salem el 27 de agosto. La situación es tal que su fábrica ha tenido que hacer múltiples malabarismos para poder cumplir con los contratos que tenía con agricultores estadounidenses que proveen sus materias primas. “Hemos tenido que tomar muchas decisiones difíciles sin información para guiarnos”, concluye Salem.

Paralelamente, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) clausuró en agosto 150 clínicas en Nigeria, un país que se enfrenta a un nivel de desnutrición alarmante y donde el PMA asistía a 300.000 niños desnutridos. “Estamos siendo testigos de recortes presupuestarios masivos, en particular de Estados Unidos, el Reino Unido y otros países europeos, que están teniendo un impacto real en el tratamiento de los niños desnutridos”, confirmaba Ahmed Aldikhari, representante de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Nigeria.

En Afganistán, la desnutrición infantil ha alcanzado cifras nunca vistas, lo que ha llevado a Unicef y al PMA a forjar una alianza para combatirla, pero ahí también faltan fondos y solo la ayuda de la Unión Europea, de momento, salva los muebles. Acción contra el Hambre también ha tenido que cerrar programas de nutrición en países como Sudán, donde ya está declarada una hambruna. “Y en otros países hemos conseguido mantener nuestras operaciones porque ECHO (la agencia europea para operaciones humanitarias) ha contribuido a cubrir los huecos dejados por USAID pero la situación es muy complicada”, concluye González.

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