Jugársela en la penúltima frontera para llegar a Estados Unidos antes de las elecciones
Grupos de migrantes se suben a balsas en Guatemala para cruzar a México, donde se enfrentan a extorsiones y secuestros por los carteles. Ahí esperan a poder dar el salto a EE UU ante el temor de que un nuevo presidente endurezca las leyes migratorias
Son las 7.30 de la mañana y un grupo de balseros, rodeados por un fuerte olor a marihuana, están sentados en la orilla guatemalteca del río Suchiate, en un sitio que lleva un nombre sugestivo: “El paso del Coyote”. De repente, todos se levantan, dejando en las piedras que usan como sillones el letargo provocado por la hierba, y se acercan a unos 40 migrantes, en su mayoría venezolanos, que llegan a la orilla con todas sus pertenencias.
“¡Aquí está la balsa! ¡Balsa a 20 quetzales por persona! Yo los llevo”, grita uno de los balseros, adivinando el motivo de su presencia. Los migrantes que llegan a Tecún Umán, el último baluarte del suroeste de Guatemala, después de meses cruzando países, selvas, fronteras y ríos, se suben a las balsas de madera y neumáticos para alcanzar México, y esperar ahí a dar el salto a EE UU. “Todos quieren llegar a Estados Unidos antes de las elecciones del 5 de noviembre porque gane quien gane, temen que las leyes migratorias se vuelvan aún más estrictas”, explica Gemayel Fuentes, coordinador y asesor político de la Casa del Migrante, en la localidad guatemalteca.
A pocos metros del embarcadero, un puente de hormigón marca la frontera oficial. Quien tiene visa cruza por ahí. Los demás están forzados a atravesar el río por debajo, por un precio que fluctúa entre los dos dólares (1,84 euros) y lo que el balsero quiera cobrar ese día.
Zuleima, venezolana de 40 años, viaja sola con su hija de 8. El calor potente y tropical de Tecún Umán se le pega al cuerpo, mezclándose con el sudor frío de la ansiedad. Sube a la balsa con el rostro contorsionado en una mueca de disgusto y miedo. Se sienta rápidamente para mantener el equilibrio, luego agarra sus mochilas y aprieta a su hija contra su pecho. Los demás hacen lo mismo, aglomerados en esas tablas flotantes. El balsero da un empujón con el remo y la balsa se desprende de la orilla. Zuleima mira alejarse la tierra guatemalteca, dándole la espalda a la frontera mexicana, a la que llegarán en 10 minutos.
El Suchiate es un río con un caudal de unos 140 metros de ancho y poco profundo, aunque aumenta en temporada de lluvias. La mayoría de los migrantes de todas las nacionalidades, con un aumento también de personas de origen asiático, cruzan en balsa, pero algunos lo hacen caminando en su lodoso lecho. “Así he visto morirse a más que algunos, pero o pagan o andan”, dice un balsero tomando una cerveza en la orilla, aunque los demás dicen que muchas veces los han llevado gratuitamente por miedo a que se ahoguen.
Las aguas oscuras del Suchiate dibujan la frontera más transitada entre Guatemala y México. El comercio es continuo y bidireccional: por un lado, se trafican seres humanos, y por el otro, productos mexicanos como leche en polvo, pañales, lácteos, medicinas y maíz, baratos para los guatemaltecos debido al tipo de cambio favorable y a los impuestos más bajos en México. En las orillas, decenas de triciclos viven del mismo negocio: transporte de migrantes y de mercancía de contrabando en Tecún Umán y aldeas cercanas.
Pero no es el río lo que más le asusta a Zuleima, sino poner pie en la orilla mexicana, controlada por diferentes grupos criminales.
En los últimos meses, el cartel de Sinaloa y el cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) se han apropiado del territorio de Chiapas. Las dos organizaciones se enfrentan por el tráfico de droga, armas y personas en toda la frontera sur, abarcando la selva Lacandona y la Frontera Comalapa, donde la violencia ha desplazado a la población mexicana hasta Cuilco, en Guatemala.
En Ciudad Hidalgo, la cara mexicana de Tecún Umán, ya no se sabe quién está al mando. Lo único claro es que grupos criminales se disputan el control del cruce de migrantes hacia Tapachula, a 20 kilómetros del río Suchiate. De ahí, muchas personas suben a los autobuses gratuitos que el Instituto Nacional de Migración ha dispuesto para trasladarlos más al norte, evitando así aglomeraciones en Tapachula o en la misma frontera.
De hecho, el 10 de octubre ya no había rastro de los campamentos de migrantes que, en meses anteriores, habían pernoctado en la orilla mexicana mientras esperaban su cita de asilo en Estados Unidos, gestionada a través de la aplicación móvil CBP One, implantada en 2023 por la Administración de Joe Biden como única vía de hecho para solicitarla. Desde este verano, la cita puede solicitarse también desde los Estados de Chiapas y Tabasco, en el sur de México, y no solo desde el norte y el centro del país, lo que ha duplicado las entradas irregulares. Los datos sobrepasan ya las 828.000 personas en lo que va de 2024, según datos oficiales, la mayoría de Venezuela, Ecuador, Honduras y Guatemala. Unos 97.000 son niños.
La última noche antes de cruzar
La noche antes de cruzar la frontera sur de México, Zuleima estaba sentada en el área de recreación de la Casa del Migrante Sin Fronteras de Tecún Umán, con la Biblia en la mano, susurrando el Salmo 121: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?... El Señor guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre”. Zuleima se lo sabe de memoria. Lo lee cada noche desde que entró en la selva del Darién y ahora le parece más adecuado que nunca. “Le pido al Señor que mañana no me encuentre con los narcos”, dice con fe.
Josué, hondureño, asiente. “Ayer crucé el río, pero vi a los narcos secuestrando a la gente de otra balsa, así que regresé. Piden hasta 150 dólares (138 euros) para viajar a Tapachula, y si no se los das…”, murmura sin terminar la frase para que Zuleima no lo escuche y no se asuste más.
Ayer crucé el río, pero vi a los narcos secuestrando a la gente de otra balsa, así que regresé. Piden hasta 150 dólares (138 euros) para viajar a Tapachula, y si no se los das…Josué, migrante hondureño
Jairo, venezolano de 51 años, lo oye y sus ojos se llenan de lágrimas. “Tengo a mi esposa y a mi hijo de 14 años conmigo y ni un centavo. Me quedaré en Tecún Umán a trabajar porque no quiero que nos maten al llegar a México. Todo este hablar me da mucha angustia, pero es mejor saber lo que hay al otro lado”, dice entre cansado y molesto.
A la hora de la cena, el comedor de la Casa del Migrante está lleno. “Aquí pasan hasta 200 personas cada día”, comenta Gemayel Fuentes, coordinador y asesor político del centro. Afuera del comedor está sentada Jaqueline, de 43 años, originaria de Jutiapa y de etnia xinca, un pueblo indígena del área oriental de Guatemala. No tiene hambre. “Tengo el estómago destrozado por el miedo de que los carteles nos secuestren y violen a mi hija de 16 años”, cuenta Jaqueline, con la mano en su abdomen. “Ayer nos deportó la policía mexicana después de haber pagado 300 dólares (276 euros) a los narcos para llegar a Tapachula. Mi esposo en Estados Unidos me dijo que me mandará dinero, entonces mejor me espero”.
En la Casa del Migrante es posible permanecer un máximo de tres días, pero debido a la calidad del servicio y las buenas condiciones de seguridad, a muchos les gustaría quedarse más tiempo. “Este es el último lugar donde las personas en tránsito tienen acceso a un servicio integral, que incluye alojamiento, comida, apoyo médico, psicosocial e incluso internet”, explica Óscar Pelicó, coordinador de proyectos de protección a mujeres y niñas en movilidad de Ayuda en Acción. “En México la atención de los albergues está enfocada solamente en los solicitantes de asilo en el país”, agrega.
Secuestros y limbo en México
A las siete de la mañana del día siguiente, en el comedor de la Casa del Migrante, hay 40 desayunos sin tocar sobre la mesa, incluyendo los de Zuleima y de su hija. La gente sale rápidamente por la mañana con un único objetivo: llegar a Tapachula sin ser secuestrada.
Al cruzar el río, Zuleima y los demás caminan por la orilla derecha cuando un grupo criminal los detiene. “Nos dijeron que teníamos que pagar o no nos dejarían ir”, cuenta Zuleima por teléfono al día siguiente. “Pagué 100 dólares para mí y 50 para la niña para llegar a Tapachula. Nos marcaron con un sello en el brazo que parecía un gallo, como ‘protección’… ya me lo quité. Lamentablemente, no volví a ver a los que no pagaron”.
Pagué 100 dólares para mí y 50 para la niña para llegar a Tapachula. Nos marcaron con un sello en el brazo que parecía un gallo, como ‘protección’… ya me lo quité. Lamentablemente, no volví a ver a los que no pagaronZuleima, migrante venezolana
El secuestro exprés en la orilla es frecuente y al azar. Jonathan, un migrante venezolano, no fue secuestrado cuando cruzó a finales de julio. “Yo caminé por la orilla izquierda y llegué a Tapachula sin pagar”, cuenta por teléfono desde Tuxtla Gutiérrez. “Luego la migración mexicana me trajo aquí y llevo tres meses viviendo en la calle. Hay carpas por todos lados”.
Jonathan es uno de los muchos migrantes trasladados por el Instituto de Migración mexicano a Tuxtla Gutiérrez, donde se gana la vida vendiendo fruta mientras espera su cita para solicitar asilo en Estados Unidos. La aplicación CBP One se puede descargar en cualquier país, pero se requiere una localización en México para finalizar la solicitud.
Quedarse en este país a la espera de una cita se ha convertido en una pesadilla que algunos grupos criminales han aprovechado. “No tenemos evidencias, pero algunos migrantes guatemaltecos nos han contado que hay organizaciones que cobran hasta 6.000 dólares (5.533 euros) por conseguir una cita”, comenta Gemayel Fuentes. “Al final, un coyote cobra 15.000 dólares (13.834 euros) por cruzar a Estados Unidos, así que este nuevo método a muchos migrantes les parece más barato”.
Para quienes no pueden pagar, solo queda esperar, varados a 4.000 kilómetros de la frontera norte, a merced de los carteles, sin saber cuánto tiempo pasará. Quienes logran una cita son trasladados gratuitamente en autobús hacia los puertos fronterizos de Estados Unidos, gracias al Corredor Emergente de Movilidad Segura aprobado por el Gobierno de México.
“Yo solo ruego que mi cita salga pronto, porque aquí están los narcos, todo es carísimo y encima hay mucho dengue y no hay ninguna organización que nos ayude”, termina Jonathan en un mensaje de voz por WhatsApp.