Gaza, inhabitable: “Nos matan incluso sin bombardearnos”

Hambrientos y enfermos, más de un millón de palestinos están desplazados en la ciudad de Rafah, en el sur de la Franja

Niños palestinos hacían fila el jueves para recibir agua potable en Rafah, en el sur de la franja de Gaza.SALEH SALEM (REUTERS)

“Parece que nos quieren enviar al Sinaí egipcio. También he leído que hay ministros israelíes que nos quieren exterminar a todos o que quieren convertir Gaza en un inmenso aparcamiento para coches. No sé qué va a venir después”. Salah Ahmed suspira angustiado al otro lado del teléfono. Desde el 7 de octubre, este padre de familia de 41 años y sus tres hijos, de entre 8 y 15 años, han debido cambiar de casa tres veces para salvar la vida después de que su hogar en Ciudad de Gaza fuera bombardeado. Ahora están en Rafah, en el extremo sur de la Franja, donde según la ONU hay ya más de un millón de personas, en una región en la que antes vivían unas 250.000. Y cada día llegan más familias huyendo de los bombardeos en zonas situadas algo más hacia el norte.

“Todo está abarrotado, no queda un metro cuadrado sin gente. Es algo inimaginable. Y el número de desplazados sigue aumentando”, explica por teléfono desde Rafah Samir Zaqut, de la ONG palestina Al Mezan, antes de que su relato se vea interrumpido por un fortísimo estruendo. “Están bombardeando algo por aquí cerca”, explica, sin mostrar apenas sorpresa. “Las personas en Rafah ya no tienen un lugar para dormir y terminan pernoctando en la calle, cubiertas con plásticos, ni siquiera en tiendas de campaña. La gente está enferma y muy debilitada. Nos están matando, incluso sin bombardearnos. Es horrible. Y no tenemos ninguna opción”, agrega. Como denunció el viernes el jefe de operaciones humanitarias de la ONU, Martin Griffiths, Gaza se ha convertido “simplemente en un lugar inhabitable”, en “un lugar de muerte y desesperanza”, cuyos habitantes están “frente a amenazas diarias ante la mirada del mundo”. Es difícil encontrar en Gaza en este momento a alguien que no se haya visto forzado a salir de su casa, al menos una vez en los últimos tres meses.

Nos están matando, incluso sin bombardearnos. Es horrible. Y no tenemos ninguna opción”
Samir Zaqut, Al Mezan

Según la UNRWA [agencia de la ONU para los refugiados palestinos], 1,9 millones de personas, es decir, el 85% de la población de la Franja, ha tenido que desplazarse. Rafah, frente a la frontera egipcia y el mar, es el último lugar al que pueden huir. La localidad se ha visto por ahora preservada de los bombardeos masivos, pero las condiciones de vida de tanta gente en un lugar tan pequeño son difíciles de imaginar: una ciudad abarrotada e inundada de tiendas de campaña y refugios improvisados, con gente hambrienta y enferma y niños descalzos pese al frío y la lluvia, donde es difícil conseguir comida y agua limpia y el miedo al futuro ensombrece aún más los ánimos.

“Nadie sabe qué viene después. Los israelíes quieren desplazar a todos los gazatíes o a casi todos, pero tampoco estoy seguro de que lo puedan lograr. Tal vez por eso haya una esperanza de negociación”, confía Zaqut.

Tras el 7 de octubre, cuando empezaron los bombardeos israelíes sobre la Franja tras el ataque en el que Hamás mató a 1.200 israelíes, han muerto violentamente más de 22.000 palestinos, y al menos 7.000 están bajo los escombros, según cifras del Ministerio de Salud, controlado por el movimiento islamista. El 70% de ellos son mujeres y niños.

Desplazados palestinos en las tiendas de campaña en las que viven en Rafah, en el sur de la franja de Gaza, el miércoles.IBRAHEEM ABU MUSTAFA (REUTERS)

Supervivencia

Najwa, que no quiere dar su nombre completo, dejó su casa en el centro de Gaza hace 15 días y se instaló en Rafah, junto a su marido y sus tres hijos, en casa de la familia de su yerno. “No sé ni cómo estoy, la verdad. Es como si todos los sentimientos se hubieran congelado. Mi prioridad es sobrevivir hoy y no pienso en nada más, solo en que pase el día y sigamos vivos”, explica por Whatsapp.

La familia, hacinada en un pequeño apartamento, pena cada día para lograr alimentos y agua. “Encontramos solo algunas cosas básicas: no hay fruta, las únicas verduras a la venta son tomates, patatas y berenjenas, no se venden galletas ni café y la carne es prácticamente imposible de encontrar y de pagar”, describe Najwa.

Mi prioridad es sobrevivir hoy y no pienso en nada más, solo en que pase el día y sigamos vivos”
Najwa, desplazada gazatí

Zaqut agrega que cada pequeño acto de la vida cotidiana dura horas y se convierte en un esfuerzo supremo. “Nada funciona. Hay que hacer pan porque es difícil encontrar una panadería, pero la harina cuesta seis o siete veces más, como todos los alimentos básicos. Y cuando la consigues resulta que tampoco hay gas, entonces hay que hacer fuego. Además, tampoco hay agua y debemos caminar una hora para lograr un galón, porque no hay vehículos ni espacio para circular en muchas calles de Rafah”, resume.

Pese a todo, ambos son conscientes de que sus familias forman parte de los privilegiados, porque tienen un techo y una mínima higiene. “Afuera hay muchísima gente y no hay tiendas de campaña ni mantas para todos. Las personas pasan hambre y frío en Rafah”, describe Najwa. “Y nadie sabe lo que viene después. Nos están llevando al límite. Tal vez después nos echen al Sinaí. Todo el mundo está esperando, nadie sabe nada, solo escuchamos rumores horribles”, afirma.

Si en octubre y en noviembre la mayoría de los gazatíes entrevistados insistían en que su deseo era quedarse en Gaza y volver a casa en cuanto se pudiera, como ocurrió en las precedentes ofensivas, su discurso ha cambiado conforme los bombardeos se intensificaban. “Yo quiero que alguien me saque de aquí. ¿Tú crees que la gente se quiere quedar en medio de toda esta destrucción y tras haber perdido tanto?”, pregunta Najwa.

Además, una inmensa parte de las personas hacinadas en Rafah ya no tiene ningún lugar al que volver. “Vivíamos en el Reino Unido porque mi esposa tenía una beca para hacer un doctorado, pero hace un año quisimos volver a Gaza. Es la tierra de nuestros padres y la nuestra. Pero ahora ya no tenemos casa y solo espero que no ataquen masivamente Rafah y esto acabe. Mi hijo pequeño de ocho años no puede ni ir al baño solo y apenas duerme. Solo quiero que vuelvan a ver a su madre, pero lo más duro es que no puedo hacer nada por ellos”, explica Ahmed. La guerra sorprendió a su esposa en Europa, sola y embarazada de su cuarto hijo, mientras terminaba de arreglar los documentos para terminar su doctorado a distancia en Gaza.

“Tal vez cuando el ejército israelí considere que ha terminado en nuestras áreas, nos ordenarán que volvamos a nuestras casas destruidas. Yo no sé ni en qué estado está la mía”, explica Talal, profesor de una escuela primaria en el campo de refugiados de Yabalia y actualmente desplazado en Rafah, pidiendo que no se cite su nombre completo.

Incapacidad para salvar vidas

“Aunque la situación se mantenga, Rafah ya no es viable. Es como un inmenso campamento donde la situación es imposible de describir e imaginar. Si no logramos parar esto van a empezar a quebrarse otras normas sociales para sobrevivir y va a ser devastador, porque la gente ya no puede más y no se puede mover más, porque están en la frontera. Se necesita un alto el fuego inmediato y sostenido”, subraya en una entrevista con este diario Nicholas Papachrysostomou, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF), que pasó cinco semanas en el sur de la franja de Gaza entre noviembre y diciembre. El responsable recordó, por ejemplo, que asistió al saqueo de un camión de la ONG por parte de un grupo de gazatíes, que pidieron disculpas por hacerlo, pero explicaron que tenían mucha hambre.

“Es muy difícil entender la magnitud, la severidad y la continuidad de los ataques que vive la población de Gaza. Es sorprendente también que toda la comunidad internacional observe esto desde hace tres meses y ya lo vea como una película que ocurre frente a nuestros ojos y no seamos capaces de lograr un alto el fuego”, agrega.

Gaza es un agujero negro, no podemos hablar de respuesta humanitaria, sino de un goteo de ayuda en un océano de necesidades enormes”
Nicholas Papachrysostomou, MSF

MSF consiguió reabrir a mediados de diciembre la clínica Al Shaboura de Rafah, donde presta atención primaria gracias a personal local y expatriado, y consiguió hacer entrar en la Franja 50 toneladas de suministros médicos. “En una semana vimos a 1.500 pacientes. ¿Qué hacía esta gente antes? ¿Dónde iban por ejemplo los niños con diarrea que hemos atendido?”, se pregunta Papachrysostomou. Según Unicef, los casos de diarrea en niños y niñas menores de cinco años aumentaron de manera preocupante en Gaza a mediados de diciembre, cuando se registraron unos 3.200 nuevos casos al día, frente a los 2.000 al mes que se identificaban antes de esta escalada. “La salud infantil en la franja de Gaza se está deteriorando rápidamente”, advirtió la agencia de la ONU.

El coordinador de emergencias de MSF también explicó que no existe en Gaza en este momento ningún servicio posoperatorio para hacer curas o gestionar el dolor, por falta de personal y medios, y que en su clínica se están recibiendo pacientes con cuadros médicos “muy complicados”, como infecciones serias en heridas y quemaduras que pueden provocarles la muerte. Además, por el hacinamiento, la falta de higiene y alimentación correcta y el frío, uno de cada dos pacientes que se reciben en este centro médico actualmente sufren infecciones respiratorias agudas, según este responsable. La OMS ha informado de que de los 36 hospitales de Gaza, solo 13 funcionan parcialmente, algunos realmente ofreciendo muy pocos servicios. A los que aún están operativos les falta de todo: personal, camas, anestesia, antibióticos, combustible y agua.

“No se me olvida el rostro de mis colegas de Gaza en algunos momentos. Lívidos ante la tragedia y apesadumbrados por la incapacidad material de salvar más vidas. Gaza es un agujero negro, no podemos hablar de respuesta humanitaria, sino de un goteo de ayuda en un océano de necesidades enormes”, insiste Papachrysostomou. “Lo que yo viví durante las cinco semanas que pasé en Gaza es un castigo a gente que no habla de política y que no tiene nada que ver con Hamás”, concluye.

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