Proteger las ranas para controlar la malaria
Un hongo devastador sobre las poblaciones de anfibios provocó, indirectamente, brotes de paludismo en Costa Rica y Panamá. Estos animales comen mosquitos, y la reducción de unos conlleva el aumento de los otros, transmisores de la enfermedad
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El economista Joakim Weill, de la Universidad de California en Davis, presentó a finales de 2020 en la reunión de la Unión Geofísica Americana una comunicación en la que proponía que brotes de malaria de especial intensidad ocurridos en Costa Rica y Panamá durante las últimas décadas se habían debido a la disminución de las poblaciones de anfibios.
Los autores de la investigación, desarrollada por un equipo internacional de procedencias diversas, habían estudiado un periodo que va de 1976 a 2016. Analizaron el momento y la extensión de los brotes de malaria y, mediante un procedimiento estadístico que valora el efecto de varios factores, su posible relación con el declive de los anfibios.
Las poblaciones de anfibios empezaron a declinar en la región a partir de principios de los ochenta debido a la incidencia de una quitridiomicosis provocada por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis. La micosis ha tenido efectos devastadores sobre las poblaciones de anfibios en todo el mundo y a ella se atribuye la desaparición de 90 especies y la reducción de los miembros de varios centenares más.
El equipo de investigación observó que la incidencia de la malaria en los cantones (Costa Rica) y distritos (Panamá) estudiados se elevó, tras la pérdida de los anfibios, durante tres años. Así alcanzó una meseta que se prolongó durante cinco años adicionales, para descender a continuación.
Se llegaron a producir máximos de incidencia de 1,5 (Costa Rica) y 1,1 (Panamá) casos por cada mil habitantes. De esa incidencia, entre 0,76 y 1 era atribuible al efecto de la disminución de las poblaciones de anfibios. La pérdida de la diversidad de anfibios no fue el único factor que influyó en la incidencia de la malaria –la reducción de arbolado también lo hizo–, pero sí el más importante.
La disminución de la incidencia tras los ocho años señalados habría sido consecuencia, probablemente, de las medidas de salud pública implantadas para contener la enfermedad.
Rana come mosquito
La malaria es una enfermedad provocada por protozoos parásitos del género Plasmodium, y es transmitida a los seres humanos por mosquitos del género Anopheles. Se da la afortunada circunstancia de que los anfibios comen mosquitos, por lo que la reducción de los primeros puede conllevar un aumento de los segundos, si no hay otras especies que sustituyen a los anfibios como depredadores de estos insectos.
Por lo tanto, la conexión entre los anfibios y la malaria vendría mediada por la intervención de los mosquitos, como vectores del protozoo.
Los mosquitos hembra, que ahora son más numerosos y se alimentan de sangre, pican a más personas y les transmiten el protozoo
Recapitulemos: el hongo patógeno mata a los anfibios. Menos anfibios comen menos mosquitos, por lo que estos abundan. Los mosquitos hembra, que ahora son más numerosos y se alimentan de sangre, pican a más personas y les transmiten el protozoo, de manera que son más los que enferman de malaria.
Conviene recordar que la expansión de micosis como la que afecta a los anfibios está provocada, en muchos casos, por actividades humanas, como el tráfico ilegal de animales vivos, o es facilitada por el tráfico internacional de mercancías.
Este es un estudio pionero y es necesario que sus resultados sean avalados por otros para poder otorgar plena validez a sus conclusiones. Pero el modelo que proponen sus autores resulta verosímil, y no hace sino reforzar la noción de que para garantizar la salud humana es necesario también cuidar la de los ecosistemas y la de sus integrantes. Es la noción One health (una salud), la aproximación a la salud humana y animal que mejor respuesta puede dar a los desafíos que nos plantea el deterioro al que hemos sometido la salud de los sistemas naturales.
Juan Ignacio Pérez Iglesias es presidente del Comité Asesor de The Conversation España y catedrático de Fisiología de la Universidad del País Vasco.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation; y su primera versión, en Zientzia Kaiera, de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
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