“En España, la gente piensa que las personas negras acabamos de llegar”: ‘Afromayores’ o cómo envejecer lejos de su tierra
La periodista Lucía-Asué Mbomío Rubio y el fotógrafo Laurent Leger-Adame recogen en un proyecto audiovisual la memoria de las personas afro de la tercera edad: su día a día, sus historias migratorias, las trabas sufridas cuando llegaron y cómo viven la jubilación
La periodista Lucía-Asué Mbomío Rubio llevaba tiempo registrando las conversaciones con su padre, José Mbomío, que llegó a España para estudiar en 1966, como hacían otros jóvenes de Guinea Ecuatorial. En estas entrevistas, grabadas con el móvil, cabían desde historias de su familia hasta los recuerdos de cómo fue mudarse a otro país y construir una nueva vida alejado de su tierra.
Pero un diagnóstico de demencia con cuerpos de Lewy hizo que lo que había empezado como una charla infinita entre padre e hija se transformara en algo más. “En un momento de desmemoria me parecía bonito poder hacer memoria”, cuenta Mbomío. La enfermedad reflotó una idea que la periodista tenía en la cabeza: entrevistar a personas mayores afro que vivieran en España y que, tras la jubilación, no hubieran regresado a su país. Una reflexión a la que había llegado tras una charla con el artista Justo Aliounedine Pouye Nguema, quien le sugirió visitar a gente africana que viviera en residencias y “mirar más hacia los afromayores”.
Ese observar dónde y cómo están aquellos que nos preceden hizo que se pusiera en contacto con el fotógrafo reunionés Laurent Leger-Adame. Y de esa unión surgió Afromayores, un proyecto fotográfico y audiovisual que aúna las historias de vida y reconoce los aportes de la gente afro mayor de 65 años en España. Ahora, este proyecto autogestionado acaba de estrenar su segunda temporada, que puede verse en Instagram y YouTube.
“En España, la gente piensa todo el rato que las personas negras acabamos de llegar. No hay una memoria general con respecto a nuestros cuerpos en este territorio”, cuenta Mbomío, que explica que todavía le felicitan por lo bien que habla español, pese a tener casi 44 años y haber nacido en Madrid. “Pero también felicitan a mi padre, que habla español perfectamente por imposición colonial, porque al final su país fue España hasta 1968″, añade.
Para los creadores del proyecto, era importante hablar, entre otras cosas, de cómo envejece alguien lejos de su casa. En los reportajes se cuenta la historia de hombres y mujeres de Marruecos, Guinea Ecuatorial, Uruguay, Colombia o República Democrática del Congo que vinieron a España con la idea de regresar a sus países en algún momento de sus vidas. Pero la vida, precisamente, se les cruzó y no volvieron. Ya sea porque tuvieron descendencia y los hijos hicieron de ancla, por los sistemas sanitarios, porque llevaban toda su vida cotizando y querían disfrutar de su jubilación o porque ellos cambiaron y sus países también.
Este último es el caso de Marcos Suka-Umu Suma, mediador intercultural nacido en Guinea Ecuatorial de padres cameruneses. Suka vino a España a estudiar en 1974, en los 80 volvió a Camerún y tras 12 años dando clases de español en la Universidad de Yaundé, regresó a Madrid con sus dos hijos. Ahora, ya jubilado y con 74 años, no se plantea volver. “La nostalgia es bastante traicionera porque tú aquí estás pensando en cosas que cuando vuelves a Camerún ya no las encuentras. O se hacen de otra manera. Quieres pasar por los lugares que conocías y algunos ya no existen. Otros han cambiado. Tus amigos ya no son los mismos o se han desplazado también. Algunos ya no viven”, explica. “El país que tú conocías ya no existe”.
Para otros, como Milagrosa Eribé Bokoso fue la muerte de su marido lo que le hizo quedarse. En 1980, esta mujer ecuatoguineana envió a su primer hijo a Madrid, aprovechando que una de sus tías ya vivía en el país. En los siguientes años trasladó al resto de sus ocho hijos a España. Después, en 1998, fue ella la que emigró y se mudó con su familia al barrio madrileño de Manoteras. Su hija fue clara: “Mamá, aquí se busca uno la vida”. Eribé trabajó cuidando de ancianos, limpiando casas y de cocinera, siempre con la idea de regresar a su país natal cuando se jubilase. Pero su marido murió en 2020 de un infarto cerebral y ella ya no volvió. “¿Qué hago yo sola en mi tierra? Tengo sobrinos y una hermana, pero todos mis hijos y nietos están en España. No puedo pedirles que vayan conmigo, tienen su vida aquí. Y yo no me atrevo a mudarme porque no sé vivir sola”, explica a EL PAÍS a sus 69 años en el salón de su casa en Parla.
Cuando eres negro en un colectivo, siempre tienes que dar el ‘do de pecho’. No es justoAnacleto Bokesa Camó, enfermero ecuatoguineano jubilado
El día del rodaje, el fotógrafo y la periodista compran el desayuno y van a las casas de los afromayores, donde, normalmente, ya les esperan con más desayuno. “Estamos un ratazo comiendo, no es un ‘llego y te quito el alma, es un llego y vamos a hablar’. Tú me cuentas quién eres, pero yo también. Hay veces que echamos el día entero”, explica Mbomío. Después llegan las fotos, otra de las partes centrales del proyecto. “Queremos desmontar la idea de la vejez como algo que hay que esconder, algo feo o triste. Lo que ves en esas fotos es luz a tope, gente sonriendo, guapísima, afrofelicidad y afrogozo”, añade.
Cada vídeo es un homenaje, cuenta el fotógrafo, de 46 años, que explica que en muchas entrevistas tiene la sensación de estar en su pueblo, escuchando a sus tíos y abuelos contar historias. “Y ellos, cuando se ven luego, se sienten escuchados y vistos en una sociedad en la que se les ha invisibilizado”, añade Leger.
Nostalgia, racismo o la alegría de la jubilación
La mayoría de los testimonios empiezan con la llegada a España y cómo fue lidiar con la nostalgia de su tierra. “Teníamos nuestras reuniones que curaban la soledad”, explica en su vídeo José Mbomío, de 86 años, maestro jubilado y padre de Lucía Mbomío. “Cuando llegué aquí la primera vez, no podías escuchar música africana en ningún sitio. Éramos pocos y la mayoría estudiantes, por lo que congeniamos fácilmente y cuando necesitábamos divertirnos un poco y salir bailar, lo hacíamos generalmente en casas de amigos. Allí teníamos nuestra música y comida”, recuerda por su parte Suka cuando recibe a este diario en su casa del Barrio de la Concepción.
También explican cómo fue encontrar trabajo. Una tarea imprescindible y donde el género lo atravesaba todo. Las mujeres, muchas veces, no encontraban trabajos más allá de la limpieza y los cuidados. “Al principio no me sentaba bien lo de limpiar. Me decía ¿por qué tengo que limpiar si puedo hacer otra cosa? Con el tiempo te vas acostumbrando, lo aceptas porque no te queda otro remedio”, resume en el vídeo Martha Kembia, una mujer nacida en 1951 en República Democrática del Congo, que estudió pedagogía en su país, trabajó como maestra y en una multinacional estadounidense y en España solo encontró trabajo en el sector de la limpieza. Kembia cuenta que cuando limpiaba en un concesionario de coches, era ella la que se encargaba de hacer las traducciones al francés. Un día sugirió que le contrataran, pero le dijeron que no porque era un trabajo de cara al público.
En los reportajes se entremezclan esos recuerdos más duros, normalmente vinculados al racismo, la falta de oportunidades y los conflictos que asolan sus países, con otros más cotidianos y luminosos, como los que hablan de lo que hacen después de haber alcanzado la soñada jubilación. “El día que la conseguí, escribí en el estado de WhatsApp: ‘He ganado la lotería’. En mi tierra trabajé sin estar dada de alta en la Seguridad Social. Entonces, para mí, la jubilación, fue como una lotería. Y todo el mundo me preguntaba: ¿Qué te tocó? ¡La jubilación!, les decía yo”, recuerda entre risas Eribé.
Este retrato poliédrico responde a dos aspectos que la periodista y el fotógrafo tenían claros cuando abordaron el proyecto. El primero, mostrar un relato de las personas migrantes más allá de los padecimientos y las dificultades que acarrea esta migración. “Queríamos luchar contra la narrativa del dolor” explica Mbomío. Y el segundo, batallar contra la llamada Black excellence (excelencia negra). “Ese tener que ser siempre excelentes y si no, no existimos. La excelencia se mide por lo que tú eres, no por tus diplomas”, añade Leger. Como contaba Anacleto Bokesa Camó, enfermero ecuatoguineano jubilado de 72 años, “para estar al mismo nivel y que te considerasen como tus compañeros, tenías que ser mejor”. “Cuando eres negro en un colectivo, siempre tienes que dar el ‘do de pecho’. No es justo”, añadía.
Estos pilares siguen siendo centrales en la segunda temporada del proyecto, que tanto Mbomío como Leger hacen en su tiempo libre y cuya primera parte está expuesta en Espacio Afro en Madrid. En esta nueva edición hay testimonios de mayores de Marruecos, Angola, Cuba, Cabo Verde y Nigeria. Siempre, como resume la periodista, con esa idea de reconocimiento a los que llegaron antes: “Viniste para acá y aguantaste carros y carretas, que ojalá no te hubiera tocado hacerlo, pero mira, aquí estás. Te queremos, te admiramos, no solo tus hijas y tus hijos, sino una comunidad entera que sabe que lo has hecho por quienes venían detrás”.