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Las infancias robadas de Malí

Los menores llegan a un centro de Bamako dejando atrás un pasado de explotación, violencia, sequía y pobreza extrema, que les obliga a emigrar. El conflicto y los ataques incesantes yihadistas han provocado el cierre de más de 700 escuelas

Un grupo de niños en un centro de acogida de menores de Cruz Roja en Canuya en Bamako, capital de Mali. Allí, niñas y niños con experiencias migratorias frustradas, encuentran un espacio de cuidado y protección.Pablo Tosco
Más de dos millones de niños y niñas entre los cinco y 17 años aún no van a la escuela y más de la mitad de los jóvenes malienses de entre 15 y 24 años son analfabetos, según el último informe de la Agencia de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).Pablo Tosco
Bubakar cuenta que sus padres —de tradición campesina—, perdieron sus cultivos y animales debido a la sequía. Sin medios de vida para sostener a la familia, lo fiaron a un hombre que les prometió “buenos ingresos” a cambio del trabajo de su hijo en minas de oro artesanal en el norte del país. Con una linterna atada a la cabeza, descalzo y sin protección, día tras día Bubakar descendía por túneles precarios y asfixiantes. Trabajó sin descanso sin recibir remuneración. Reclamó su salario durante semanas, pidió dos platos de comida, rogó por una colchoneta para dormir, pero sus peticiones jamás fueron atendidas y decidió huir junto a un grupo de niños que vivían la misma situación. Caminaron por el desértico Sahel. Llegaron a un poblado donde se refugiaron hasta juntar fuerzas para seguir camino a Bamako, la capital del país. Pablo Tosco
En el centro de Cruz Roja comienzan a sanar sus heridas. A pesar de que Malí ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, el país vive conflictos e inestabilidad gubernamental desde hace décadas y es difícil desarrollar mecanismos para la protección y el cuidado de los menores.Pablo Tosco
En Malí proliferan grupos armados que amenazan a maestros, vandalizan, destruyen y ocupan centros educativos. El conflicto actual y los ataques incesantes de grupos yihadistas provocaron en 2021 el cierre de más de 700 escuelas, imposibilitando el derecho a la educación a 225.000 niños y niñas, según la organización de derechos humanos Human Rights Watch. Una alternativa al sistema educativo —crónicamente desatendido y diezmado—, son las tradicionales escuelas coránicas.Pablo Tosco
Alí llegó a una de ellas. Tenía la esperanza de que el marabú (profesor/tutor) no solo formaría a sus estudiantes en la fe musulmana, sino que los prepararía para una vida digna. Pero la realidad pisoteó las promesas: de madrugada, tras la lectura y escritura del Corán, el tutor los enviaba a las calles del pueblo en busca de limosnas y dádivas. Con una lata oxidada colgando del cuello, recorrían mercados y puestos de venta de comida. Sin pronunciar palabra, llevaban su mano a la boca en aquel gesto universalizado del hambre. Por las noches, retornaban al centro para buscar espacio en el hacinamiento de una habitación. Sin baño, ni agua potable. Una mañana cogió la lata para iniciar su ruta y nunca más regresó a aquel lugar. Meses en las calles de Bamako endurecieron la piel y el alma de Alí, quien, aunque siente alivio y una esperanza primigenia en el centro, aún no encuentra palabras para describir aquellas vivencias.Pablo Tosco
Fatou —trabajadora social de la Cruz Roja—, se sienta en una silla de plástico junto a Alí. Reflexiona sobre la importancia de los lazos afectivos y desgrana una simple estrategia para retomar el vínculo familiar. Es uno de los objetivos de este centro: promover el retorno de los niños a sus hogares, siempre y cuando su seguridad y cuidado estén garantizados. Con la información recogida por Fatou, la policía investiga el origen de las niñas, niños y sus familias. Este proceso se inicia con una llamada telefónica a los padres explicando las vivencias de los menores y luego realizan preguntas abiertas para comenzar a valorar la receptividad que permitan avanzar en la posibilidad del retorno.Pablo Tosco
Amina de 16 años, sostiene en brazos a su hijo de tres meses. Ella no tuvo cuadernos, ni lápices. Sin recursos económicos, su padre tampoco le permitió ir a la escuela y a los 13 años fue forzada a casarse —por la dote— con una persona mayor. Sufrió abusos que se extendieron durante meses, hasta que el esposo decidió expulsarla de la casa por la imposibilidad de quedar embarazada. Deambuló hasta cobijarse en una terminal de autobuses cerca de la ciudad de Mompti. En aquel caos de vehículos, macutos, bolsas de viaje, animales y gritos, conoció a un hombre que le prometió transportarla a la capital y protegerla. Las niñas son las primeras víctimas, las más vulnerables.Pablo Tosco
Amina junto a otras 15 madres no oculta sus cicatrices. Este centro es un rincón humilde que representa el único sitio donde se sienten seguras. Juntas reconstruyen el relato: sus palabras sugieren abandonos, maridos abusadores, violencias, nuevas promesas y más violencia. Las calles de Bamako solo multiplicaron las vejaciones.Pablo Tosco
Para Amina, la espiral de violencia derivó en un embarazo. Decidió tener su hijo y contó con el apoyo logístico y psicosocial del centro de Cruz Roja. Recuperó peso y salud; logró poner palabras a lo que necesitaba y deseaba: jamás se había sentido escuchada ni protegida de esa manera.Pablo Tosco