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Los jóvenes ‘queer’ africanos se movilizan ante la ola de homofobia en el continente

Cinco activistas LGTBIQ+ cuentan cómo afrontan el retroceso de sus derechos en los últimos tiempos, con legislaciones muy severas y una normalización del odio. Su respuesta pasa por crear un frente de acción para desmontar el relato que asocia ser homosexual con una traición a las esencias africanas

Desde la izquierda: Arlana Shikongo en Windhoek, Namibia, en marzo de 2023; Stephen Okwany en un evento de la ONU en Nairobi, Kenia, en junio de 2023; y Trinah Kakyo en las Islas Fiji, en octubre de 2024.WILLEM BREY/ UN-HABITAT/ BEN WHEELER

Por videoconferencia, un activista LGTBIQ+ tanzano que se hace llamar Mufasa prefiere mantener la cámara apagada. Habla con voz firme y precavida, como si estuviera contando un secreto que ya no quiere callar. Miembro de la Iniciativa de Jóvenes Queer Africanos (AQYI, por sus siglas en inglés), Mufasa trufa sus palabras con breves silencios mientras narra que, desde hace año y medio, la persecución a la comunidad queer en Tanzania ha ido de mal en peor. El detonante no fue un acontecimiento interno, sino la presentación de una severa ley anti-LGTBIQ+ en Uganda, su vecino del norte. El efecto contagio, en un país que ya penalizaba las relaciones íntimas entre persona del mismo sexo, explica Mufasa, se intensificó de inmediato: “Aumentó mucho la represión, con arrestos, condenas de cárcel y acoso a las organizaciones”. Añade que, desde entonces, “trabaja con mucha presión” y ha de “cambiar de domicilio cada poco tiempo”.

El caso de Mufasa ejemplifica los resortes de la feroz ola de homofobia que está viviendo África. Retórica envenenada campando a sus anchas en medios y redes sociales. Histeria colectiva azuzada por líderes religiosos (locales y foráneos, en especial de la derecha cristiana de EE UU) que compiten en agresividad frente a una supuesta querencia por lo que consideran el pecado más abyecto. Legislaciones punitivas —sobre todo en Uganda y Ghana, y con proyectos normativos en otros países— y gobernantes que no quieren ser menos en dedicarse a lo que llaman la caza de pervertidos que, según alertan, hasta reclutan niños para su causa.

Desde Kenia, Stephen Okwany confirma este fenómeno de “polinización transfronteriza” en la expansión de los discursos de odio. Y Trinah Kakyo, que se resiste a abandonar Uganda, epicentro del terremoto homófobo africano, admite que la situación “antes de 2023 no era fácil” en casi ningún país del continente, pero subraya que aquel año marcó el paso entre una “lenta mejoría” y una “oposición abiertamente violenta”. Okwany y Kakyo dirigen sendas organizaciones (Talanta y Kakyoproject) que buscan dar voz a las minorías sexuales africanas mediante las artes. “A través de la música, la pintura, el cine o la escritura, queremos contribuir a que la gente cambie su percepción y dude de esas historias conspiranoicas sobre la gente queer ”. Queda mucho por hacer, a tenor de una encuesta de la Ichikowitz Family Foundation publicada a finales del pasado año: solo un tercio de jóvenes africanos opina que habría que proteger los derechos del colectivo.

Es obvio que la homosexualidad no se importó en África, pero la homofobia sí
Omar van Reenen, fundador de Equal Namibia

En esta lucha por el relato, coinciden los cinco activistas entrevistados, se antoja esencial desmontar la patraña que los voceros de la pureza heteronormativa repiten sin cesar: lo queer como un constructo inoculado en África por Occidente. Dice Okwany que “la homosexualidad era una realidad aceptada en muchas tribus de la actual Kenia”. Kakyo menciona a los mudoko daka, hombres del pueblo lango (norte de Uganda), que asumían roles femeninos y se casaban con otros hombres. Y Omar van Reenen, fundador de Equal Namibia, recuerda que la diversidad sexual no solo se toleraba en muchos lugares de África, sino que “era en ocasiones reverenciada como prueba de altura espiritual”.

Aunque la investigación sobre realidades homosexuales en el África precolonial está viviendo un apogeo, el libro de referencia sobre el asunto data del siglo pasado. Boy wives and female husbands (Esposas chico y maridos femeninos), publicado en 1998 por Will Roscoe y Stephen Murray (hoy disponible en versión pdf gratuita), registró más de 50 ejemplos de prácticas LGTBIQ+ antiguamente aceptadas a lo largo del continente. Muchas fueron documentadas por colonizadores escandalizados ante tal flexibilidad pecaminosa.

Omar Van Reenen durante un acto en el Centro por los Derechos Humanos de la Universidad de Pretoria en marzo de 2022.Mariki Uitenweerde

“La homosexualidad no se importó en África, pero la homofobia sí”, estima Van Reenen. “Cristianos y musulmanes nos criminalizaron diciendo que éramos indecentes. Tenemos que descolonizarnos de ese concepto de indecencia, independizarnos del pensamiento impuesto desde fuera, incluidos la Biblia y el Corán”, añade Okwany. Arlana Shikongo, jefa de comunicación en la división africana de ILGA, una organización global pro-derechos LGTBIQ+, matiza que “no se puede asegurar que no existiera homofobia” antes de la llegada de europeos y árabes, pero sí que “las sociedades africanas precoloniales eran mucho más tolerantes” con la no heterosexualidad.

Chivos expiatorios

Otro frente de acción dialéctica, sostiene Shikongo, pasa por sacar los colores a los gobernantes africanos que están cargando contra la diversidad sexual para camuflar su propia incompetencia. “Nos utilizan como una maniobra de despiste para esconder su fracaso económico. Apuntar hacia nosotros como chivo expiatorio ayuda a consolidar su poder creando una especie de unidad en el odio hacia una minoría”, argumenta. Van Reenen suscribe que la fiebre anti-LGTBIQ+ sirve como “forma de distracción ante el alto desempleo o la inflación desbocada”, y apunta que “siempre es más fácil embarcarse en guerras culturales que plantear soluciones para los problemas reales de los ciudadanos”.

Los cinco activistas se muestran pesimistas ante un contexto mundial regresivo que, como enuncia Shikongo, “ha animado a muchos políticos a quitarse la careta y expresar sin tapujos sus ideas retrógradas”. El triunfo de Donald Trump, prosigue esta activista, no dibuja un horizonte precisamente halagüeño. Porque está envalentonando a los homófobos de todo el mundo y por el tajo a la financiación de EE UU hacia organizaciones LGTBIQ+ africanas. “A varios de nuestros miembros ya se les han cortado fondos de un día para otro”, lamenta Shikongo.

Apuntar hacia nosotros como chivo expiatorio ayuda a consolidar su poder creando una especie de unidad en el odio hacia una minoría
Arlana Shikongo, jefa de comunicación en la división africana de ILGA

La batalla de los jóvenes queer africanos tiene también una vertiente legal, con iniciativas que tratan de neutralizar las embestidas de homofobia legislativa que arrecian en el continente. Van Reenen y su organización están jugando un papel protagonista en el frente judicial contra un proyecto de ley que amenaza con invertir los progresos logrados en Namibia.

Lo cierto es que, mientras se acentúa la intolerancia en el grueso del continente, el sur va consolidándose como un oasis de relativa libertad. Van Reenen recuerda que “Botsuana, Lesoto, Mozambique y Angola han despenalizado en los últimos años las relaciones íntimas entre personas del mismo sexo”. En su opinión, el país que más protege los derechos de las personas LGTBIQ+ en el continente, Sudáfrica [que en 2006 se convirtió en el quinto país del mundo en aprobar el matrimonio homosexual], debería enarbolar la bandera arcoíris en la Unión Africana, cuya Comisión aprobó en 2014 una resolución que condena todo tipo de violencia ejercida por motivos de orientación sexual. “¿Quiere ser un referente mundial en la lucha por los derechos humanos, como ha demostrado en su apoyo a los palestinos? Con las personas queer africanas tiene una gran oportunidad”, afirma Van Reenen.

Para Mufasa, el activista tanzano que pide ocultar su nombre y su rostro, las prioridades de lucha son más acuciantes. Tienen que ver con la seguridad y la manutención, con sortear la violencia y poder pagarse comida y un techo. “Intentamos concienciar a los miembros de la comunidad sobre cómo están las cosas y darles apoyo psicológico, así como alternativas para que puedan adquirir una cierta estabilidad financiera”.

Mufasa se mueve entre las sombras del anonimato y se comunica por Signal, la aplicación de mensajería que mejor salvaguarda la privacidad de los usuarios. Indirectamente, Van Reenen le envía un mensaje de apoyo: “Son tiempos difíciles en África, pero los atravesaremos. Intentan empujarnos a los márgenes, quitarnos visibilidad, que es nuestra principal arma. Por eso resulta tan importante seguir ampliando espacios aquí en el sur, donde es más o menos seguro organizar eventos, celebrar el orgullo o simplemente aparecer en la arena pública”.

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