Cuando el vecino marroquí nos cuenta
Más de 200 obras de artistas contemporáneos de las últimas siete décadas en Marruecos constituyen la ‘Trilogía marroquí’, una histórica exposición que se inaugura este miércoles en el Museo Nacional Reina Sofía. Asistimos a la primera de una serie de charlas y talleres que acompañan esta muestra
Quién iba a decirnos hace un tiempo que las artistas y los artistas marroquíes iban a tener por fin un espacio destacado en un gran museo español para relatarnos sus existencias contemporáneas, lejos del clisé europeo y el folklore para turistas. Trilogía marroquí 1950-2020 es la primera exposición del Museo Nacional Reina Sofía en 2021, y la dedica al arte del país vecino durante los últimos setenta años, los de su independencia. Comisariada por Manuel Borja-Villel y Abdellah Karroum, la muestra –que abre al público el 31 de marzo– abarca 250 obras de tres periodos: el de la transición poscolonial (1950-1969), el de los Años de plomo (1970-1999) y el de la generación 00 (2000-2020). La exposición Trilogía marroquí, del Museo de Arte Reina Sofía en colaboración con la Fundación Nacional de Museos de Marruecos, estará abierta al público hasta el 27 de septiembre e incluye obras de de Chaïbia Talal, Mohamed Afifi, Malika Agueznay, Mustapha Akrim, Randa Maroufi, Sara Ouhaddou, Karim Rafi, Mohamed Larbi Rahhali y Younes Rahmoun, entre muchos otros.
Esta recapitulación del trabajo de solventes creadores contemporáneos de Marruecos –dicha en poesía, en pinturas, en cine, en instalaciones, objetos y performances– constituye un acontecimiento a celebrar entre dos vecinos hoy separados por fronteras transcontinentales, a pesar de su estrecha cercanía geográfica, su parentesco y su pasado cultural común en Al Andalus. Paralelamente, ya se desarrolla un programa de talleres y diálogos, llamado Entretanto, con actividades hasta septiembre (como las que proponen M’barek Bouhchichi o Mohamed Larbi Rahhali) y comisariado por Susana Moliner.
Así, Entre tantas, la primera charla de este ciclo, tuvo lugar días atrás, mientras los hacedores montaban sus obras, salían a comprar los materiales que les faltaban para las instalaciones, subían y bajaban las escaleras del Reina Sofía, cuando no se perdían en los laberintos que unen el viejo hospital con el edificio Nouvel. La vitalidad del proceso del montaje estaba en el aire, como el polvo del Sáhara que trajo el viento de los últimos días hasta Madrid.
También había expectativas renovadas por un encuentro demasiado postergado con un vecino que da pruebas contundentes de su existencia y que, afortunadamente, pudo llevarse a cabo en formato presencial, gracias a la colaboración entre el Museo, la Casa Árabe y Medialab Prado. En la conversación, los creadores Safaa Erruas, Karim Rafi y Younes Rahmoun junto al comisario, Abdellah Karroum (este último, por videoconferencia), abordaron los porqués de las particiones históricas, el encaje del artista y la institución museística en la sociedad de su tiempo, así como aspectos ligados al proceso creativo personal de cada uno de ellos.
El artista como árbol que ramifica
Si Abdellah Karroum –actual director del museo de Museo Árabe de Arte Moderno en Doha, Qatar– habló del artista ciudadano, integrado en el devenir de su época y con unas particulares responsabilidades, Karim Rafi explicitó otro ángulo, que excede al del rol social o el espectáculo que a veces sostiene y contempla un artista que se “ramifica” en la realidad. “Al salir de la era colonial, nuestros padres tuvieron el anhelo de construir un nuevo Marruecos, el suyo propio, que dejara de ser un país a la francesa. Hubo tiempos de sufrimiento, trabajo y confrontación (…) Hoy nos toca otra elección política en la que no hay dos frentes, aunque sigue siendo importante no dejarse comer, como en el ajedrez”, sostuvo el artista casablanqués.
Al salir de la era colonial, nuestros padres tuvieron el anhelo de construir un nuevo Marruecos, el suyo propio, que dejara de ser un país a la francesa(…) Hoy nos toca otra elección política en la que no hay dos frentes, aunque sigue siendo importante no dejarse comer, como en el ajedrez
“Hoy hay un mercado que es el que puede aniquilar la vitalidad del artista o anular toda crítica ciudadana y de convivencia. El combate del artista en la actualidad sería mantener la posición. Esto no significa una idealización sino una toma de consciencia de que nuestra responsabilidad pasa por resistir y seguir haciendo una elección. La visibilidad no es hoy la cuestión, sino lo contrario: la invisibilidad; es decir, cómo hacerse menos visible y, en cambio, más eficaz”, sugirió el cofundador de Slam&klam Festival, un espacio de creación pluridisciplinar especializado en poesía.
Ir, sin saber adónde, pero mirando atrás para no desviarse
Safaa Erraus, por su parte, citó un proverbio africano que el que guía su obra: “Cuando no sabes adónde vas, mira de dónde vienes”. De ahí, quizá, surge un trabajo íntimo, con “voluntad de discreción” y sin pretensiones, que nació hace ya casi 20 años y que hoy muestra en el museo Reina Sofía. Es una obra en la que Erraus emplea materiales domésticos para decir cosas que van más allá del ámbito hogareño.
“Trabajo con hilos de bordar, que vienen de una práctica muy familiar, pero usados de otra manera, y con materiales que tienen relación con el cuerpo humano y la herida”, reseña la artista, que en septiembre dirigirá en Madrid un atelier de creación. En los brillos está lo paradójico: brilla el hilo dorado, que es elegante, y brilla el acero de la cuchilla de afeitar, que es peligrosa, porque, según explicaba, “la paradoja es consustancial a la vida real”.
Su obra Brisa, hecha de esparadrapos, hilos y cuchillas colgadas, da la sensación de fragilidad, a la vez que atemoriza. Es una brisa cortante. “La obra vehicula la misma realidad en cualquier espacio, ya sea pequeño o grande. Son casi 1.000 cuchillas envueltas en bandas médicas de gasa. Da sensación de riesgo y a la vez da curiosidad y deseo de acercarse. Y tiene que ver con lo que nos pasa con los territorios, las sociedades, más allá de las biografías”, según su propia descripción.
Hacer presente la ausencia
Younes Rahmoun, un representante de la conocida Escuela de Bellas Artes de Tetuán, se refirió a las obras que presenta en esta selección, dedicadas a dos itinerarios de significación personal: uno hacia la espiritualidad (con pequeños barquitos de papel que llegan a un centro que “está vacío, es el invisible”) y el otro, hacia la tierra de los ancestros, en este caso, el Rif, en el norte de Marruecos (según una instalación llamada Montaña, piedra, tierra). “La conexión entre las tres obras es el viaje –hacia adentro, hacia uno mismo y hacia el otro– y poder hablar de eso con una performance, como si fuera una ceremonia, o una oración”, relató.
El museo podría ser como mirarse en el espejo y ver las escarificaciones, los lugares por los que uno ha pasado y la herida. La institución es un cuerpo, también”, esgrimió Karim Rafi
Por otro lado, su obra está marcada por el uso de números, porque “todo está en constante movimiento, nada está fijo”, pero hay uno (uajed, en árabe), que es el único, el divino, aunque tenga infinidad de nombres. “Los números vienen de la cultura religiosa. Por ejemplo, 99 son los granos de un rosario musulmán y 77, las ramas de fe”, explicó Rahmoun.
De las maneras de situarse frente al museo
El museo viene siendo un objeto de debate cada día más ardiente entre cultores y detractores. El concepto del “museo situado” que trabaja el Reina Sofía desde hace unos años se puso sobre la mesa de debate como camino posible de interacción con la sociedad, con el barrio, con las asociaciones y, sin ir más lejos, con este vecino que existe, en tanto nación y en los trabajos de sus cineastas, escritores y artistas plásticos. La otra idea, que en el debate desarrolló Karim Rafi, concierne a la memoria: “Hoy tenemos prótesis de memoria pero tenemos problemas de memoria, que es algo como como mirarse en el espejo y ver el paso del tiempo. El museo podría ser como mirarse en el espejo y ver las escarificaciones, los lugares por los que uno ha pasado y la herida. La institución es un cuerpo, también. El objeto de la institución no es simplemente el que sostiene la fetichización de los objetos, sino su fragilidad. Los archivos, por ejemplo… Para recuperar la memoria, hay que mostrar las escarificaciones”, esgrimió.
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