Cómo se trabaja en los barrios pobres de Argentina para reducir el consumo de drogas
La Federación Hogar de Cristo agrupa a 190 centros barriales de 19 provincias del país sudamericano y ha ayudado a más de 20.000 personas a tratar sus adicciones. Lo hacen desde 2008 y no han parado ni en pandemia
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Después de pasar 10 años preso y cuatro viviendo en la calle, Óscar González encontró su propósito en el Hogar de Cristo, un centro barrial que acompaña a personas con adicciones a distintas drogas, especialmente el paco —pasta base de cocaína (PBC). “En ese entonces, yo tomaba alcohol etílico y pastillas. Comía de la basura y vivía con las ratas. En una esquina de la Avenida 9 de Julio hacía malabares. Un día, hace más de 10 años, me robé una plata. Terminé con un tajo en la cabeza y la boca golpeada. De ahí me fui al Hogar, que está cerca de la villa 21-24, donde me recibieron con abrazos”, cuenta el hombre de 47 años.
La Federación Familia Grande Hogar de Cristo es una red de centros barriales creada por sacerdotes católicos que vivían en las villas de la Ciudad de Buenos Aires. El primer establecimiento se fundó en 2008 en la villa 21-24, una de las más pobres de la capital, con una misa de monseñor Jorge Mario Bergoglio, hoy el Papa Francisco. En este momento, la federación agrupa 190 espacios en 19 provincias de Argentina y ya ha ayudado más de 20.000 personas a tratar sus adicciones.
Desde la organización observaron que el consumo de drogas en los barrios informales era un síntoma de un problema mucho más amplio de exclusión social. Muchos de los vecinos que se acercaban habitan en viviendas precarias, tienen un acceso inadecuado a los servicios públicos, sufren violencia, están desempleados y la respuesta estatal que reciben es insuficiente. “Todos los centros nacen a partir de una demanda de los barrios y comunidades que estaban sufriendo”, expresa Pablo Vidal, coordinador del área de adicciones de Cáritas Argentina y uno de los referentes de la federación a nivel nacional.
González cuenta que estuvo cuatro veces a punto de morir porque no tomaba las medicaciones que tenía indicadas. Además de su adicción y de tener VIH, contrajo tuberculosis. “Cuando Jorge Bergoglio se convirtió en Papa, yo estaba en terapia intensiva. Ese día recuerdo que dije que necesitaba una oportunidad más. En 2014, el Hogar de Cristo me mandó a Roma a ver a su Santidad, pensando que eran mis últimos años. Desde que volví de ese viaje mi vida empezó a cambiar. Me di cuenta de que si no tomaba mi tratamiento, no podía ayudar a otros”, cuenta.
Hoy, González es uno de los acompañantes de la Casa Masantonio, ubicada junto al Hogar de Cristo en la villa 21-24, que brinda acompañamiento integral a los consumidores de paco y enfermos de VIH y tuberculosis. El espacio es conocido por los vecinos como el hospitalito. “Yo acompaño a personas que están por morir. Le damos la medicación y la comida. Cuando no vienen las vamos a buscar”, expresa.
En enero y febrero, González viajó a Salta, una provincia al norte de Argentina, para visitar la localidad de Pichanal. Allí hay un merendero atendido por frailes donde comen 1.000 chicos de la comunidad indígena ava guaraní. Y González, como misionero, se puso a disposición para colaborar.
El ejemplo de otros antiguos usuarios como método
Vidal señala las claves del método que se implementa en el Hogar de Cristo. Primero, se reconoce la dignidad humana de todos aquellos que se acercan. Los centros barriales los reciben como vienen, sin importar su pasado. Segundo, cada equipo de trabajo se propone mirar la situación de cada uno y acompañar de forma integral. Tercero, los centros reciben en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. Esto implica dejar de lado la comodidad, seguridad y previsibilidad, y abrirse a las personas que llegan en las condiciones más complejas.
Una de las estrategias de la organización es el primereo, que consiste en que los chicos que han avanzado más con su tratamiento se organicen para buscar a otros y acercarlos al Hogar. “El propio barrio sale a buscar a sus vecinos”, señala Vidal. González participa de esta iniciativa. “Salimos con un termo, galletitas y vasos. Nos acercamos a las rancheadas, que son las plazas o esquinas donde se juntan los pibes. Nos sentamos con ellos, tomamos mate y les contamos del Hogar. Les invitamos a que se acerquen a comer y bañarse”, cuenta González.
Una vez que la persona se acerca y deposita su confianza en el Hogar, empieza un proceso largo y complejo. “Esto es un cuerpo a cuerpo. Es un trabajo artesanal. A cada uno le vas pidiendo lo que puede en ese momento. Durante mucho tiempo, algunos solo vendrán a comer y bañarse. Apostamos al proceso personal de cada uno. Cuando van dando algunos pasos, la exigencia es mayor”, explica Vidal.
El equipo de psicólogos, trabajadores sociales y voluntarios buscan que las personas que concurren a los centros barriales formen relaciones sólidas y un sentido de pertenencia a la comunidad. Las actividades Del Hogar de Cristo incluyen el suministro de comidas, ropa y acceso a una ducha; además, disponen de grupos terapéuticos, talleres de teatro, cine, fútbol, capacitación laboral y espacios de primera infancia.
Los voluntarios que llevan más años dentro del Hogar y que están casi rehabilitados son los encargados de estar en la puerta y dar la bienvenida a todo el que entra, cocinar, pasar la escoba o hacer el primereo. “Ponerse al servicio de otros y sentirse útiles les da un sentido. Entre ellos hay un desánimo muy grande y piensan que de esta no se puede salir. Cuando ven que el que antes estaba consumiendo, ahora acompaña a otros, se genera esperanza alrededor”, resalta Vidal.
Entre ellos hay un desánimo muy grande y piensan que de esta no se puede salir. Cuando ven que el que antes estaba consumiendo, ahora acompaña a otros, se genera esperanza alrededorPablo Vidal, coordinador del área de adicciones de Cáritas Argentina
Según una investigación realizada por Ann Elizabeth Mitchell, docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina (UCA), salvo unas pocas excepciones, las personas que asisten al Hogar de Cristo perciben una mejora general en su bienestar desde que empezaron a concurrir al centro barrial. Los cambios positivos más prevalentes son una reducción de la frecuencia de consumo de drogas y una mejora en el cuidado personal, las relaciones consigo mismo y con la familia. Otra oportunidad que se suele experimentar es el acceso a una solución habitacional.
La inserción territorial es un aspecto que diferencia al Hogar de Cristo de otras alternativas terapéuticas. Tener libertad de movimiento y mantener el contacto con la familia les permite hacerse responsables de su proceso de reducción del consumo. Las personas que asisten a los centros siguen cerca de la realidad que los llevó a consumir y buscan evitarlo en ese mismo entorno.
El trabajo comunitario, también en pandemia
Hector Sandonato tiene 54 años y se acercó al Hogar de Cristo en 2014 para dar clases de taekwondo como voluntario. En un primer momento no contó que durante 18 años él también consumió drogas. Como parte de su tratamiento, se formó como operador terapéutico y hoy está cursando la carrera de Trabajo Social. Sufrió Hepatitis C y la organización lo ayudó a realizar el tratamiento, gestionado a través de una donación de la Fundación de Leo Messi. Hoy, Sandonato acompaña a otras personas que inician su proceso para dejar de consumir y durante la pandemia se encargó del triaje, que consistía en recibir a las personas en la puerta y controlar que no ingresaran con síntomas de covid-19.
Con la llegada de la pandemia, los centros tuvieron que reorganizarse. Siempre se mantuvieron abiertos y habilitaron lugares para dormir cuando las restricciones de circulación eran más duras. “Muchos chicos y chicas que están en los hogares en situación de consumo se encargaron de las demandas alimentarias de los barrios populares. Cocinaron y llevaron las viandas a los vecinos que tenían factores de riesgo. Ellos se exponían y salían a la calle. Así fue como los más marginados se pusieron al frente para sostener el trabajo comunitario”, reflexiona Vidal.
El cura Lorenzo de Vedia, conocido como Padre Toto, conduce la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé de la Villa 21-24 de Barracas, en Buenos Aires. Él considera que la pandemia trae nuevos desafíos. “Hoy se ven más pibes y pibas en las calles. Va a crecer la necesidad de acompañarlos en el camino de la recuperación. Se van a tener que fortalecer aún más las iniciativas de los Hogares de Cristo”, comenta.
En 2013, Marcelo Fuentes entró en contacto con el Hogar de Cristo ubicado en el barrio del Bajo Flores. El hombre, de 44 años, cuenta: “Abandoné a mis hijos durante 10 años por haber elegido la droga. Tuve varios intentos de dejar de consumir y nunca pude. Un día fui a pedirle ayuda al cura del barrio y me acercó a este espacio. En ese momento, no existía un centro en Villa Soldati. Finalmente, hice mi recuperación ahí. Me recibieron de la calle, cuando no tenía nada. Me dieron un plato de comida y un techo; me enseñaron todo lo que sé”.
Ahora, Fuentes forma parte del equipo terapéutico del Hogar de Villa Soldati, su barrio de la infancia, donde todavía vive su mamá. “La sanación a mi problemática estaba en el servicio, en dedicarme al otro. Durante mi tratamiento, comencé a estudiar para convertirme en acompañante terapéutico. Hoy soy su coordinador”, cuenta.
Fuentes está disponible para este proyecto las 24 horas. Señala que al estar acompañando a otras personas que consumen se reciben llamados a cualquier hora. Expresa: “esto le cambió la vida al barrio. Todo el grupo con el que consumía ahora está en el Hogar y acompaña a otras personas para que dejen el camino de la droga”.
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