¿Quién gana con la fiebre del litio en el país con los mayores yacimientos de África?

La demanda mundial de este metal, utilizado para baterías, se multiplica. Mientras, en Zimbabue, vecinos de las zonas mineras denuncian presiones para desalojar sus pueblos y otros celebran la llegada de compañías extractoras

Degradación medioambiental causada por la extracción de litio en el distrito de Mudzi, Zimbabue.Linda Mujuru/GPJ

“He estado soñando con estas piedras preciosas desde hace 11 años. Mis antepasados me revelaron su existencia a través de los sueños”, afirma Sagacious Dangaranga, un agricultor que, el invierno pasado, empezó a extraer litio de sus tierras comunales en Nyagore, un pueblo de Mutoko, al este de Harare, la capital de Zimbabue.

En Mutoko, un distrito rural montañoso, siempre se ha extraído granito negro, una piedra muy cotizada que se utiliza en casas, cocinas y edificios. Pero el año pasado se descubrió litio, un metal blanco plateado considerado el nuevo oro por su uso en baterías de artículos como ordenadores portátiles, teléfonos y coches eléctricos. En lo que se ha dado en llamar la fiebre del litio, residentes de esta localidad como Dangaranga empezaron a excavar en sus tierras, utilizando picos y palas para extraer el metal. “Tenía la esperanza de que, en el futuro, mi vida y la de mi familia mejorarían”, cuenta Dangaranga.

Zimbabue posee los mayores yacimientos de litio de toda África, según el Departamento de Comercio de Estados Unidos, y se espera que cubra el 20% de la demanda total de litio del mundo, que se ha disparado en los últimos años, y se prevé que se quintuplique de aquí a 2030.

A los activistas les preocupa que solo unos pocos se beneficien de la expansión del mercado. Mientras los habitantes de Mutoko pasan meses esperando a que les concedan las licencias que el Gobierno de Zimbabue exige para todas las actividades mineras del país, los vecinos denuncian que algunas empresas privadas y organizaciones ilegales no autorizadas se les han adelantado y han comenzado a expulsarlos de sus tierras para iniciar sus propias operaciones mineras.

Dangaranga relata que, solo tres meses después de que empezara a excavar, y mientras seguía esperando su licencia, le abordó un grupo no identificado de hombres armados que afirmaban ser los propietarios de la parcela de tierra que había cultivado durante más de una década y le obligaron a renunciar a ella, amenazándole con una pistola. Denunció la apropiación del suelo a las autoridades, pero asegura que no se efectuó ninguna detención. “Solíamos cultivar maíz en estas tierras”, relata. “Teníamos huertos que utilizábamos para sobrevivir. Ahora todo eso se ha ido al traste, y no sacamos nada de las actividades mineras”.

Solíamos cultivar maíz en estas tierras. Teníamos huertos que utilizábamos para sobrevivir. Ahora todo eso se ha ido al traste, y no sacamos nada de las actividades mineras
Sagacious Dangaranga, agricultor

El acaparamiento de tierras y los desplazamientos inducidos por la minería están muy extendidos en Zimbabue, donde las bandas y los mineros ilegales —pero también los inversores extranjeros e incluso el Gobierno— han sido acusados de expulsar por la fuerza a miles de personas de sus terrenos para facilitar las explotaciones extractivas. En la ciudad de Mutare, a unos 269 kilómetros de Nyagore, más de 1.500 familias se han visto obligadas a abandonar sus tierras ancestrales para dar paso a la obtención de diamantes.

Los detractores acusan al Gobierno de vender los valiosos recursos naturales del país a intereses extranjeros. Según un estudio de la London School of Economics, la falta sistemática de transparencia y responsabilidad a la hora de administrar los recursos naturales de Zimbabue, especialmente en el sector minero, ha sido un caldo de cultivo para la corrupción. “Las empresas extranjeras contribuyen a la corrupción sobornando a funcionarios poderosos para que les concedan bajo cuerda derechos mineros”, afirma Farai Maguwu, director del Centro para la Gobernanza de los Recursos Naturales, organización que protege los derechos de las comunidades afectadas por las empresas extractivas. “Los acuerdos se negocian a altas horas de la noche. No hay transparencia”. El ministro de Minas y Desarrollo Minero zimbabuense, Winston Chitando, declinó responder a las múltiples peticiones de que comentara las acusaciones de corrupción.

Biriat Tasarira, director general del Consejo del Distrito Rural de Mutoko, afirma que no hay minería legal de litio en Mutoko. “Es el juego del escondite”, señala. “Cada vez que un equipo acude a investigar a los lugares donde encuentran maquinaria para la extracción, el personal de seguridad siempre responde que no están extrayendo, sino tomando muestras. No tienen ninguna licencia para la explotación, y cuando se contacta telefónicamente con los supuestos propietarios, siempre prometen enseñarlas, pero no sirve para nada”. Michael Munodawafa, ingeniero jefe de minas del Ministerio de Minas y Desarrollo Minero, afirma que el ministerio es consciente de lo extendida que está la minería ilegal y que trabaja con las fuerzas del orden para tomar medidas drásticas contra esas operaciones. Munodawafa añade que, a menudo, los residentes locales no son conscientes de sus derechos. “Los residentes deben asegurarse de que las personas que vienen a explotar las minas tienen los certificados de registro adecuados del Ministerio de Minas, porque muchas de ellas no están autorizadas y es posible que tengan certificados falsos”, afirma.

Aunque los desalojos suelen ser el resultado de amenazas e intimidaciones, las empresas mineras también prometen compensaciones económicas para convencer a los lugareños de que cedan sus tierras. Tambudzai Chigayo, de 40 años, encontró litio cerca de su casa, en el distrito de Mudzi, a unos 70 kilómetros de Mutoko. Al principio, empezó a excavar por su cuenta, pero cuando una empresa especializada en la extracción de tantalita y litio le ofreció 15.000 dólares (casi 14.000 euros) para que ella y su familia se trasladaran, aceptó. Ahora, Chigayo admite que el trato que hizo no vale lo que ha perdido. “No es suficiente para compensar la pérdida de mi casa, mis árboles, mis tierras de cultivo y nuestra historia, que es inherente a este lugar”, afirma.

Otros parecen contentos con sus acuerdos de reubicación. Raymond Butau, de 25 años, está terminando una nueva casa y desbrozando sus campos de cultivo. “Antes vivíamos en la zona que ahora está siendo explotada. Nos ofrecieron casas o 10.000 dólares (9.200 euros) en efectivo y, en febrero de este año, nos decidimos por el dinero”, cuenta Butau, que añade que el efectivo que recibió es suficiente para construir una buena vida para él y su pequeña familia. Fombe Gobera, de 83 años, jefe del pueblo en el que se encuentra la empresa minera, afirma que el desplazamiento de personas de sus tierras ancestrales ha sido un problema grave. “Hasta ahora, cinco familias han recibido dinero para trasladarse a fin de allanar el camino para la extracción de litio, pero otras permanecen en la zona minera y se están viendo muy afectadas”, explica Gobera. Kenneth Mutepfura Kapfunde, de 89 años, afirma que una piedra procedente de las voladuras de la mina golpeó su casa y la tumba de su hijo, que se agrietó. “Cada día inhalamos polvo y vivimos atemorizados por las piedras que revientan y vuelan constantemente sobre nuestros patios y casas”, señala. A pesar de la difícil situación, la idea de mudarse inquieta a Kapfunde, que vive en su hogar desde 1956.

Josephat Chiripanyanga, médico residente en Harare, cree que esta situación repercutirá negativamente en la salud de la población. “Vivir en un lugar donde se practica la minería hará que la gente inhale mucho polvo, lo que la predispondrá a sufrir problemas respiratorios”, señala el médico. Añade que la exposición al polvo podría provocar complicaciones a largo plazo, como cáncer de pulmón. “La gente no debería quedarse ni vivir cerca de las zonas mineras”, advierte.

Paradzayi Hodzonge, director de Environment Africa, una ONG que trabaja para proteger los recursos naturales de Zimbabue, afirma que la extracción incontrolada de litio también puede tener consecuencias devastadoras para el medio ambiente, ya que las operaciones de excavación provocan la erosión del suelo y la formación de barrancos. “Las zonas excavadas se convierten en un peligro para las personas y los animales cuando se llenan de agua”, explica Hodzonge. “En algunos casos, estas charcas estancadas se convierten en criaderos de mosquitos, lo que provoca la propagación de la malaria”. En Nyagore, el pueblo de Dangaranga, las explotaciones mineras invadieron el terreno de una escuela secundaria y formaron barrancos. A los vecinos les preocupa ahora que los niños puedan caer en estos pozos, sobre todo durante la estación de lluvias.

Tasarira afirma que, durante las consultas públicas, los mineros con licencias de prospección siempre hacen muchas promesas a las comunidades, entre ellas las relativas a la rehabilitación medioambiental, pero casi nunca cumplen su palabra. “Hasta ahora no hemos visto ninguna promesa que se haya materializado”, asegura.

Dangaranga, que perdió sus campos a manos de la minería, espera al menos ver su hogar rural desarrollado gracias al descubrimiento de litio. “Lo que necesitamos es que se añada valor al litio extraído, que se fabriquen productos finales aquí y que se creen puestos de trabajo para la población local. Con eso, habríamos ganado como país”, afirma.

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