El despertar espiritual en el arte africano que Europa se niega a devolver
Un proyecto artístico panafricano aspira a reconectar a los jóvenes del continente con su espiritualidad originaria. Aunque no es su objetivo primordial, la restitución del arte expoliado por los poderes coloniales planea en ‘L´esprit des ancêtres’
Géraldine Tobe, joven artista congoleña, lleva dos años volcada en una empresa de altas miras. Busca desperezar a las almas pretéritas mediante la creación. Confía en que, conjurados los espíritus por la vía del arte, el África de hoy escuche atenta la sabiduría flotante de los que ya murieron... Y aún permanecen.
L´esprit des ancêtres, El espíritu de los ancestros en castellano, no es un mero flujo de inspiración entre las estéticas clásica y contemporánea del continente africano. Tampoco alienta opacas disquisiciones meta-artísticas. Ni siquiera aspira –al menos, deliberadamente– a poner contra las cuerdas morales a los museos europeos, esas vetustas instituciones que siguen custodiando, a pesar de escuetas concesiones en los últimos tiempos, la inmensa mayoría del patrimonio africano.
Con un cierto desdén de trascendencia, Tobe supedita las cuestiones de este mundo a lo espiritual, el eje de su proyecto. Como objetivo fundacional, L´esprit des ancêtres quiere plantar la semilla de una ambiciosa reconciliación: la de los jóvenes africanos con su rica tradición cultural, esa que el colonialismo trató de arrojar al cubo de lo maldito. Poderosa idea que, explica la congoleña, ha tomado prestada de las voces del más allá. Tobe afirma, con modestia de carne y hueso, ser solo una portavoz de mensajes atávicos: “Lo que estoy haciendo no surge de mí misma, soy una médium que transmite a la gente de mi generación algo que viene de muy atrás. Si yo no existiera, los ancestros habrían elegido a otra persona”.
En lo terrenal, la secuencia del proyecto se antoja bien sencilla. 12 artistas emergentes (Tobe incluida) visitaron las colecciones europeas de arte africano a la caza de intensas conexiones. De vuelta a sus países (sobre todo del África occidental francófona, aunque también Angola y Sudáfrica), reinterpretaron con una mirada actual las piezas que lograron conmoverles. Objetos con los que surgió una suerte de chispa metafísica. El resultado podrá verse en un carrusel expositivo en espacios africanos y europeos que arrancará el próximo otoño.
Hans De Wolf, profesor de Historia del Arte en la Brussels Free University y comisario del proyecto, resalta la importancia de que los artistas se hayan inspirado en las obras originales, únicas capaces de emanar –a pesar de ubicarse fuera de contexto– la dimensión espiritual con que fueron concebidas. Aunque De Wolf admite que la restitución del arte africano subyace a L´esprit des ancêtres, matiza que el proyecto se aleja “del discurso puramente material o museístico”. Para él, se trata ante todo de forjar identidades oxidadas por años y años de lluvia colonial: “Adoptar esas obras con una lectura contemporánea tiene mucho poder en términos de continuidad cultural”.
Kalunga o el creador no creado
Tobe percibió de niña el estigma diabólico que suele acompañar a la espiritualidad africana originaria. Nació en los noventa, décadas después de que la República Democrática del Congo se independizara de Bélgica. Dotada desde pequeña, según confiesa, de una acusada sensibilidad para lo sobrenatural, pronto comprendió que el legado religioso de la exmetrópoli seguía imperando. En su familia, muy cristiana, había un tío sacerdote que la animó a ser monja. Y una abuela, continúa su relato, “que hacía ritos ancestrales y a la que todos llamaban bruja”.
La artista en ciernes creció debatiéndose entre dos mundos, tratando de elaborar en su interior un sólido nudo que conciliara dos visiones supuestamente contrapuestas. Cesó en su empeño tras ingresar en un convento y no encontrar allí rastro de sus orígenes: “Todo eran santos europeos, lenguas europeas, ritos europeos...”. Su abuela le había transmitido el concepto de kalunga, la frontera acuática que separa a los vivos de los muertos en el imaginario congoleño. Pero también, en palabras de Tobe, “eso de lo que no vemos ni el principio ni el fin, el creador no creado”. La anciana le inculcó asimismo que los ancestros merecían ser honrados. Finalmente, la transmisión oral ganó la batalla a las sagradas escrituras. Las enseñanzas de su abuela han empapado, hasta hoy, la vida y obra de Tobe.
Con su sinergia entre lo etéreo (ella) y lo palpable (él), la artista congoleña y el comisario belga forman un curioso tándem. También encarnan la sutura que poco a poco va cerrando las heridas poscoloniales. Un blanco y una negra remando juntos, trazando puentes de nuevo diseño, derribando muros de sordera y resquemor. “Los dos hemos heredado la situación actual. Se da la circunstancia de que, siendo un proyecto enteramente africano, no podría llevarse sin la colaboración de Europa”, admite De Wolf. “Desde el principio surgió algo muy fuerte entre nosotros; nuestra sintonía puede allanar el camino para vencer esas percepciones negativas que perduran”, añade Tobe.
Hace tiempo que De Wolf se embarca en iniciativas de diplomacia cultural, la mayoría conectando Asia y Europa. Con L´esprit des ancêtres confía en que un diálogo intercontinental cada vez más ágil contribuya al resurgir de un orgullo patrimonial entre la juventud africana. “Las nuevas generaciones han de saber que, cuando los primeros objetos africanos llegaron a París en 1909, provocaron un impacto enorme; hicieron llorar a artistas de primer nivel”. El término primitivismo –que designa la influencia del arte africano (también del precolombino o del oceánico) en las vanguardias europeas– quizá chirríe hoy en día, pero sirvió para conceptualizar una realidad patente en obras fundamentales como Las señoritas de Avignon. “El mismo Picasso reconoció la calidad y profundidad de máscaras y otros artefactos, que iban más allá de la propia idea de modernidad en ese momento”, recuerda De Wolf.
A Tobe le preocupa más la deriva religiosa por la que, según ella, se desliza su país. Observa estupefacta cómo cada vez más jóvenes se adentran en el sectarismo cristiano. “Han florecido las ‘iglesias del despertar’ y sus muy poderosos pastores, que han hipnotizado a los congoleños con su obsesión por el mal, el cual ven por todas partes”, lamenta. Mientras, las creencias centenarias se van esfumando, con alto riesgo de encontrar, de aquí a unos años, su único reflejo en los libros de antropología. “Tenemos que revalorizar a nuestros guardianes de la memoria, a nuestras femmes sages [mujeres sabias]”, reclama.
Querencia por la fusión
¿Esconde L´esprit des ancêtres un cierto esencialismo cultural? ¿Una división implícita entre africanos, digamos, puros y contaminados? Tobe responde aludiendo al ejemplo de un buen amigo suyo: “Es musulmán. Para él, la espiritualidad ancestral representa algo muy importante que compatibiliza sin problemas con sus creencias islámicas”.
Esta querencia por la fusión, tan africana, cristaliza en la diversidad de enfoques y formatos que acogerá las exposiciones por las que vaya rotando el proyecto. En cuadros de gran tamaño y tres esculturas, Tobe reivindica a la heroína congoleña Kimpa Vita, dibujando paralelismos con su propia biografía y la de Juana de Arco. El senegalés KH Bamba aglutina ropajes o alfombras de oración islámica en collages de fuerte carga simbólica. La sudafricana Lhola Amira juega y reflexiona –mezclando lo audiovisual y la performance– con la multiplicidad de sus identidades (se aparece en versiones polifacéticas de sí misma) y la fractura identitaria que el colonialismo provocó en toda África.
De Wolf destaca la propuesta de Paul Alden Mvoutoukoulou. El congoleño reivindica, en palabras del curador de L´esprit des ancêtres, “el concepto de sanación” mientras denuncia “la apropiación, por parte de la industria farmacéutica, del conocimiento ancestral africano”. Mvoutoukoulou se ha inspirado en la división artificiosa del Museo Africano de Tervuren, cerca de Bruselas. “Es un museo completamente esquizofrénico”, sostiene De Wolf. Y explica el porqué: “Si uno va a la derecha, se encuentra con los mal llamados objetos etnográficos: máscaras, estatuas... Si va a la izquierda, están los animales disecados, las muestras de biodiversidad, etc. En la espiritualidad africana, ambos dominios se confunden: esas máscaras solo tienen sentido en la naturaleza”. La instalación de Mvoutoukoulou, añade De Wolf, “integra estas dos esferas para mostrar que se trata de una sola filosofía natural”.
Dónde reubicar los objetos que –por ahora, con cuentagotas– Europa empieza a devolver a África es una de las grandes dudas en el arduo debate sobre la restitución. “El patrimonio vivía en el seno, en el corazón de la comunidad, formaba parte de la educación en un proceso intergeneracional; en él se enseñaba, al mismo tiempo, la encarnación de los espíritus y el respeto a la naturaleza”, resume Tobe.
Como otras veces durante la entrevista, De Wolf aterriza la conversación y apela a la cautela: “El mejor regalo para aquellos que no quieren restituir sería, precisamente, restituir sin más, hoy mismo, mil piezas a Kinshasa, ya que podría pasar cualquier cosa con ellas. Queremos crear un terreno de reflexión que genere las condiciones para un retorno bien hecho”. De nuevo, Tobe se abstiene de opinar sobre lo material: “Hans se ocupa más de los aspectos técnicos, yo prefiero mantenerme al margen”. Y vuelve abruptamente a su papel de artista-médium: “Mi abuela me contaba que la gente que esculpía las estatuas entraba en trance para dar cuerpo físico a los espíritus. Así veo mi trabajo, como una artista que intenta dar plasticidad a los que se fueron”.
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