Cada acción y cada vida cuenta

Los conflictos, los desplazamientos masivos y las violaciones reiteradas a los derechos humanos subrayan la necesidad urgente de fortalecer e incrementar la respuesta humanitaria, sobre todo en lugares como Sudán y Gaza, donde las crisis son especialmente agudas

Un niño palestino empuja una bombona de gas y otros objetos colocados sobre una silla de ruedas, entre los escombros en el lugar de un ataque israelí contra una casa en Nuseirat, en el centro de la Franja de Gaza, el 1 de diciembre de 2024.Ramadan Abed (REUTERS)

Las regiones de Oriente Próximo, África Oriental y Meridional enfrentan un nivel de crisis sin precedentes, con siete países —entre ellos Líbano, Sudán, Etiopía, Sudán del Sur y Somalia— sumidos en una grave emergencia humanitaria. Este contexto, marcado por los conflictos, los desplazamientos masivos y las violaciones reiteradas a los derechos humanos, subraya la necesidad urgente de fortalecer e incrementar nuestras respuestas, sobre todo en lugares como Sudán y Gaza, donde la situación es especialmente crítica.

En Sudán, la violencia desatada desde abril de 2023 ha obligado a millones de familias a huir de sus hogares. De los 48 millones de habitantes del país, 11 millones han sido desplazados, la mayoría dentro del territorio sudanés. Chad, uno de los países más pobres del mundo, da cobijo en este momento, según estimaciones del Gobierno citadas por la ONU, a más de 900.000 refugiados sudaneses. La mayoría de estos refugiados, el 90%, son mujeres y niñas que enfrentan riesgos desproporcionados, desde violencia de género, hasta la falta de acceso a servicios básicos como educación y atención médica.

Las niñas y los niños desplazados no solo necesitan refugio y alimento; requieren espacios seguros, donde puedan superar sus traumas, aprender y jugar

En las comunidades de acogida como Adré, una pequeña ciudad en Chad, cuya población ha aumentado exponencialmente al recibir a más de 230.000 personas refugiadas, la capacidad de respuesta es insuficiente. Las niñas y los niños desplazados no solo necesitan refugio y alimento; requieren espacios seguros, donde puedan superar sus traumas, aprender y jugar. Sin estas intervenciones esenciales, las cicatrices del conflicto amenazan con perpetuarse a lo largo de generaciones.

En Gaza, la situación es igualmente crítica. Este pequeño territorio palestino, ya asfixiado por años de bloqueos y conflictos recurrentes, enfrenta un nuevo capítulo de violencia. Los ataques aéreos y las restricciones de acceso humanitario han agravado una crisis que afecta a toda la población en los aspectos de la vida diaria, desde la seguridad alimentaria hasta la atención médica. Para las familias desplazadas, cada día supone una lucha por sobrevivir, en un entorno donde la ayuda humanitaria se ve obstaculizada, constantemente, por barreras logísticas y políticas.

A pesar de las adversidades, la acción humanitaria ha logrado pequeños, pero significativos avances. En la franja de Gaza, iniciativas conjuntas con socios locales han proporcionado comidas calientes a miles de personas y asistencia económica a familias vulnerables, permitiéndoles cubrir sus necesidades más urgentes. Estos esfuerzos, aunque limitados, son un testimonio de la importancia de nuestro trabajo en los momentos más difíciles.

Los recientes y desgarradores sucesos en Etiopía, donde hemos perdido a un miembro de nuestro equipo, nos recuerdan lo frágil y peligroso puede ser nuestro trabajo

En un mundo donde la vulnerabilidad de la infancia se agrava día a día, el papel de las organizaciones humanitarias es una muestra de que aún tenemos motivos para confiar en un mundo mejor. En Chad, Plan International ha puesto en marcha una Unidad Móvil de Protección a la Infancia que, desde septiembre de 2024, ha llegado a más de 3.000 personas. Esta iniciativa, liderada por personas refugiadas sudanesas, no solo ofrece apoyo psicológico, actividades recreativas y educación, sino que se convierte en un espacio donde niñas y niños desplazados pueden recuperar algo esencial: su dignidad y la esperanza en un futuro mejor. Cada sonrisa nos recuerda que construir el cambio aún es posible.

Sin embargo, esta labor está lejos de ser sencilla. Trabajar en condiciones extremas requiere no solo compromiso, sino también valentía y preparación. Los recientes y desgarradores sucesos en Etiopía, donde hemos perdido a un miembro de nuestro equipo, nos recuerdan lo frágil y peligroso puede ser nuestro trabajo. En respuesta a estos retos, en la región hemos desarrollado un protocolo de gestión de crisis, que no solo establece roles y responsabilidades claras, sino que prioriza la comunicación efectiva y la continuidad operativa. Este esfuerzo busca algo más que respuestas rápidas: busca sostener la esperanza de quienes más lo necesitan y proteger la vida de quienes nos dedicamos a ello. Porque, en medio del sufrimiento y las dificultades, nuestra fuerza radica en seguir haciendo lo que mejor sabemos hacer: ofrecer soluciones a largo plazo para construir un futuro con mejores oportunidades.

Al final, cada esfuerzo, cada acción y cada vida cuenta. Asegurarnos de que nadie se quede atrás es una responsabilidad colectiva.


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