Se trata de elegir entre la humanidad o la barbarie

Cuando se cumplen dos años de la aprobación de la Ley de Cooperación en el Congreso, hay que avanzar en al financiación. España solo destina el 0,24% de su Renta Nacional Bruta a cooperación, un porcentaje que nos deja a la cola de Europa

Una trabajadora de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) visita la comunidad de Bajo Chiquito, en el Darien (Panamá), el 2 de noviembre de 2024.Bienvenido Velasco (EFE)

“Lo importante no es mantenerse vivo, es mantenerse humano”. George Orwell.

Hace un par de semanas, Donald Trump decidió echar el cierre a la agencia de cooperación de Estados Unidos (USAID). Las consecuencias de esta decisión fueron inmediatas: oficinas cerradas, personal despedido, ayuda humanitaria paralizada y, lo que es más grave, millones de personas en situaciones extremas abandonadas a su suerte. La voz de alerta fue inmediata, como una sirena avisando del peligro que esta medida suponía. Esta alarma generalizada olvidaba, sin embargo, que, en otros muchos lugares, la cooperación, las políticas responsables con los derechos humanos y la paz llevaban tiempo siendo ninguneadas.

Vivimos tiempos oscuros donde las tropelías de unos pocos arrasan sin escrúpulos y alimentan la rueda de su beneficio insaciable a costa de cercenar los derechos humanos y la vida. Los discursos belicistas, de conflicto y confrontación se abren camino y llegan a ser abrazados justificando lo injustificable. Los presupuestos militares no paran de crecer en todo el mundo y el número de conflictos es el mayor desde la II Guerra Mundial. La desigualdad aumenta de manera obscena con multimillonarios que dan el salto al poder político; la emergencia climática ahoga al planeta; más de 120 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus casas. Se recortan los derechos de las mujeres y de las personas con identidades diversas. El multilateralismo y el derecho internacional son cuestionados y hacen aguas. Palestina sufre lo que desde muchos sectores se denomina el “mayor genocidio reciente narrado en directo” sin que se tomen medidas contundentes para frenarlo. Muchas familias no llegan a final de mes, otras ni siquiera comen dos veces al día… Vivimos una guerra contra la vida en todas sus formas.

La obscenidad de las cifras es insoportable: en gasto militar mundial en 2023 ascendió a 2,44 billones de dólares y mientras tanto, se estima que el déficit en la financiación para avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible está en 4 billones. Dinero hay, el problema es dónde, para qué y para quién.

Recientemente, la columnista del diario The Guardian Naomi Klein denunciaba la capacidad humana de vivir con este tipo de atrocidades “de hacer las paces con ellas y beneficiarse de ellas”. ¿Dónde queda Afganistán, Sudán, República Democrática del Congo? ¿Dónde el Mediterráneo convertido en la mayor fosa común del planeta? ¿Cómo podemos vivir mientras el mal campa a sus anchas de forma impune?

Leyes que garanticen la humanidad

Ante esta banalidad generalizada del mal, tenemos dos posibilidades: ignorarla (o, en el mejor de los casos, tomar alguna medida tibia para mostrar que algo se hace) o enfrentarla desde una humanidad radical. Es simple: se trata de elegir entre políticas de paz o políticas de guerra; entre la humanidad o la barbarie.

Este mes se cumplen dos años de la aprobación de la Ley de Cooperación en el Congreso. Entonces, a pesar del clima de confrontación, se consiguió un apoyo casi unánime a una ley cuyo objetivo es contribuir a la garantía de vidas dignas en todo el planeta. Se entendió, de este modo, como una política de Estado. Un consenso nada desdeñable en un contexto en el que, como hemos dicho, los valores esenciales de la humanidad se desmoronan.

En este tiempo, se ha avanzado mucho en la consolidación de su contenido y eso es motivo de alegría; pero hay una cuestión clave que debe avanzar de manera urgente: la financiación. Los enormes desafíos globales que afrontamos no pueden ser respondidos tan solo con palabras; tomar medidas que estén a la altura exige recursos que sirvan para garantizar derechos y abrir caminos de esperanza. España solo destina el 0,24% de su Renta Nacional Bruta a cooperación, un porcentaje que nos deja a la cola de Europa (con un 0,51% de media) y muy lejos del histórico 0,7%, contemplado también en la Ley. Sevilla acoge a finales de junio la IV Conferencia Internacional de Financiación para el Desarrollo; la sociedad civil de todo el mundo mirará hacia acá y exigirá medidas que pongan fin a las reglas fiscales injustas que rigen el planeta. No podemos esperar más, el momento es ahora.

La realidad exige también estructuras fuertes y eficaces que lleven a la práctica el contenido de la Ley; en ese sentido, es fundamental reforzar a la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la AECID, que aún arrastra la profunda reducción de recursos que sufrió la década pasada y que han derivado en una situación de debilidad preocupante. Su presupuesto y capacidades deberían multiplicarse; y esto tampoco puede esperar.

Una oportunidad ineludible

Al acabar la II Guerra Mundial, la comunidad internacional se puso de acuerdo para que las barbaridades ocurridas no volvieran a suceder. No podemos olvidar ese “never again”; un nunca más para nadie, en ningún lugar del mundo. Cada quien tiene que asumir las responsabilidades que le corresponden. Este mes, acudiremos al Congreso y al Senado a recordárselo a los partidos políticos; tomar este tipo de medidas no es una opción sino una obligación.

Los cumpleaños deberían servir no solo para festejar, sino también para analizar el camino y seguir mejorando a cada paso. Los dos años de la Ley de Cooperación son una excelente oportunidad para valorar el trabajo bien hecho, pero sobre todo para apostar por esa humanidad radical que tanta falta nos hace. El Gobierno y los partidos políticos tienen en su mano la posibilidad de apostar por políticas coherentes con la solidaridad, paz y derechos humanos. Los malos vientos que todo lo inundan no pueden llevarnos a desesperanza. Como dice la activista antirracista Angela Davis, tenemos el deber de “asumir la esperanza como disciplina”. Existen medidas políticas que abren puertas de luz en medio de la barbarie; como ciudadanía debemos exigirlas y los gobiernos deben llevarlas a la práctica. Y así, siempre; hasta que la paz, el bienestar global, la dignidad y la humanidad sean costumbre.

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